Me
encantaría que Sevilla estuviera en el Libro Guinnes como la
ciudad que mejor cuida su conjunto monumental, como la más
limpia del mundo, la menos insegura, la que dispone de un
mejor sistema de transporte público, la que no padece
embotellamiento alguno, ni retenciones cuando los que viven
en su extrarradio vienen a trabajar por las mañanas.
Me encantaría que Sevilla
estuviera en el Libro Guinnes como la ciudad que mantuvo
vivos y abiertos todos sus cafés, de La Perlita a La Punta
del Diamante. O como la que más protege y subvenciona su
comercio tradicional, de modo que Maquedano, Joyería Reyes,
El Cronómetro, Félix Pozo, Confitería La Campana, el Laredo,
Casa Morales, El Rinconcillo y todo el refinado catálogo de
establecimientos goza de absolutas exenciones fiscales, su
conservación corre por cuenta de los presupuestos de Cultura
y todos han sido distinguidos con la Medalla de la Ciudad,
por cuanto marcan su carácter.
Me encantaría que Sevilla
estuviera en el Libro Guinnes como la ciudad donde no se
cerró un solo teatro, donde están abiertos el San Fernando y
el Alvarez Quintero, y con función diaria el Cervantes y el
Coliseo, mientras mantiene todo el censo de salas de cine
históricas: Llorens, Palacio Central, Pathé...
Me encantaría que Sevilla
estuviera en el Libro Guinnes como la ciudad que más cuida
sus jardines, figurando en el registro el Parque, los
Jardines de Murillo, los de San Telmo, el romántico salón de
Cristina. Y como la que más sabe conservar el conjunto de
sus edificaciones populares en los barrios históricos, sus
murallas, su río.
Me encantaría que Sevilla
estuviera en el Libro Guinnes como la ciudad donde la gente
es más culta, donde hay más librerías por cada cien
habitantes, más salas de conciertos, donde más se ayuda,
protege y honra a los pintores, a los escultores, a los
actores, a los escritores, a los artistas todos.
Me encantaría que Sevilla
estuviera en el Libro Guinnes como la ciudad donde menos
casos de mujeres maltratadas se dan, donde no se registra un
solo asunto de maltrato a niños por parte de padres
desnaturalizados, donde no hay un solo atraco, ni asalto, ni
robo, ni tiroteo.
Me encantaría que Sevilla
estuviera en el Libro Guinnes como la ciudad del mundo donde
la gente es más feliz.
Pero está, ay, como la ciudad
que ha conseguido reunir a un mayor número de autoconvocados
chavales borrachucios bebiendo a caño libre en la vía
pública toda suerte de licores, litronas, calimochos, y
rebujitos de alta graduación. Y dejándolo todo luego de
pena, lleno de vasos de plástico rotos, sucio de bolsas de
la compra de la alcohólica ingesta, con micciones en cada
rincón y vomitonas en cada portal. Y como el género humano
comete estupideces, tonterías y marcas del libro Guinnes,
hay ciudades que no admiten la tristísima supremacía
hispalense en el ágora de la pública cogorza colectiva, y le
quieren arrebatar a Sevilla esta ominosa marca, para lo cual
convocan por medio de las últimas tecnologías
macrobotellones de desafío, ligas de campeones de las
borracheras, finales de Copa de los pasados de copas,
olimpiadas de vomitonas. Ojalá.
Ojalá sea Sevilla ampliamente
derrotada en esta absurda, inútil y dañina competición de la
degradación colectiva de toda una generación. Que dice que
es muy progresista, muy solidaria, que cuida mucho el medio
ambiente, pero que, educada en la absoluta falta de valores,
se está destrozando el hígado y perpetuando la peor imagen
de Sevilla como la ciudad de la juerga perenne, venga Feria,
venga Semana Santa, venga Rocío, vengan botellones.
Coda sobre el cartel taurino.
Ya sabemos qué es. Lo ha sentenciado un macareno del
Sentencia: «Es un yogur con dos moscas».
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