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EN
la Plaza del Pan, pan, y el vino, vino, lo más falso: dos
palmeras de plástico sobre un arenal de mentirijillas. Dos
palmeras de nacimiento sacadas de escala. Como la lata de
sopa Campbell de Andy Warhol en la estética sevillana de las
figuritas de nacimiento de La Venera. Y en la Plaza por
antonomasia, la de la Cruz en la Plaza, la de los palcos de
la Plaza, la pista de nieve.
-Es de hielo...
-Será de hielo, pero en Sevilla el hielo es nieve. Si el
carro del hielo era el carro de la nieve, hasta con
colección poética de ese nombre, ¿por qué la pista de la
Plaza ha de ser de hielo?
-Porque nos hemos quedado helados ante la degradación del
centro que está propiciando este ayuntamiento, usted...
¿Pues no que se llevan los puestos navideños al mejor cahíz
de tierra, al pie de la Giralda, y convierten la Plaza de la
Virgen de los Reyes en una antesala de la calle del Infierno
donde sólo faltan los puestos de turrón, y en cambio la
Plaza de los tenderetes de Pascuas de toda la vida la dejan
en Hielotrón?
-Ojú, Hielotrón, qué antigüedad... No me diga que usted se
acuerda de Hielotrón...
-Perfectamente. Pues anda que no se rompieron piernas en
Hielotrón. Explique, explique usted qué era Hielotrón para
los que no lo sepan.
Pues Hielotrón fue un efímero negocio sevillano de los
últimos años de la dictadura. Por donde estaba el Ecovol que
ahora es Carrefour, pusieron una enorme carpa neumática,
inflable, como un inmenso balón, con una pista de hielo
artificial. Vamos, de nieve para patinar. Tuvo un exitazo.
Aquello estaba lleno de pre-canis patinando, con unas botas
de cuchillas alquiladas que olían a perros muertos de tantos
sudores de pies ajenos. Sevilla parecía Finlandia, hijo, qué
habilidad de la gente para salir patinando sobre hielo.
Piernas rotas sí que las hubo. Codos esbolillados, a
manojitos. Pero era la modernidad. Hasta que un día la carpa
de Hielotrón se desinfló, en el sentido estricto y en el
figurado. Barquinazo sevillano, barquinazo que en mi negocio
yo pegué, como en la «Cruz de mayo» de Font de Anta. Y nunca
más se supo. Hasta ahora, que vuelve Hielotrón sin carpa
inflable a la mismísima Plaza. Increíble. Increíble la
cantidad de mamarrachos que consiente este ayuntamiento en
pleno centro. ¿Cómo vamos a respetar a los que no respetan a
Sevilla?
Como las palmeras contrahechas de la Plaza del Pan. Mientras
están dejando que se pudran las palmeras de La Palmera, y
están con señales de peligro, que un día van a causar una
desgracia, van y ponen palmeras contrahechas.
-Hombre, si por lo menos fueran palmeras de huevo...
-O palmeras de chocolate...
-Eso hubiera sido más adecuado, adecuar a la Plaza del Pan
como despacho de pan y tortas.
Mejor que poner palmeras falsas en la Plaza del Pan,
devolver las verdaderas que cortaron en La Magdalena. O
reponer las que tiran los temporales en la Plaza Nueva y
adiós, pampa mía. Palmeras falsas, absurdas, que tendrían
que aprender mucho de una vecina, verdadera: la palmera de
Zaqueo en La Borriquita. Unas palmeras que están como la de
Don Manué ante el segundazo: en absoluto acolapsás.
Degradación de esta Sevilla universal, la que importó su
flora autóctona: jazmines de Persia, palmeras de Arabia,
naranjos de la China, buganvillas del Pacifico, jacarandas
de Sudáfrica, magnolios de Luisiana, Entre parasoles
deslumbradores de catetería en La Encarnación y pieles
sensibles que hieren la sensibilidad, están haciéndonos una
Sevilla contrahecha como las palmeras de la Plaza del Pan.
Para confirmarlo, ponen una pista de nieve en la Plaza, cabe
la Casa Grande, donde tantos patinazos están dando y tanta
cal de los huesos de Sevilla están rompiéndonos a los que
respetamos a la ciudad... y no como ellos.
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