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Parece
que hasta que conviertan al Paseo Colón en un mueble-bar
lleno de broncíneas figuritas de Lladró no van a parar.
Oído, cocina de los escultores:
-¡Que sea una de monumento a Chicuelo!
-¡Marchando!
Conste que creo firmemente que Manuel Jiménez «Chicuelo», el
padre de Rafaelito Chicuelo (cuyo capote rimaba con
caramelo), el marido de la olvidada Dora la Cordobesita,
merece todo honor y gloria en la historia del toreo. El
toreo sevillano es una línea continua, que sólo pueden
sobrepasar los genios cuando se echan la muleta a la
izquierda. En la genialidad del toreo en Sevilla se circula
por la izquierda, al natural. Los derechazos aquí se les han
dejado siempre a los poderes fácticos, a las cofradías, al
Aero, al arzobispo.
Pepe Hillo aparte, esa línea continua del evangélico Toreo
Según Sevilla arranca en el siglo XX en Juan Belmonte, sigue
con Chicuelo, la continúa Pepe Luis Vázquez, llega a Curro
Romero. Tienen, pues, su monumento todos los eslabones de la
cadena, menos Chicuelo. (De por medio queda Manolo González;
supongo que su sobrino el Cura Ignacio le hará un monumento
verbal en el pregón, delante de la Esperanza de la
Trinidad).
Chicuelo es la suprema contradicción de los retruécanos
barrocos de Sevilla. Se dice Chicuelo y se piensa en la
Alameda, en su cama de matrimonio de plata. En la Alameda,
los vuelos de la chicuelina envuelven la mecedora de la Señá
Gabriela, el cante de los cuartos de La Sacristía, los
galgos de Manuel Torre, el bulto del padre del Caracol.
Bueno, pues el torero de la Alameda nació en Triana, en la
calle Betis. Razón por la cual espero que su estatua no la
pongan en el mueble-bar torero del Paseo Colón, en esta moda
de los monumentos.
Entre los que me dice un lector que falta uno principal,
manque no taurino: el monumento al sistema métrico decimal.
Me lo sugiere este señor, tras mi invitación a proponer
monumentos: «Me extraña mucho que los nazi-onalistas, tan
atentos al hecho diferencial y a la secular opresión de la
que han sido objeto por parte del resto de los pueblos
peninsulares e insulares, no hayan caído en la cuenta de
inventar un sistema propio de pesos y medidas que con una
tradición milenaria (de anteayer) certifique el pedigrí
diferencial y la opresión soportada. Así como en la antigua
Grecia el patrón de longitud de los estadios era un múltiplo
de la medida del pie de Aquiles, aquí se me ocurre como
unidad de medida de los líquidos (en vaso largo) el maragal.
Y así al ir a la gasolinera, en vez de pedir cincuenta
litros de gasoil pediríamos dos maragales y medio. Pero este
volumen es demasiado grande, por lo cual habría que recurrir
a múltiplos y submúltiplos como el carod, que es un
veinteavo de maragal, y el montilla, que son diez maragales.
Y continuando con patrones, le puede hacer llegar al gran
timonel de la tercera modernización que use como criterio de
financiación de las autonomías, no el PIB, ni la renta per
capita, ni el censo de habitantes, sino el número plazas de
toros. Criterio tan defendible como los anteriores, puesto
que el uso de uno u otro no tiene otra finalidad que sacar
más tajada que los demás y es tan objetivo como ellos. Con
este patrón de reparto sí que seríamos los andaluces los que
más trincásemos».
Eso, por lo que respecta a Andalucía. Y por lo que respecta
a la ciudad de Sevilla, pues está clarísimo. Para poder
apoquinar todos los servicios que debe prestar a quienes
pagan sus impuestos en el Aljarafe o en la orilla coriana
del río, el Ayuntamiento debe pedir que el reparto de los
presupuestos debe hacerse entre las ciudades según el número
de monumentos tipo porcelana Lladró que tengan en sus
calles. (Ea, don Alfredo, mire usted cómo gracias a Chicuelo
y a Manolo Vázquez vamos a solucionar el problema
presupuestario).
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