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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La talaguilla de Rajoy

Después de los revolcones, las volteretas, los tantarantanes, los puntazos y las cornás, los toreros se dividen en dos grandes grupos: los que se miran la taleguilla y los que ni siquiera se la miran, y sin perderle la cara al toro, cogen del suelo los avíos, montan la muleta y se ponen allí donde hay que ponerse, como si no hubiera pasado nada. Los toreros del PP, los primeros espadas del partido liberal-conservador español, son diestros del segundo de dichos grupos. Si como los antiguos soldados de reemplazo tuvieran cartilla militar, en el canuto de la licencia no habría que ponerles «valor, se le supone», sino: «Valor, más que demostrado. Como los del caballo de Espartero, usted.»

Así salió Aznar de las chapas medio calcinadas de su coche, cuando los asesinos de la ETA, los de los cafelitos de Carod en Perpiñán, le pusieron una bomba en Madrid. Aznar, sin mirarse la taleguilla, lo que hizo fue interesarse por los suyos, por su conductor, por los policías de su protección. Y así ha salido Rajoy tras el pellejazo del helicóptero.

-¿Usted no ve? Las cosas dependen de cómo se digan. Si hay gracia, puede decirse todo. Usted acaba de poner «el pellejazo del helicóptero» y eso no es ofensivo para nadie: gracia de Cádiz pura. Pero hay que tener muy malas entrañas para decir la perversidad de Borrell sobre la plaza de los toros.

Hombre, de la plaza de toros también se puede hablar, y hasta con una sonrisa, ya que, gracias a ese Dios que inmediatamente citó Esperanza Aguirre, no ocurrió nada. Rajoy ni se miró la taleguilla tras el pellejazo del autogiro con toda la razón del mundo: por algo estaban en una plaza de toros. Si en algún sitio los buenos toreros no tienen que mirarse la taleguilla y coger otra vez los trastos, es en una plaza. Los buenos caballos se ven en los resbalones y ahí Rajoy quedó para siempre en el autorretrato del temple. Un señor que con esa serenidad retorna a la vida puede parar y mandar perfectamente los destinos del Reino de España, y no como otros tarambanas. Rajoy hizo como Aznar: buscar a los suyos entre los hierros, ver cómo estaban. ¡Y eso que era el único que estaba de enfermería y parte facultativo!

¿Y la torera? La torera es Esperanza Aguirre: qué serenidad de señora. En los momentos más duros, Esperanza Aguirre, sin tanto cuento de las feministas de plantilla, ha hecho más por la dignidad de la mujer que muchos congresos y campañas de tirar el dinero. ¿Qué dice usted, que las mujeres en estos casos se ponen histéricas, que se lían a chillar, descompuestas? No he visto nunca a ninguna señora menos descompuesta que a Esperanza Aguirre saliendo del helicóptero. Más que del helicóptero del pellejazo parecía que salía de la peluquería. Si me lo permiten, hasta con más serenidad y tranquilidad que los hombres. Y, por descontado, sin mirarse la taleguilla. Pues hay señoras, y Esperanza Aguirre es una de ellas, que tienen muy bien puesta la taleguilla.

En esta sociedad mediática de la inmediatez, un grito a destiempo, una carrera, un llanto, una gesticulación fuera de cacho hubiera acabado allí mismo por los siglos de los siglos con la carrera de Rajoy y de Aguirre. Todo lo contrario. Y al final, pero no el último, el alcalde de Móstoles. El sucesor de Andrés Torrejón lo mejoró en valentía. Es más que una casualidad que todo ocurriera en Móstoles. Allí hubo un alcalde que dijo en 1808: «Españoles, la Patria está en peligro, acudid a salvarla». Le faltó entonces decir que donde había que acudir era a la manifestación para defender a la Constitución de las nuevas cargas de los mamelucos y los lameculos de los separatistas. Así que, convocados por el bando de la perfecta serenidad de Móstoles, no me extraña que en la manifestación le digan a Rajoy lo de «¡torero, torero!». Lo es. Rajoy y Esperanza Aguirre han tenido su puerta grande en la plaza de toros de Móstoles.



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