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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El monumento a la paciencia

Hubo un tiempo en que Mercasevilla estaba a dos pasos del puente de Triana. Cuando los sevillanos de trianera nación pasaban el puente, cantiñeaban por sus adentros: «Mira si soy trianero/que en cuantito cruzo el puente/ me considero extranjero». Y eso que más que a Sevilla llegaban a Mercasevilla. A la izquierda, en El Barranco, la lonja del pescado. Reyes Católicos adelante, en El Pópulo, el Mercado de Entradores de frutas y verduras. Mercado al que le pasa como a las esculturas de Bellver en la fachada de poniente de la Catedral: que la gente cree mucho más antiguo de lo que es. No tiene ni 60 años. Como media Sevilla de la pre y post Exposición Iberoamerica (la otra media es de Aníbal), es del arquitecto Juan Talavera. Lo terminó en 1947. Cuando la explosión de Cádiz, la muerte de Manolete y la boda de la Duquesita de Montoro. En El Pópulo, Talavera hace historicismo regionalista; en El Prado, Rodrigo Medina hace racionalismo vanguardista en la Estación de Autobuses.

He escrito El Pópulo, su topónimo tradicional. Allí estaba el desamortizado convento del Pópulo, convertido luego en prisión. La cárcel de «Soleá dame la mano», de la Esperanza volviendo a Triana y los presos cantándole saetas tras las rejas. Al llegar la República, Victoria Kent inauguró la prisión nueva de Ranilla, gala de modernidad. El derribo de la cárcel del Pópulo fue como la demolición de la Monarquía alfonsina para la burguesa Sevilla tricolor de corbata de lazo y la Sevilla la Roja de Pepe Díaz. Allí, después de la guerra, se levantó el Mercado de Entradores. Conserva por cierto en su fachada un escudo de España aviar: con el águila de San Juan. Quizá ese escudo esté cerca del piso del pintor Gustavo Bacarisas o del que ocupaba el maestro don Pedro Braña, director de la Banda Municipal y autor de «Coronación macarena», la más solemne marcha nunca escrita. Sí, los pisos del Mercado de Entradores eran como los Hotelitos del Guadalquivir en Heliópolis: el paraíso de comodidades de una emergente clase media sevillana de funcionarios, profesores, artistas, abogados, médicos. Los pisos siguieron y en los bajos, a partir de 1977, el Mercado de Entradores, trasladado a Mercasevilla, acogió a la cerrada plaza de abastos del Postigo. Lo llamaron Mercado del Arenal. No sé por qué. Más que Arenal, aquello es La Crestería. O El Pópulo, que es su nombre, romanidad pura de Sevilla, como recuerdan en las dos esquinas sendos azulejos cofradieros del Baratillo y de la Esperanza. (La Estrella, San Gonzalo, La Esperanza, El Cachorro, La O; todas las cofradías de Triana pasan por allí a la vuelta. Y a la ida, la cofradía más trianera de Sevilla, El Baratillo).

Propongo una lápida en homenaje a la memoria de los sevillanos en aquellos bajos que ahora va a vender el Ayuntamiento como los que están tiesos le venden a Segundo las alhajas de la abuelita. Allí estaban las temibles oficinas de recaudación municipal. Ahora la Agencia Tributaria Municipal está perfectamente informatizada, digitalizada, agilizada y no es un calvario pagar el IBI o el sellito del coche, domiciliados. Pero hubo un tiempo en que bajo esos soportales de Pastor y Landero, junto a la parada de los autobuses del Aljarafe en la calle Arenal, los sevillanos perdieron horas y horas y más horas haciendo cola para ponerse a bien con el voraz dios recaudador municipal. Cuando esos bajos se hayan vendido y esté allí un Minicortinglés, debe ponerse el monumento a la tolerancia. A la tolerancia y paciencia de los sevillanos con su Ayuntamiento. Pedazo de azulejo de Mensaque y este texto: «Bajo estos soportales, los sevillanos perdieron horas y horas haciendo cola para pagar al Ayuntamiento unos impuestos que no han servido de nada, porque al final han tenido que vender estos locales para hacer caja».


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