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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Sevilla, entre París y Lisboa

Tenemos muy paradito últimamente lo de las ciudades hermanas. Menos mal. Sevilla no se hermana ni con las ciudades de su propia familia, las fundadas por Hércules, como Cádiz y La Coruña. Preciosa capital gallega a la que los talibanes de las lenguas cooficiales le ponen de mote «A Coruña» hasta en castellano. La Coruña en gallego suena a letrero de carreteras: A Coruña, A Zamora, A Salamanca. MOPU total.

El hermanamiento sí se lleva mucho en los pueblos. No hay nada que guste más en un pueblo con alcalde de Izquierda Unida que hermanarlo con otro. De Cuba, claro. ¿Cuántos pueblos andaluces están hermanados con otros cubanos? Domund por lo civil de la progresía municipal, bajo el rótulo de solidaridad. Los alcaldes comunistas dedican parte del presupuesto a los pueblos cubanos hermanados, como a nosotros nos decían las monjas de la Doctrina Cristiana que guardáramos el papel de plata de las chocolatinas para los negritos. Caridad con los negritos o solidaridad con los negritos, Domund al fin y al cabo. Monja o alcalde del antiguo PCE, lo mismo: chalequitos de punto o autobuses viejos para los negritos.

Pero los sevillanos, sobre un horizonte de llamas como de retablo de ánimas del purgatorio de una parroquia mudéjar de encalados paramentos, han hermanado a nuestra tierra en las últimas horas con dos ciudades: París y Lisboa. Primero la hermanamos con París. En París estaban los coches ardiendo en los turbios disturbios y en Sevilla ardían los contenedores como candelería de palio encendida por Santizo. La gente pensó inmediatamente que El Cerezo podía ser, al cambio, Saint Denis con la Macarena más cerca. Que aquí podía haber un estallido de violencia de inmigrantes. Haberlo, lo hubo. Los bomberos camino de las barriadas con los contenedores ardiendo. Y no tan barriadas. En el barrio de Santa Cruz las llamas de los contenedores hablaban francés. ¿Violencia de los inmigrantes o gamberrismo pasado de rosca de los muy tolerados canis agresores, resultado directo de los vigentes planes de enseñanza?

Y estábamos viendo la parisina pinta de puente del Carrusell que se le estaba poniendo al de Triana, cuando en la pira de piezas de tela de Galerías Madrid comprobamos de golpe que entre llamas nos podíamos hermanar con Lisboa. Así empezó el fuego de Lisboa y ya ven: ardió el barrio del Chiado, a un costado de La Baixa. Las llamas se llevaron el mundo literario de Fernando Pessoa. Aquí estuvimos a punto de que en la calle Cuna se llevaran el mundo de las saetas de Pepe Valencia, y que fuera nuestro Chiado, en el desconocido dédalo de las casas del casco antiguo. Sí, para laberintos, no las calles de la Judería de San Bartolomé o las barreduelas del barrio de Santa Cruz. Para laberintos, las plantas y alzados del caserío tradicional de Sevilla. Si miran un parcelario, verán que unas casas se meten dentro de otras, por detrás, por arriba, por el lado. Hay propiedades con una primera planta que pisa sobre el local comercial de la medianera. Parcelas en forma de L que se meten por detrás de otras. Como decían de los árboles, que antes de la deforestación de España una ardilla podía bajar saltando de rama en rama desde La Montaña a La Mancha, así un ratero puede ir de azotea en azotea por el caserío del casco antiguo desde El Salvador a La Campana. Y quien dice un ratero, dice un fuego. Tienen mucha razón los bomberos: no le damos importancia a la complejidad del caserío de Sevilla. De milagro la tarde de Galerías Madrid no nos acostamos Sevilla y nos levantamos Lisboa.

Que redacten, pues, cuanto antes ese plan de seguridad contra el fuego. Y que nos metamos todos en la cabeza que el río está ya dominado: que las riadas no son ya un peligro para Sevilla. El peligro es el fuego. El día menos pensado podemos pasar directamente de las sevillanas del coro del Rocío del Salvador al fado de Amalia Rodrigues.




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