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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las dos cruces, qué cruz

FRANCISCO Robles está haciendo una antología literaria de la Semana Santa. Calculo que entre versos perversos y pregones ramplones, le saldrán setenta tomos. Cuando acabe con la Semana Santa, Robles debería afrontar otra antología que tampoco se ha hecho, y que puede salir más grande que el Espasa, apéndices incluidos. La antología «Sevilla en la canción». Desde los clásicos de la ópera al pelotazo de El Arrebato con el himno del centenario del Sevilla F.C. (Ese himno es tan redondo como un balón de los que vendía Juanito Arza en su tienda de deportes de Santa María de Gracia. Nos gusta hasta a los que somos béticos manque... Lopera. En vísperas de la Expo, Plácido Domingo y Julio Iglesias estrenaron allí en el Pizjuán la canción «Sevilla» de Manuel Alejandro. Que no le llega ni al zapato al himno de El Arrebato).

Iba por la antología de la canción que sugiero a Robles, que del Mester de Progresía ha pasado al Mester de Poesía. ¿Cuántos miles de canciones hay sobre Sevilla, del «No te mires en el río» de Rafael de León al «Bandido» de Miguel Bosé? Si a Sevilla le pagaran derechos de autor por las canciones que su solo nombre ha inspirado, el Ayuntamiento no tenía que meter la mano en el cajón del Alcázar para conservar la Casa Grande, ni Vicente Lleó tenía que dimitir. Con los derechos de esas canciones había para poner la Casa Grande porcelanosa total, como un adosado: toa enmoquetá y toa empapelá, de Macael hasta el techo y con parabólica.

Sevilla, qué ingrata, no ha tenido con estos autores ni un detalle. La ciudad no sólo subyugó a los letristas españoles, sino a los boleristas sudamericanos. Sevilla, por ejemplo, está en deuda con Carmelo Larrea, autor de «Camino verde», autor de «Puente de piedra» y, sobre todo, compositor del bolero «Dos cruces». Sevilla tuvo que ser, como dice la propia letra de «Dos cruces», la que a pesar de que Carmelo Larrea le dedicara una declaración de amor en forma de bolero, nunca tuvo el menor detalle con su enamorado.

Si Carmelo Larrea viniera ahora a Sevilla, con su lunita plateada, vería que ya no están clavadas dos cruces en el monte del olvido, esquina a Ximénez de Enciso. Que las han arrancado y sólo quedan sus mechinales, según ha denunciado Pablo Ferrand, que sigue de quijote de sevillanías tras el centenario cervantino. El sitio vacío de esas dos cruces evoca, como en el bolero, a los amores que han muerto sin haber tenido el gusto de conocerse. Por ejemplo, el amor de Sevilla por las pequeñas grandes cosas, que en la inculta y consumista ciudad del tanque de salmuera traen sin cuidado a los que tan ricamente viven de ella y tan buenos viajazos y comilonas se pagan a su costa.

Carmelo Larrea fue un visionario. En «Dos cruces» se adelantó a la actual degradación del barrio de Santa Cruz. Parece que la letra no la hubiera escrito entonces, deslumbrado por Sevilla, sino ahora, con el alma en los pies tras haber contemplado la degeneración del barrio. Oigamos el bolero:

Ay, barrio de Santa Cruz,

ay, plaza de Doña Elvira,

os vuelvo yo a recordar

y me parece mentira.

Desde luego que parece mentira lo que aquello fue y lo que es ahora. Inmensa terraza para los veladores. Enorme tienda de camisetas. Aberrante vulgarización del refinamiento inventado por el Marqués de Vega Inclán y soñado por Santiago Montoto, quien celebró el hallazgo de estas cruces bajo el avitolado de la calle de ese nombre esquina a Ximénez de Enciso. Espero que las dos cruces sean repuestas. Y que en esta ciudad de la fiebre de los monumentos, un breve mármol eternice, a modo de homenaje, los versos y el nombre de un enamorado de Sevilla. Que se llamaba Carmelo Larrea.



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