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Era
una de esas noches en que Antonio Ángel Franco, calle San
Luis adelante, aparecía por la basílica con su pelliza,
relente en los cristales de los coches en la calle Bécquer,
por donde los autos de Tavares. Una de esas noches en que
está frío y desierto el atrio de la basílica, donde yo sé en
qué jazmín lunero, cuando se abren, las blancas flores
siguen cantando una saeta de La Marta desde sus cenizas.
Noviembre de ceniza. En la larga delectación de las
vísperas, el almanaque majara de Sevilla pone el Miércoles
de Ceniza ahora, en este largo y frío noviembre de difuntos.
¿El otro, el la Cuaresma? El otro está ya demasiado cerca
del gozo como para que nos pongamos a considerar que somos
polvo, ceniza que canta una saeta desde la blanca flor de un
jazmín lunero.
Llegamos a la basílica para el memorial de una hermana
difunta. Llevaba el nombre de la Virgen. Era Doña Esperanza
de Borbón. La Princesa del pueblo, que desde Villamanrique
venía a rezarle a la Reina de Sevilla. Solemnidad íntima de
la misa de hermandad por una Infanta. Latín. Coro. Barrio,
pueblo, callejones, Anchalaferia, Huerto, San Gil: Macarena
por una Infanta difunta.
La Esperanza está vestida de negro. ¿Por qué te vistes de
negro, ay, por qué?, parece que le está escribiendo todavía,
como un madrigal a lo divino, aquel Rafael de León que le
improvisaba una saeta y se la escribía con urgencia de
amores en el papel de estraza de los calentitos, cada vez
que la veía pasar de madrugada desde su silla de enea de la
calle Sierpes. ¿Por qué te vistes de negro, ay, por qué?
Pues porque se te han muerto este año, como todos, muchos
hermanos, y eres tan Señora y tan sevillana que sabes
guardarles luto. Se te ha muerto esta Infanta de España, tan
del pueblo, pero se te ha muerto, como cada año, todo un
bosque de capirotes de viejos terciopelos verdes, de
antifaces morados, de corazas de Roma.
Del verde al negro. La Virgen está de negro. De foto antigua
del escaparate de Serrano. De romance de la muerte de
Joselito. Estrena lágrimas de verdad la Macarena cada
noviembre. Con este negro que la hace más delgada, con la
diadema de cuando la llevaron a coronar a una Plaza de
España que la lluvia convirtió en Catedral. Aquella
madrugada, Marta, desde el jazmín de su voz, le dijo, con
verso de Rodríguez Buzón: «Adiós, gitana bonita, guapa que
no cabe más». Sí, Marta; sí, Antonio: cabe más. De negro
está más hermosa. Más Señora. Más Madre de los hijos que
están ya con Ella en la calle Parras definitiva. Qué bien le
sienta el negro, cómo lo vira al verde, revirá de Altos
Colegios, cuando tiene en el pecho el tocado de la plata y
sobre su diadema de Reina la otra plata del baldaquino.
Y cuando llegas a casa, te encuentras una carta. Un remite
con nombre macareno. Abres el sobre y vuelves a encontrarte
el rito. Este macareno, cada diciembre, te manda los
almanaques de bolsillo con el calendario del año nuevo por
un lado y el verdadero retrato de la Madre de Dios por el
otro, para que lo lleves junto al corazón con el recado de
escribir. Magia verde de terciopelo, este año el almanaque
se ha adelantado a noviembre y viene en tinta negra. No en
colores de Haretón. Está la Esperanza de mantilla blanca.
Impresa en una tinta del mismo negro con que acabas de verla
vestida en la basílica. Milagro del cromatismo, negro más
blanco dan verde. Verde del cordón de la medalla de aquella
Infanta de España que también se llamaba Esperanza. Verde de
los capirotes de los nazarenos del definitivo tramo de la
vida a los que esta Señora, tan Señora, les guarda luto cada
noviembre. Y se pone más guapa todavía. Qué bien le sienta
el negro. El prodigio del latín en el almanaque del viejo
macareno convierte al negro de la estampa en verde: «Spes
tibi det quaequemque merearis». Que la Esperanza te dé
cuanto te merezcas. Si se viste de negro, es porque tras la
muerte se merecieron verla eternamente verde de gloria y
madrugada.
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