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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Barbaridad a orillas del río

Tal estirón están dando los alrededores de Sevilla que les pasa como a los niños chicos: que si dejamos de verlos un tiempo, no los reconocemos al volverlos a encontrar. Tal me ha ocurrido yendo a La Puebla (de José Pablo Ruiz y de Lora), pasando por Coria del Río (de Andrés Martínez de León y de Ruiz Sosa).

Hacía tiempo que no iba río abajo hacia la marisma, por el bellísimo paisaje marismeño. Hacía tiempo que no seguía la carretera de San Juan de Aznalfarache hasta los albures de Coria o el arroz con pato de las ventas de la marisma. Hasta el hermoso paisaje del rincón de los lirios que peina el viento verde de los poemas de ambos Rafaeles Peralta, padre e hijo. El ruedo sin fronteras del verso de Aquilino Duque, de la cuna de Joselito. La vega de Gelves, de Palomares, de Coria, de La Puebla me ha dado horror. Es un territorio tristemente conquistado por la recalificación, por la especulación, por la densificación salvaje de la edificación. A ambos lados de la carretera flamean las victoriosas banderas urbanizadoras de las promociones, que están convirtiendo el hermoso vergel de naranjales y huertas en un segundo Aljarafe, con bloques de pisos, con tiras infinitas de casitas adosadas, con polígonos de servicios a los que ponen de mote «industriales».

Si quieren ver el Guadalquivir pasar hermosamente lento por Gelves, como un lorquiano buey de agua, dénse prisa. De aquí a nada, desde San Juan de Aznalfarache a La Puebla del Río todo será una inmensa calle. Una nueva Avenida de Coria. Menos densificada que la verdadera y trianera Avenida de Coria del Barrio León y de Casa Maera. Con el tiempo, no habrá solución de continuidad en las edificaciones, desde San Juan a La Puebla.

¡Más necesidades de servicios para Sevilla capital, que esto es la guerra del disparate adosado! Porque pasas, ves esa barbaridad que están construyendo, y piensas que allí dormirán por lo menos 100.000 mil criaturas más, que echarán el día de trabajo, de servicios o de ocio en Sevilla capital. Los que vivan en esta barbaridad ribereña, en este crimen urbanístico contra el Guadalquivir, pagarán el IBI, la basura, la tasa de entrada de vehículos en los ayuntamientos de Palomares, de Coria, de Gelves, de La Puebla, que se están haciendo riquísimos con tanta licencia de obra dada a peluz. Esos vecinos incrementarán el censo de esos ayuntamientos, que recibirán por ello más parte proporcional de los presupuestos. Pero después, todos esos contribuyentes ribereños, al igual que los del Aljarafe, vendrán a Sevilla cada día, a originar gastos al Ayuntamiento de la capital. El Ayuntamiento les tendrá que buscar carriles de acceso para sus coches; avenidas para evitar tapones y caravanas; transportes públicos; estacionamientos; plazas de colegios concertados para los niños; tendrá que barrerles las calles que ensuciarán. Hasta un pirulí de la Habana tendrá el Ayuntamiento de Sevilla que buscar para los que se vayan a vivir a Gelves, a Palomares, a la insostenible invasión de cemento de la ribera marismeña, que da terror.

Y sin el viejo tranvía. Al pasar por Gelves, la antigua estación me recordó lo útil que hubiera sido ahora el tranvía que entonces quitaron como signo de modernidad. El tranvía que iba del Altozano a La Puebla no contaminaba, no colapsaba la circulación, era puntual y exacto. Y ahora aliviaría los atascos de los puentes de San Juan y de la S-30, en esa destruida ribera marismeña cuyo crimen urbanístico es mucho más sangrante que el del Aljarafe. Porque la sangre del disparatón llega al río, al gran río, gran rey destronado y destrozado de Andalucía.




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