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Menos
mal que la Marcha Real no tiene letra. Si la tuviera, Bono
se la cambiaba. En el ceremonial militar de homenaje a los
que dieron su vida por España, a Bono no le gustaba el
soneto: «Lo demandó el honor y obedecieron». Lo cambió del
tirón, manipulando su texto. Soneto cuya autoría por cierto
indago infructuosamente hace tiempo. Sé que la canción
exequial «La muerte no es el final» fue compuesta por
monseñor Cesáreo Gabaraín Azurmendi cuando era capellán del
Colegio Chamberí de los Maristas, en memoria del alumno
Esteban Aguinaco, que falleció víctima de un cáncer a los 13
años. Mas no he logrado saber quién fue el sonetista del
toque de oración. ¿Un requeté quizá, que aunque ante Dios no
sea héroe anónimo sí es poeta desconocido ante los hombres?
Tengo delante un recordatorio de la misa celebrada en
Sevilla el 10 de marzo de 1944, fiesta de los Mártires de la
Tradición, y allí viene impreso el soneto, con una versión
anterior a la que Bono manipuló para hacerla laica y light:
«Inmolarse por Dios fue su destino;/salvar a España, su
pasión entera;/servir al Rey, su vocación y sino».
Bono pronto le meterá mano al Himno de Infantería. Ya que
afirma que prefiere morir antes que matar, seguro que al
ardor le da bicarbonato, como si fuera de estómago y no
guerrero el que «vibra en nuestras voces». Nada digo «del
deber, de la Patria y del honor»: ¡ocho días de arresto!
Mientras tanto, al himno de la Escuela Naval, que es el de
la Armada, le ha metido la pluma de dejar versos cojos y
hacerlos mutilados por la Patria. A Bono no le gusta. La
letra decía, con versos rotundos y sonoros, anda que están
malamente de metro, ritmo y rima: «Por ti, Patria, por ti
sola,/mi vida a los mares di;/ por ti al peligro ofrecí/mis
obras y pensamientos./¡En la rosa de los vientos/ me
crucifico por ti!» Bono dice que de crucificarse, ni mijita.
Ahora es «Me glorifico por ti». Y en el final, donde los
versos que llevan la música dentro decían «Crucemos los
mares de espuma floridos,/delante la gloria, la leyenda en
pos,/debajo las voces de nuestros caídos/y arriba el mandato
de España y de Dios, de España y de Dios», a España y a Dios
los manda Bono a tomar viento, a ganar barlovento, vamos, y
hace cantar: «Y por siempre la Armada que canta al valor»,
que ni llega ni pega. Al quitar todo lo que no le gustaba,
se ha cargado la esencia del hermoso poema.
Y ahí quiero llegar. Lo que ha hecho Bono con el Himno de la
Armada está tipificado en el Código Penal. Es un presunto
atentado contra la propiedad intelectual. En Estados Unidos,
los «hackers» malagueños entran en el sistema de la Armada y
lo toquetean. En España, los «hackers» ministeriales
manchegos entran en el himno de la Armada. Como un «hacker»,
Bono ha toqueteado la letra de un himno registrado en la
SGAE, con sus autores. La letra es de José María Pemán; la
música, de Germán Alvarez-Beigbeder (1882-1968), músico
mayor de la Armada, director de Conservatorio, hijo
predilecto de Jerez, uno de los grandes sinfonistas
españoles contemporáneos. No digo ya la memoria de la
Armada, el recuerdo del repeluco de ese himno cantado por
los guardiamarinas en la gaditana iglesia de Santo Domingo
cuando recogen a la Virgen Galeona para embarcarla en el
«Juan Sebastián Elcano» y surcar la mar que nos trajo «en
Lepanto la victoria/ y la muerte en Trafalgar». No digo que
nada de esto deba protestar, que también. Pero quienes
tienen que denunciar a Bono por alterar sustancialmente una
obra artística registrada son los herederos de Pemán y los
herederos de Alvarez-Beigbeder. Entre éstos, el
inspiradísimo compositor Manuel Alejandro Alvarez-Beigbeder.
Que a ver si de paso le canta a Bono lo suyo de «Háblame del
mar, marinero» y por fin el ministro nos cuenta la honrosa
verdad de la fragata «Alvaro de Bazán».
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