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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¡Todos hasta las trancas!

EN el divertido «Diccionario para un macuto», García Serrano recuerda una frase de los frentes de la guerra civil: «Las laureadas las ganan Domecq y González Byass». Es voz común que en Sevilla el 23-F lo abortó Johnny Walker. Sanz Pastor, entonces delegado del Gobierno de la UCD, podría contar alguna historia para no dormir de aquella noche en que nadie pudo conciliar el sueño. En el Congreso habían dicho los asaltantes picoletos de Tejero lo de «¡todos al suelo!». Aquí, sin que nadie hubiera asaltado nada, ¡todos hasta las trancas! Por las patas abajo. Habían sido repostados y municionados los carros de combate de la Guzmán el Bueno. Si no llegaron a la Plaza Nueva y Sanz Pastor no fue una segunda edición de Varela Rendueles, fue gracias a Johnny Walker y a Su Majestad el Rey.

Así fue la verdad, que ya manipulan en plan Memoria Histórica: la pistola de Sanz Pastor amartillada sobre la mesa de su despacho, mirando a sus vecinos de la Plaza de España. Urge escribir toda esa Historia antes que nos la inventen, como han hecho en el Congreso. Los que no vivieron aquel miedo, un 18 de julio con tricornios, pueden llegar a creerse la falseada reescritura de la Historia que ha aprobado el Congreso de los Diputados, por unanimidad, con los cara de jotes del PP tragando: «La carencia de cualquier atisbo de respaldo social, la actitud ejemplar de la ciudadanía, el comportamiento responsable de los partidos políticos y de los sindicatos, así como el de los medios de comunicación y, particularmente, el de las instituciones democráticas, tanto la encarnada por la Corona como por las instituciones gubernamentales, parlamentarias autonómicas y las municipales, bastaron para frustrar el golpe de Estado».

Pues al contrario del Pozí: ponó. Quien frustró el golpe fue el Rey, en solitario. Si no llega a ser por el Rey, el Pizjuán hubiera sido quizá un estadio a la chilena, con Carlos Cano de Víctor Jara. La ciudadanía no tuvo actitud ejemplar alguna. Hasta las trancas. Hombre, si por actitud ejemplar entendemos dar cuarenta duros por un agujero donde esconderse, entonces, sí. En Sevilla no hubo comportamiento responsable alguno de las instituciones autonómicas y municipales, que se quitaron de enmedio. En las sedes de los partidos, fumata blanca de quemar papeles. Ya digo: por las patas abajo.

Nunca tantos se fueron tan urgentemente hacia Villa Real de San Antonio, y no precisamente a comprar toallas. Lo de «ni está ni se le espera» se aplicó aquí en Sevilla a los cargos democráticos con respecto a sus despachos, con rarísimas excepciones, como la del caballerazo alcalde Uruñuela. Los que más corrían, los sindicatos. Cuanto más rojos, más corrían. Corríamos todos. Servidor estaba en la redacción de ABC cuando desde Granada me llamó Carlos Cano. Me dijo, nerviosísimo:

-Cojo el coche y me voy ahora mismo para tu casa, porque a mí no me pasa aquí en Granada como a García Lorca.

Sin la A-92 todavía, cómo correría Cano por la carretera, que en dos horas y media estaba en mi casa de Nervión. Una tontería. Hubieran tenido dos por el precio de uno. Cano fue el espejo donde vi mi propia imagen del miedo. Cuando en la vieja radio de Paco Otero en la redacción de ABC, Ignacio Martínez sintonizó Radio Nacional y sonó, 36 puro, la marcha militar de «Los voluntarios».

Ayer, Ignacio Martínez, junto a José Antonio Carrizosa, me evocaba aquellas horas inciertas en la redacción:

-Yo no sentí miedo hasta que vi cómo al escuchar «Los voluntarios» por Radio Nacional se te cambió la cara. Se te puso cara de paredón.

Si en Madrid todos al suelo, aquí, todos hasta las trancas. ¿No vamos a ser monárquicos, si diga lo que diga la indignante mentira histórica del Congreso fue el Rey quien nos devolvió este bendito aire de libertades que podemos seguir respirando (aunque con alguna totalitaria disnea separatista) veinticinco años más tarde?




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