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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Domingo de silencio y vencejos

Escribo en Domingo de Pentecostés. Traducido al sevillano, en Domingo del Rocío. Allí se han ido todos. Se cumple la novedad que daba el Asistente cuando el Jueves Santo rendía la ronda ante la Mitra en la puerta de San Miguel: «La ciudad está sosegada y en calma, como corresponde a la festividad del día». Así, sin nadie por las calles, estaría seguramente aquella Sevilla de la que don Juan de Mata Carriazo nos hablaba en clase, cuando San Fernando estaba a punto de ser conquistado por ella, tenía sus tropas acampadas en San Bernardo y ya se habían ido todos los moros que se quisieron ir, huyendo de la quema.
Sevilla vacía. Avenecianada. Sí, con más turistas que sevillanos, como en Venecia hay siempre más turistas que venecianos. Este domingo en que ni se da novillada me recuerda a unas horas semejantes. Las llamo Horas de Carretería: las de mediodía o prima tarde del Viernes Santo, cuando todo el mundo está descansando tras la Madrugada, horas de vigilia de bacalao con tomate en las que El Arenal recobra vida para ver salir a La Carretería.
Domingo para mirar los cielos y escuchar mejor que nunca el concierto de los vencejos. La primavera de Sevilla tiene un azahar vivo y sonoro: los vencejos. Hermosura mucho más perdurable que los naranjos en flor. Son los que le quitaron las espinas al Señor cuando quebraba albores camino de San Lorenzo. Y se han quedado aquí, gozando las rosas de aquellas espinas. Humildes vencejos con los que Bécquer se desnortó y los confundió con las golondrinas. Menos mal que en el mismo becqueriano barrio de San Lorenzo, José Joaquín León le ha enmendado la plana en su bello pregón soleano de la Cruz. Cruz de mayo sevillana, cofradiera y literaria que en mi patio de la Casa de los Bucarelis levanté. En este Domingo de Rocío los altos vencejos me traen en su pico un papel con las bellas palabras de José Joaquín, León tenía que ser, como tío Rafael:
«Revolotean impacientes por los aledaños de la torre y por los alrededores de la plaza, pero no se van muy lejos. El vencejo es el pájaro cofrade por excelencia y siempre se le ha vinculado con San Lorenzo. Al vencejo de San Lorenzo lo echamos a volar con el pelícano del Amor, o con el águila imperial del trono macareno de la Sentencia y seguro que les gana. Porque es de verdad, auténtico; y además porque es imbatible y vuela más alto que nadie. Por las noches desaparece, pero no se duerme en los tejados y las azoteas de San Lorenzo, sino que se va más arriba todavía, a los cielos que ellos han ganado para ver desde lo más alto al barrio de noche, como un punto de luz que se extingue. Y no vuelven hasta el amanecer, porque se quedaron con la nostalgia de una aurora en la que iba a salir el sol y los cegó una luz aún más poderosa, la de un Señor abrazado a una cruz que iba de vuelta por la plaza en silencio. Desde entonces bajan en cada amanecer, para ver si otra vez pueden acompañar con sus vuelos el paso decidido de ese hombre que es Dios. Pero no lo ven. Y así vuelven un día, y otro día, y otro día, nostálgicos y abrumados, hasta que se desesperan, y emprenden la emigración cuando pasan los días más calurosos del verano. Pero volverán. Los vencejos de San Lorenzo vuelven siempre para marzo, son heraldos de una nueva primavera. Los ornitólogos dicen que son aves migratorias, que vienen al comienzo de la primavera y se van cuando el verano alcanza su plenitud. Pero no es exactamente así. No son aves migratorias. Son pájaros capillitas, que vienen todos los años en primavera Se les han grabado imborrables recuerdos, entre las tardes y el amanecer, y aprovechan para quedarse por San Lorenzo durante toda la primavera, y ya no se pierden una cruz de mayo, ni una procesión eucarística Los vencejos de San Lorenzo deben ser considerados como una especie cofradiera protegida.»

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