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Tempranísimo.
La del Alba sería, la hora de su título, cuando la duquesa
Cayetana llamó ayer al alcalde para pedirle el indulto de
los gatos de los pabellones militares de San Bernardo,
condenados a muerte en el Zoosanitario. Llamaba tras leer
que los consternados activistas de «El Amigo Más Fiel» se
concentraron ante los pabellones artilleros para pedir la
conmutación de la pena capital aplicada inhumanamente a los
gatos. No callejeros. Gatos de alta graduación en la
escalilla de la belleza felina, de coroneles y comandantes
hacia arriba, asentados en los abandonados pabellones de los
mandos de la Fábrica de Artillería y de la Pirotecnia. En
los Alpes hay perros de San Bernardo; en Sevilla, gatos de
San Bernardo.
Esos pabellones, junto al puente de Juan Talavera llamado de
los Bomberos, son una preciosidad de época que merece ser
salvada en su conjunto y en su ambiente. Creo que ya están
protegidos por la ley urbanística, y que serán destinados a
uso público. Pabellones primos hermanos de la antigua
Capitanía General de La Gavidia, en una interesantísima
arquitectura militar española de la que hemos encontrado
recuelos finiseculares del XIX en nuestras antiguas colonias
de La Habana y Puerto Rico. Más nuestros no pueden ser.
Todavía se oye allí el artillero clarín del Brigada Rafael
resonando sobre los cristales de sus cierros, delante de la
cruz de guía de la cofradía de San Bernardo.
Y si deben ser salvados los pabellones, sus guardianes, los
preciosos gatos okupas, mucho más. Son terribles estas
noticias que cíclicamente hablan de matanzas de animales.
Que si los patos del Parque de los Príncipes; que si los
perros abandonados para el cómodo veraneo de los padres que
se los regalaron por Reyes a sus niños; que si los gatos,
los hermosos, mágicos gatos que fueron dioses en el antiguo
Egipto, cosa que no olvidan fácilmente, de ahí su
mayestática dignidad de reyes destronados. Roma, que es
ciudad culta y en muchos aspectos nuestro sustrato cultural,
ha declarado a los gatos como monumentos ciudadanos. Los
gatos del Coliseo o de los foros, entre cipreses y ruinas,
son monumentos vivos de la ciudad, tan protegidos como la
Columna Trajana. Hablando de Trajano: por Amor de Dios, que
los creó tan hermosos y libres, a ver si aquí, ya que
queremos ser una ciudad moderna y culta, entronizamos para
siempre este amor y cuidado por los animales y no matamos
más perros, gatos, patos o palomas. En las ciudades
avanzadas y modernas no se organizan matanzas de animales,
sino que se ayuda a las asociaciones protectoras que los
cuidan como se merecen.
Por esta vez, gracias a la protesta de los militantes
gatunos y a la intercesión ducal, el alcalde ha ejercido el
magnánimo derecho de gracia en la Ciudad de la Ídem y me
parece que los gatos de San Bernardo, pobrecitos, se han
salvado de la matanza horrible, de la cámara de gas del
Mathausen felino. Ojalá los mantengan, vacunados y
esterilizados, en esos pabellones que son más suyos que de
Bono, el ministro de Defensa. Ojalá esas beneméritas
asociaciones como El Arca de Noé o El Amigo Más Fiel les
encuentran acomodo en casas con niños en busca de gato. Pero
podríamos encontrarles un útil empleo público, que con todo
respeto sugiero al alcalde. Dicen que han cerrado el Parque
de los Príncipes a causa de las ratas. ¿Saben por qué hay
ratas en el Parque de los Príncipes? Porque los gatos están
en otra parte, en San Bernardo, y condenados a muerte.
Coloquemos a los misús de San Bernardo de funcionarios, de
gatos municipales, en el Parque de los Príncipes y verán
ustedes cómo no dejan una rata y los niños pueden volver a
jugar allí, con un horizonte esquivo de hermosos pirracas
que arquean sus lomos y levantan sus colas en señal de
agradecimiento al alcalde que los salvó.
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