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Son
los presentes días de ir de compras al centro. Que cada vez
está más lejos. Los centros de las ciudades los han puesto
últimamente lejísimos. En lo que importa medirlos: en
tiempo. De espacio están lo mismo: de la puerta de su casa a
la puerta del Cortinglés o a Zara sigue habiendo la misma
distancia. Pero en el tiempo que se echa en llegar allí con
el coche, cada vez están más lejos: que si aguanta el
embotellamiento para entrar en la carretera desde el
adosado, que si métete en la caravana, que si te desvían con
el plan de tráfico de Navidad, busca ahora un aparcamiento,
encuentra ahora rojo, «agotado, elija otro», el letrero de
la entrada al estacionamiento subterráneo en el que tenías
puestas todas tus esperanzas. Venga, cómete el coche con
papas.
Todo esto que cuento lo ve la gente como lo más normal. A mí
me causa perplejidad no ya esta situación de saturación
universal de la circulación en carreteras y ciudades, sino
que el personal encuentre esto lo más normal del mundo.
Entendemos que el embotellamiento, el tapón, la caravana es
ya una traducción española, como la paella, las corridas de
toros, el flamenco, el Rioja o el sombrero de tres picos de
la Guardia Civil, que así es como los picoletos llaman de
verdad al tricornio, el sombrero. El Papa se puso el
sombrero de la Guardia Civil, e hizo justamente lo contrario
que muchos españoles ante el servicio que los señores
guardias dan a la sociedad, que nos quitamos el sombrero
ante ellos.
No sé por ahí, pero dudo que haya otra nación europea donde
los boletines informativos horarios de la radio terminen con
el parte de las retenciones y embotellamientos en las
carreteras. Estamos tan acostumbrados que no nos sorprende.
El embotellamiento de los domingos en Puerto Real o en
Almonte lo hemos incorporado al paisaje. Lo escuchamos por
la radio como oímos el número premiado en el sorteo de la
Once, como la información meteorológica sobre el anticiclón
de las Azores. Como algo normalísimo.
Hablan del ahorro energético, de los combustibles
renovables, del desarrollo sostenible, que no se haga un
roto el descosido del agujero de ozono, pero ¿cuántos
océanos de gasolina, cuántos mares de gasoil se consumen
cada día inútilmente en los embotellamientos? ¿Cuántas horas
de trabajo se pierden? ¿Cuántas úlceras de estomago empiezan
por el berrenchín de no llegar a tiempo a un negocio o a una
cita de amor por culpa del tapón, de la retención, de la
caravana?
Y mientras, los señores que elegimos para que nos gobernaran
y que deberían tener como principal ocupación el logro de la
felicidad de los españoles, pues se dedican a las chorradas
habituales. El Gobierno, a ser oposición de la oposición. La
oposición, a pasar página de la corrupción gonzalista, del
crimen de Estado, de la mangoleta, de todo el chapapote que
podía recordarle al PSOE, que ésos sí que se pringaron, y no
las costas gallegas con el «Prestige» que ahora quieren
sacar a flote como sea, al igual que la guerra de Irak, para
que olvidemos que ZP y la economía patria van para abajo que
escarban y que estos señores no se dedican más que chorradas
como la reforma de unos Estatutos que nadie ha pedido, la
ruptura de una España que estaba perfecta con su
Constitución, la alianza de civilizaciones o las bodas de
los parguelones.
¡Ya está! ¡Ya se me encendió la bombilla! ¡Ya tengo la
solución! Ya sé cómo pueden acabar con los embotellamientos
en las carreteras, pero de todas, todas, y en un dos por
tres. Hay que decir que los embotellamientos son fachas
perdidos, que las retenciones son reaccionarias, que las
caravanas son pura caverna. Y si encima quien dice eso es
Carod Rovira, entonces verá usted lo fluida que va a estar
la circulación cuando vaya usted con el coche al centro,
para comprar los Reyes de los niños en el Cortinglés...
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