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Con
su mejor intención, el presidente de los vecinos del Arenal
me dijo hace un par de semanitas, enseñándome una papela del
Ayuntamiento:
- Por fin hemos conseguido que le pongan Baratillo a la
calle Circo...
Como me suspendieron en Ojana Sevillana y nunca logré
aprobarla, le respondí que me parecía fatal. Y se lo razoné.
El Baratillo nunca fue una calle, sino un lugar del Arenal.
Un monte en el ejido de la orilla del Puerto y Puerta de las
Indias, de los galeones de la Carrera de Indias, por donde
Sevilla se abría al Nuevo Mundo. Ponerle el nombre de todo
El Baratillo a una sola calle es empequeñecer la Historia.
Dije al dirigente vecinal:
- Empleen mejor su loable cívico ardor en rescatar el
callejero histórico del barrio. Pidan que García de Vinuesa,
el Alcalde Palanqueta que derribó las murallas, vuelva a ser
la Calle de la Mar. Y que el lírico nombre de Calle del
Ancora no siga oculto por el de una poetisa fulastrona como
Antonia Díaz, cuyo único mérito fue casarse con el rico e
influyente Lamarque Novoa. Y pidan que el Paseo Colón vuelva
a ser Paseo de la Marina. Así, el callejero volverá a ser
como un poema marinero: desde La Punta del Diamante, por la
calle de la Mar y la Puerta del Arenal, llegaremos por la
calle del Ancora al Paseo de la Marina.
Parece que se ha impuesto la cordura, tras la negativa de la
Real Maestranza, dueña de esa calle, y que no le darán el
nombre de todo El Baratillo a la calle Circo. Vía privada
del Real Cuerpo, cuyos documentos de propiedad tiene desde
1859, integrada en el conjunto de la plaza, cerrada a los
drogotas y a las pintadas con verjas y cancelas.
Si es por esplendor del Baratillo, lo que tenía que haber
hecho la hermandad es no suprimir, como ha hecho este año,
la hermosa costumbre de dejar montados los pasos de la
cofradía en la capilla, abierta todas las tardes de toros
hasta que se arrastraba el último de Miura en la Feria. ¿No
hablan del sentido de evangelización de las hermandades?
Pues los pasos de La Piedad y de La Caridad, montados en la
capilla, como si acabasen de entrar tras su estación del
Miércoles Santo, abiertos a la contemplación y oración
cuando la gente iba o venía de los toros, descubrían la
Semana Santa al forasterío. ¿Cuántos visitantes que iban a
los toros sólo por conocer la fiesta y la plaza no habrán
podido saber también a lo largo de los años cómo son los
pasos cofradieros, admirando los del Baratillo en su abierta
capilla?
Un silencio de recogimiento. El brazo inerte del Cristo de
La Piedad sobre el blanco sudario. La plata del palio de La
Caridad. La gente se paraba. Se santiguaba. Rezaba. Dejaba
unas monedas en el cepillo. Le daba al ojo de la belleza de
Sevilla. Algunos curioseaban, guía en mano, el San José que
regaló a su cofradía un hermano que se llamaba Pepe Hillo.
Ahora, mucha pretensión del nombre de la hermandad para la
calle Circo, pero la puerta de la capilla está cerrada a cal
y canto en estas tardes de toros. Los pasos fueron
desarmados. ¿Tanto hubiera costado continuar la devota
costumbre del Arenal? Lo de siempre: acabamos con las más
hermosas tradiciones por el afán de protagonizar la
innovación. La traición de la vanidad por el gerundio de una
lápida: «Siendo hermano mayor...»
(Ahora, que para fastidios por pasar a la posteridad con un
gerundio, Don Alfredo con el suyo del crimen de la Avenida,
que es como el de las estanqueras, pero con tranvía al ya te
veré: «Siendo alcalde Monteseirín se cerró esta Avenida en
la ciudad del Rey San Fernando, y ahora un ratito a pie y
otro andando, y a los sevillanos que les vayan dando, ya que
lo siguen votando».)
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