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Apunten
un nuevo personaje popular sevillano: el negro que vende La
Farola y pañuelitos de papel en el semáforo de la antigua
estación de la Plaza de Armas, por donde media Sevilla
vuelve a su adosadito del Aljarafe después del trabajo. El
buen hombre tiene la envidiable sonrisa de sesión continua
de todos los negros del semáforo. En Sevilla sólo sonríen
así Lele y los negros del semáforo: siempre con buena cara,
sin un mal gesto. El negrito de la antigua estación de
Córdoba tiene un compás que ya lo quisieran las señoras que
aprenden bulerías de academia. Ritmo. África con cubano
sóngoro consongo. Va entre los coches como si bailara la
conga de Jalisco, ahí viene rumbeando. Por su compás le
dicen Yacson, como Michael Jackson.
Ahora Yacson se ha vestido de Rey Baltasar, cartero real de
sí mismo. Y con una generosidad exquisita, él, que debe de
estar tiesecito, regala caramelos a los conductores que a lo
largo del año lo socorren. Quien debería recibir el
aguilando, lo da. Dulces caramelos como de Macandé. La casa
invita. Yacson quizá sea la reencarnación de Domingo, el
negro betunero del Salón Llorens que cuentan las crónicas
que por idea de José María Izquierdo fue el primero que
encarnó la ilusión del Rey Baltasar en la fundacional
Cabalgata del Ateneo.
Los personajes populares son una constante de Sevilla.
Forman parte de nuestro patrimonio inmaterial. Pedí a los
lectores (¡guasa!) que propusieran monumentos de pitorreo, y
salió, oh, prodigio, la memoria nostálgica de tales
personajes. Completamente en serio. Monumentos de la memoria
a quienes hicieron a Sevilla como es. Un lector evocaba a
Sarasate, el atildado y educado violinista de los veladores
del Parque. Y al que vendía corbatas por los bares, su brazo
de escaparate. Y al aguaor de la Plaza Nueva, con su enorme
cántaro de doradas boquillas. Otro recordaba a Joselón, que
dormía en las puertas ciegas del Colegio San Luis que daban
a la Alameda y que con su viejo capote de Aviación arreaba a
los tranvías en la parada de La Europa. Otro, a la
taquillera del cine Avenida de verano, con su moña de
jazmines y su almanaque con la Esperanza de Triana. Otro, al
tío del quiosco de La Gavidia, terror de unos niños
indecisos a la hora de pedir chuches: «Una esponjita, no, un
orasú, no, mejor un paquete de pipas»; «Niño, no hay de ná
en este puesto...» Otro evocaba a Pelusita, el de los
Juzgados. O al ciego del baby de crudillo, todo lleno de
esparadrapos, que corría por las calles con la tajá,
guiándose con los pies por las vías del tranvía.
O a quien merece un párrafo aparte para él solito: El
Gloria, que en su última época hacía propaganda cantada de
las tiendas y que cuentan que comenzó vendiendo «avellanas
cordobesas, qué ricas y que buenas, una gorda doy un vagón».
Delante de Ochoa cantaba: «¡Qué buenos dulces tiene, qué
buenos dulces tiene!». Hasta que salía don Luis Ochoa y le
daba uno. Y en Casa Damas: «¡Qué buenas placas tiene, qué
buenas placas tiene!». «Yo he presenciado -nos dice un
lector- cuando El Gloria se cruzaba con la de las Arropías,
que asustaba al miedo, cantando los dos de acera a acera en
la calle Feria. Le decía la de las Arropías: «¡A ver qué
dice El Gloria, a ver qué dice El Gloria!» Y contestaba El
Gloria: «¡Joía qué fea eres, joía qué fea eres!» La tonada
de esta música se hizo popular; recuerden el campo del
Sevilla, a coro, cantando «¡A ver qué dice el Marca, a ver
qué dice el Marca!», cuando localizaban a su corresponsal,
Mariano Martín Benito».
Pues el Marca del artículo dice que el generoso y rítmico
Yacson se merecía, como su antecesor el Negro Domingo del
Salón Llorens, salir de Baltasar en la Cabalgata.
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