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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Voz, junto a su mar

S in salir de la provincia de Cádiz, a la que voy llegando desde la otra de las dos grandes partes en que se divide el mundo, desde Sevilla, el camino sembrado de flores de La Chiclanera era un erial al lado de esta carretera de Chipiona, con sus pujantes naves de la flor cortada. Blancas rosas de junio. Rojos, rojos claveles, que están esperando a una niña de faro, viña y moscatel que se le ha muerto a Andalucía.
Y por la radio viene sonando la memoria de la voz de Rocío. Le preguntaban por qué le gustaba tanto volver siempre a Chipiona. Y La Voz imborrable decía:
-Porque allí está mi sangre y mi gente. Y porque me gusta pasear por la playa, y por esas largas avenidas, bajo los árboles. Y sentarme en un banco, y escuchar el día. Y ver el sol que pasa por las ramas de los eucaliptos, y que cae en el suelo como si fueran moneditas de oro, como doblones.
En la chipionera mar de Cádiz, sobre los corrales de garabato y cangrejos moros, uno de estos doblones se está metiendo ahora en el horizonte de falúas y vapores camino de la Barra. El sol atesora su doblón de oro en la alcancía de la memoria de Rocío, cuando ella ya no puede verlo. Cuando es el recuerdo de La Voz el que pasea por la arena de playa.
Estoy en la Itaca de Rocío. Rocío le había puesto el nombre de Chipiona, de su tierra, de su arena, de sus piedras, de sus mareas vacías, de su gente, a toda dicha. A la felicidad. A la vida. La última vez que la vi en aquel atardecer de su vida en Madrid, le dijo a Isabel mi mujer, como quien proclama un sueño de mujer:
-El sábado si Dios quiere voy a Chipiona a ver a mi Virgen de Regla.
Ha venido. No aquel sábado de mayo. Este viernes de tantos dolores de junio. A una hora como de ver a la Macarena o de esperar a la Blanca Paloma, Rocío llega junto a su Virgen de Regla. Vienen con ella José, Gloria, José Antonio, Amador, Rosa, Rocío Carrasco. Y toda esa otra gran familia de la España que la quería. Me acerco al torero, al que ha desorejado al toro de la pena. Y está allí José delante de Rocío. Junto a lo que más quería, su gente. Y bajo las que más amaba, las banderas de su España y de nuestra Andalucía. José me dice:
-Fíjate cómo ha acabado viniendo a Chipiona, con las ganas que tenía de volver...
Y es una larga noche la que llega. Y unas claras del día de la pena en la mar que llora. Todas estas olas de la mar de Chipiona son en esta mañana funeral como una ola. Y no quiero señalar qué ola, qué clavel del camino sembrado de flores va cantando, señora, niña, amante, amiga, en la memoria. Sí lo señala el obispo de Jerez. De Jerez tenía que ser, frontera de las dos partes del mundo: «Se ha quebrado La Voz de España y de Andalucía, pero ha nacido el silencio sonoro».
Por las largas avenidas donde una niña juntaba los doblones de oro que el sol le daba, se oye ahora ese silencio sonoro. El de su gente. Hay toreros, cantantes, flamencos, políticos, pintores. Están los que le cosieron telas y los que le cosieron versos y compases. Y está su gente. Y está su mar. Ya la traen, paso racheado de la cuadrilla de Regla, bajo el palio de un azul de marismas rocieras del cielo. Y desde aquí, desde los cipreses del cementerio de San José, oigo el silencio sonoro que proclamó el obispo con la Palabra de la que Rocío dio testimonio, cantándola y viviéndola. Hasta se ha parado el viento. Una juradista me dice:
-Como en aquellas noches de jazmines del Teatro Pemán de Cádiz, que rompía a cantar y hasta paraba el levante.
Los vientos todos de la rosa de Chipiona se han parado. En este silencio sonoro. Junto a su mar. Rocío, que lo dio todo, ya está empezando de nuevo. La vida de la inmortalidad. Junto a una madre que descansa porque sabe que la niña ya no vendrá tarde a casa. Sentada en el banco de este parque. Y oyendo el crujido del mar.

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