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del Senado Hispalense, por el teletipo de los crisantemos.
Crespones negros en el SPQH de los números 1. Como los
sevillanos somos tan exagerados, vamos a echar a volar el
pandero de la imaginación. Hay un sevillano tan sevillano
que es hermano número 1 del Gran Poder y socio número 1
del Sevilla F.C. En la profunda y verdadera ciudad de los
silencios, casi nadie sabe que se reúnen en una misma
persona esos dos títulos de grandeza sevillana, ambos tan
del mismo lado de la ciudad apolínea. La clásica Grecia
interior de la exterior Ciudad de la Gracia.
Imaginemos más exageraciones
todavía: ese sevillano del fagamos una ensoñación tal es,
además, título nobiliario. Pero de los más ilustres.
Falso. No de Castilla: de bola. Del Elenco de Títulos
Falsos del Reino de Sevilla. Como el Marqués de las
Cabriolas, el Conde de las Natillas, la Marquesa de
Morales, el Marqués de Morón o el Conde de la Enea. El
título del sevillano de nuestra exageración es una baronía
falsa, concedida por la ciudad verdadera, que a otros
puede sonarle a mote o a chufleteo, pero que hasta sus
amigos y admiradores me han animado a que lo deje escrito
respetuosamente en el papel en esta hora funeral.
Sí, al Senado Hispalense de
los números 1 de las cofradías se le ha muerto una
exageración, más profundamente sevillano no podía ser. A
los 87 años ha muerto don Rafael Fernández de la Concha
Castañeda. Era el número 1 de la hermandad del Gran Poder.
Era el socio número 1 del Sevilla F.C.
-¡Toma castaña!
Por ahí va la cosa, porque
el bueno, el elegante, el simpático don Rafael, a cuya
memoria presento todos mis respetos, era quizá también el
número 1, el más antiguo, el superviviente de los falsos
títulos nobiliarios: se escribía Rafael Fernández de la
Concha Castañeda, pero la ciudad pronunciaba su nombre,
con toda admiración y cariño, como el Barón de la Castaña.
Una época entera de Sevilla
se ha muerto con El Barón, que tanta personalidad tenía,
que bastaba que dijeras eso, El Barón a secas, para que
todos supieran a quién te referías. En la generación de
sus padres hubiera sido «un distinguido sportman». De
distinción y elegancia, toda. El Barón de la Castaña era
como un viejo actor de cine, sin otro Hollywood que la
acera de la Avenida donde ejercía su baronía, de la barra
de Fillol a los veladores de la cafetería Festival o a la
Parrilla del Cristina. El Barón era gente, y buena gente.
Tan virtuoso y celoso de su soltería en la Sevilla
casamentera de los matrimonios por apaño y arreglo de
haciendas, que fundó en la Feria del Prado la más
arriesgada caseta: la de Los Solteros. El Barón era el
símbolo de Los Solteros en la Sevilla casamentera de
Pechojierro y de La Niña Bombón de Heliópolis, de los
paseos enamoridizos por la Avenida y la calle Tetuán, de
Casa Guardiola al Palacio Central. Y su Betis Tenis Club.
Lo único bético en la vida del Barón era el nombre oficial
de su club del Porvenir. Otro gran retruécano de la ciudad
barroca: no había nada más sociológicamente sevillista que
el Betis Tenis. Donde ahora lo evoco en tierra batida de
mañanas de campeonatos o tardes de bailes sociales, cuando
en aquel chalé que parecía un club inglés de oficiales de
la Segunda Guerra Mundial iba y venía en su dominador
señorío el Barón, llevando en la mano su cetro del vaso de
la obligatoria media combinación.
Sevilla es a veces una
exageración. Se nos ha muerto una de las últimas
exageraciones: el número 1 del Gran Poder y del Sevilla,
que era exagerado de amigo de sus amigos, en cuya memoria
yo ahora, Paco Ferraro, Jerónimo Fuentes, Pepe Alonso,
Antonio García Corona, me voy a la esquina de la barra de
Fillol, mirando a las niñas que pasan, y pido media
combinación para brindar por el recuerdo del último
caballero andante por la Avenida, al que Sevilla hizo
Barón, toma Castaña.