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HAY
en Sevilla una visión tan tradicional del mundo que lo «de
toda la vida» apenas tiene, tirando largo, cien años. Aquí
tradición no es lo que pasa de padres a hijos: lo que se
repite más de tres años, ya es tradición. No hay lugar en el
mundo con más tradiciones recién inventadas. Y nada te
cuento en el mundo de las cofradías, donde el indolente «ya
está todo inventado» coexiste con el arriesgado «esto lo
hemos inventado nosotros, hasta que nosotros llegamos no
había Semana Santa y si la había, no valía un duro, qué
chuchurría». Hay un preocupante porcentaje de autotitulados
cofrades que piensan sobre la Semana Santa como Lopera
acerca del Betis: que la han inventado ellos y que gracias a
ellos existe.
Punto en el que alerto sobre una peligrosa especie, que
mentes preclaras, como El Fiscal de «Diario de Sevilla», han
bautizado: los canicofrades. Los canicofrades son la puesta
al día de los kofrades que Carlos Colón sacó de pila en los
90. Kofrades actualizados con mp3 y con la oreja anillada,
quizá pronto con el escudo de la hermandad a modo de
piercing en la ceja. Nos invaden. Cada día más. Tienen sus
parcelas de poder definidas (movimiento costaleril y
bandismo musical); su cita anual (Munarco, ojú); sus guiños
cómplices (subvenciones municipales, locales para ensayos de
bandas, juntas de gobierno complacientes); sus bares
«cofrades»; mandan en Internet. Son la LOGSE con capirote.
¡Lo que le gusta a un canicofrade una banda! ¡Lo que le
gusta una cuadrilla! Los canicofrades, en sus subespecies de
canicostaleros y canimúsicos, son los que más disfrutan de
las vísperas. Son mucho, tela, del ensayo cubatero de la
cuadrilla o de la banda, pumba, catumba. Tocando, además,
marchas tradicionales...de ayer por la mañana. No le
preguntéis por «Mayor Dolor», por «La Paloma», por las
viejas marchas de Cristo que las oyes y evocas a Patón, al
Tubero, a los armaos del disco de Pax por la Correduría.
Preguntadles, en cambio, por estas marchas a lo Louis
Armstrong para lucimiento de trompeteros de agrupata, con
nombres cursis y amariconados. Se las saben todas. No les
extrañe que las próximas se titulen «Señora de Hytasa», «La
revirá», «Lloran las tubas» o «Gran hermano cofrade».
El rizamiento de rizo está llegando a extremos preocupantes,
y basta darse una vueltecita por la muralla real, realísima,
de Internet, y entrar en sus foros. Están haciendo buenos a
los repelentes niños Vicentes de los concursos cofradieros
de Filiberto Mira y de los albores de la TV local. Pueden
leerse sesudos debates sobre asuntos transcendentales de la
Semana Santa (por aquí). No me invento nada, y aguanten la
risa, pero en la degradación canicofradiera de Internet
están planteadas las siguientes cuestiones, en las que
parece les va la vida: «¿Quién es el mejor bombardino de
agrupación?», «Cuál es el mantolín de cornetas más bonito de
las bandas?».
La Semana Santa ha sido siempre, desde el Vía Crucis del
Marqués de Tarifa, espejo y reflejo de la mejor y de la peor
Sevilla. No sé por qué escandalizarse. La Sevilla de los
canis ha llegado a la Semana Santa, y muchos de éstos, al
tiempo, de aquí a veinticinco años, hermanos mayores. Como
mandan en las cofradías los antiguos pijos de los 80, que ya
no toman cubata en vaso largo, sino güisqui de malta en copa
de balón, con BMW y un puesto en la junta. La llamada
Generación del Iscariote empieza a mandar en las
hermandades, alguna de solera. En las cofradías están ya
constituidos como poder los que descubrieron la Semana Santa
con los coleccionables y se creen que hicieron el doctorado
con el pregón de Carlos Herrera.
Del hermano de las cofradías hemos pasado al Gran Hermano en
las cofradías. Y a la Operación Triunfo de los pijos en los
cabildos de elecciones.
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