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Otros
colgaron el terno negro que quizá habría de servirles de
mortaja y se retiraron en silencio. Hablo de capataces. Así
se fue un día Alfonso Borrero, que como mandaba en el muelle
y daba trabajo en los tinglados todos los días del año para
la estiba y descarga de los barcos de la MacAndrew, de
Filomeno de Aspe, de la American Export Lines, podía
permitirse el lujo de igualar en su cuadrilla los mejores
cuellos y las mejores cinturas de la colla. A Borrero lo
buscaban las hermandades porque antes lo habían encontrado
los consignatarios. Reinaba en el martillo porque mandaba en
el muelle más que los guachimanes y los carabineros.
Igualaba su cuadrilla cada día para el currelo. Meterse la
Madrugada bajo Pilatos, con su hermano El Cachas de capataz
de Cristo, aseguraba meterse todos los días del año el
jornal en el bolsillo, cuando el sol se ponía por los
eucaliptos del atraque de los petroleros de la Campsa y
sonaba la campanita del puente de San Telmo, abriéndose para
que el pesquero «Catoira», de la matrícula de Vigo, cogiera
la marea de Sanlúcar cargado de nieve en la fábrica de
Barrera.
El maestro Rafael Franco tiene una calle junto al palquillo
de La Campana gracias a la devoción de su discípulo Javier
Fal Conde. Alfonso Borrero no tiene calle ninguna. Y ahora
se va a retirar quien, con sus recuerdos, mantenía con
brillo el azulejo de su memoria: Alberto Gallardo, el
capataz de palio de Los Gitanos. Alberto Gallardo ha
anunciado su retirada del martillo. En esta ciudad tan
ceremonial tenía que haber un rito de retirada para los
capataces. A los toreros, cuando se retiran, el peón de
confianza les corta la coleta. Cuando Luis León se retiró
del martillo del dragón, ¿qué rito cumplió? Estos maestros
del martillo, como los de la espada y la muleta, tienen
peones. Así llamaban los clásicos a sus costaleros: peones.
¿Qué peón del palio de la Esperanza le cortó la coleta a
Luis León? ¿Qué peón del palio de Las Angustias se la
cortará a Gallardo? ¿O habrán sido simplemente dos ternos
negros de madrugadas y de emociones que se han colgado para
siempre en lo más hondo de un corazón?
De la casta de Borrero le venía al galgo corredor de los
labios poéticos de Gallardo esa forma de llamar en las
levantás. Antes de cada golpe de martillo, Gallardo decía
minipregones. A su hija Irene Gallardo le tuvo que ser muy
fácil componer su hermoso pregón de Los Gitanos: le
bastaría, quizá, con hilvanar con hilos de oro las levantás
paternas. Incluyendo aquella, genial, que comprendiendo cómo
era Alfonso Borrero puede uno entender perfectamente y por
descontado justificar. Quizá fue una premonición de
despedida. Cuentan que en la hora de las emociones, esta
levantá va por esto y esta levantá va por el otro, Gallardo
cogió el martillo y dijo este año:
-¡Y ésta va por mí, que soy el mejor del mundo!
Ole. Quizá ese fue su adiós. Borrero puro. Porque quiere,
porque puede y porque sabe. Como quería, podía y sabía
Borrero. En aquella memoria de Alfonso me he emocionado
muchas veces oyendo a Gallardo recordar viejas Alcaicerías.
Voy de maniguetero en el paso del Cristo de Burgos. Aunque
lo manda Jeromo El Cachas, a pasarlo por la Alcaicería viene
Alfonso desde el palio de Madre de Dios de la Palma. El
maniguetero no sabe que en la cuarta, que va en banda, sin
corriente, porque es por donde baja la cruz en su cajillo,
hay un costalero que todos los años le pide a Alfonso que lo
iguale ahí, de fiador. Porque mientras van enhebrando La
Alcaicería, por el bujero del cajillo va viendo al Cristo.
Ese costalero se llama Alberto Gallardo. Ahora ya sé por qué
se retira como capataz de Los Gitanos este viejo costalero
de Alfonso Borrero. No está dispuesto a perderse una
Madrugada más cómo se ve de bien al Cristo de la Salud por
el cajillo de la cruz de la luz de las claras del día en La
Campana.
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