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Lo
había visto en alguna película americana de cunfú, de chinos
malos con cara de Vidal-Quadras o de Otegui que dan patadas
en la boca. Pero nunca había tenido la oportunidad de estar
en un fumadero de opio. Ayer tarde estuve. Si no de opio, de
Winston y Ducados, que tiene más morbo. Y no en Hong Kong,
sino en Sevilla. Y no en una barriada marginal, sino en el
Cortinglés de Nervión. ¿No organiza Isidoro Alvarez las
promociones de la India o la China en el Cortinglés? Pues en
una aplicación estricta y más adelantada que nadie de la Ley
Antitabaco, ha puesto en sus cafeterías los fumaderos de
opio, perdón, de Ducados y de Winston.
Del salón de la cafetería en un ángulo oscuro, de las
personas sanitariamente correctas por unas mamparas
separados, están los apestados, los viciosos, los peligrosos
sociales, los pecadores: ¡los fumadores empedernidos! Entre
volutas de humo. Me recuerdan a los condenados que en
pelotas vivas se queman entre las candelas del Purgatorio en
los barrocos retablos de ánimas. Con una diferencia: los
pecadores del Purgatorio pueden alcanzar el Cielo si hoy se
saca ánima, pero los fumadores compulsivos de la cafetería
del Cortinglés están cociéndose en sus propias candelas sin
la menor esperanza de que puedan recobrar la libertad de
humo. Aquí de un día a otro este Gobierno tan progresista
aprobará la barra libre para la eutanasia. Ya ven la que
liaron con el «Mar adentro» de un suicida indeseable. Eso es
lo progresista: la eutanasia de golpe. Pero no se concede la
menor libertad para la eutanasia en cómodos plazos
mensuales. Esto de irse matando poquito a poco con el
delicioso cigarrito. ¡Hala, al cuarto de las ratas, so
fumador, que te vas a matar, y gloria y loor a la eutanasia
y al aborto!
Por el encanto de lo prohibido, el fumadero está de bote en
bote. Hay cola para poder coger mesa en la carena de los
galeotes del cigarrito. Me tengo que sentar fuera, en el
dictatorial territorio llamado «libre de humos». ¿Libre de
qué? Le pido al metre un café y unos calentitos. Le comento
lo cortos que se han quedado con el 30 por ciento para
fumadero de opio. Se mosquea. Es un agente de la modernidad.
Como los antiguos predicadores querían salvar tu alma por
cojones, los inquisidores del tabaco pretenden cuidar tus
pulmones negando tu libertad, ¿no hemos quedado que cada
cual es dueño de su cuerpo? Y me dice el metre, señalando el
fumadero:
-Eso tendrán que prohibirlo también, ahí dentro no se puede
entrar con tanto humo...
Donde no se puede estar es aquí fuera, en el área libre de
humos, con tan poca libertad. Y con tanta hipocresía. Si yo
ahora saco mi petaca de cocaína y extiendo la raya sobre la
mesa, pero no una raya cualquiera, sino la raya de Portugal,
y me pego el chute del siglo, nadie me dirá nada. Me puedo
poner de cocaína hasta las trancas. Con lo nocivo que es eso
para el cuerpo y para el alma, nadie me mandará a esnifarme
a la puta calle. Pero, ay, de mí como ose encender un
cigarrito. Seguro que llegan los antidisturbios y me llevan
al penal del Puerto.
Y en cuanto a la hipocresía social y política del alcohol,
ni te cuento. Tengo el coche abajo en el aparcamiento. He de
volver a casa conduciendo. Si yo ahora le pido al metre que
me ponga un güisqui doble, y luego otro, y otro, y otro, y
salgo de aquí hasta la corcha, medio ciego, dando
camballadas y cantando «Asturias, patria querida», nadie me
dirá nada. Podré coger el coche completamente borracho.
Mataré por el camino a cuatro o cinco criaturas. Eso sí, sin
que ninguna de ellas sufra en sus pulmones el perseguido
humo de esta estrellita de libertad en que se ha convertido
la lumbre de mi cigarro.
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