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Hubo
un tiempo en que Mercasevilla estaba a dos pasos del puente
de Triana. Cuando los sevillanos de trianera nación pasaban
el puente, cantiñeaban por sus adentros: «Mira si soy
trianero/que en cuantito cruzo el puente/ me considero
extranjero». Y eso que más que a Sevilla llegaban a
Mercasevilla. A la izquierda, en El Barranco, la lonja del
pescado. Reyes Católicos adelante, en El Pópulo, el Mercado
de Entradores de frutas y verduras. Mercado al que le pasa
como a las esculturas de Bellver en la fachada de poniente
de la Catedral: que la gente cree mucho más antiguo de lo
que es. No tiene ni 60 años. Como media Sevilla de la pre y
post Exposición Iberoamerica (la otra media es de Aníbal),
es del arquitecto Juan Talavera. Lo terminó en 1947. Cuando
la explosión de Cádiz, la muerte de Manolete y la boda de la
Duquesita de Montoro. En El Pópulo, Talavera hace
historicismo regionalista; en El Prado, Rodrigo Medina hace
racionalismo vanguardista en la Estación de Autobuses.
He escrito El Pópulo, su topónimo tradicional. Allí estaba
el desamortizado convento del Pópulo, convertido luego en
prisión. La cárcel de «Soleá dame la mano», de la Esperanza
volviendo a Triana y los presos cantándole saetas tras las
rejas. Al llegar la República, Victoria Kent inauguró la
prisión nueva de Ranilla, gala de modernidad. El derribo de
la cárcel del Pópulo fue como la demolición de la Monarquía
alfonsina para la burguesa Sevilla tricolor de corbata de
lazo y la Sevilla la Roja de Pepe Díaz. Allí, después de la
guerra, se levantó el Mercado de Entradores. Conserva por
cierto en su fachada un escudo de España aviar: con el
águila de San Juan. Quizá ese escudo esté cerca del piso del
pintor Gustavo Bacarisas o del que ocupaba el maestro don
Pedro Braña, director de la Banda Municipal y autor de
«Coronación macarena», la más solemne marcha nunca escrita.
Sí, los pisos del Mercado de Entradores eran como los
Hotelitos del Guadalquivir en Heliópolis: el paraíso de
comodidades de una emergente clase media sevillana de
funcionarios, profesores, artistas, abogados, médicos. Los
pisos siguieron y en los bajos, a partir de 1977, el Mercado
de Entradores, trasladado a Mercasevilla, acogió a la
cerrada plaza de abastos del Postigo. Lo llamaron Mercado
del Arenal. No sé por qué. Más que Arenal, aquello es La
Crestería. O El Pópulo, que es su nombre, romanidad pura de
Sevilla, como recuerdan en las dos esquinas sendos azulejos
cofradieros del Baratillo y de la Esperanza. (La Estrella,
San Gonzalo, La Esperanza, El Cachorro, La O; todas las
cofradías de Triana pasan por allí a la vuelta. Y a la ida,
la cofradía más trianera de Sevilla, El Baratillo).
Propongo una lápida en homenaje a la memoria de los
sevillanos en aquellos bajos que ahora va a vender el
Ayuntamiento como los que están tiesos le venden a Segundo
las alhajas de la abuelita. Allí estaban las temibles
oficinas de recaudación municipal. Ahora la Agencia
Tributaria Municipal está perfectamente informatizada,
digitalizada, agilizada y no es un calvario pagar el IBI o
el sellito del coche, domiciliados. Pero hubo un tiempo en
que bajo esos soportales de Pastor y Landero, junto a la
parada de los autobuses del Aljarafe en la calle Arenal, los
sevillanos perdieron horas y horas y más horas haciendo cola
para ponerse a bien con el voraz dios recaudador municipal.
Cuando esos bajos se hayan vendido y esté allí un
Minicortinglés, debe ponerse el monumento a la tolerancia. A
la tolerancia y paciencia de los sevillanos con su
Ayuntamiento. Pedazo de azulejo de Mensaque y este texto:
«Bajo estos soportales, los sevillanos perdieron horas y
horas haciendo cola para pagar al Ayuntamiento unos
impuestos que no han servido de nada, porque al final han
tenido que vender estos locales para hacer caja».
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