Escribo
en Domingo de Pentecostés. Traducido al sevillano, en
Domingo del Rocío. Allí se han ido todos. Se cumple la
novedad que daba el Asistente cuando el Jueves Santo
rendía la ronda ante la Mitra en la puerta de San Miguel:
«La ciudad está sosegada y en calma, como corresponde a la
festividad del día». Así, sin nadie por las calles,
estaría seguramente aquella Sevilla de la que don Juan de
Mata Carriazo nos hablaba en clase, cuando San Fernando
estaba a punto de ser conquistado por ella, tenía sus
tropas acampadas en San Bernardo y ya se habían ido todos
los moros que se quisieron ir, huyendo de la quema.
Sevilla vacía. Avenecianada.
Sí, con más turistas que sevillanos, como en Venecia hay
siempre más turistas que venecianos. Este domingo en que
ni se da novillada me recuerda a unas horas semejantes.
Las llamo Horas de Carretería: las de mediodía o prima
tarde del Viernes Santo, cuando todo el mundo está
descansando tras la Madrugada, horas de vigilia de bacalao
con tomate en las que El Arenal recobra vida para ver
salir a La Carretería.
Domingo para mirar los
cielos y escuchar mejor que nunca el concierto de los
vencejos. La primavera de Sevilla tiene un azahar vivo y
sonoro: los vencejos. Hermosura mucho más perdurable que
los naranjos en flor. Son los que le quitaron las espinas
al Señor cuando quebraba albores camino de San Lorenzo. Y
se han quedado aquí, gozando las rosas de aquellas
espinas. Humildes vencejos con los que Bécquer se desnortó
y los confundió con las golondrinas. Menos mal que en el
mismo becqueriano barrio de San Lorenzo, José Joaquín León
le ha enmendado la plana en su bello pregón soleano de la
Cruz. Cruz de mayo sevillana, cofradiera y literaria que
en mi patio de la Casa de los Bucarelis levanté. En este
Domingo de Rocío los altos vencejos me traen en su pico un
papel con las bellas palabras de José Joaquín, León tenía
que ser, como tío Rafael:
«Revolotean impacientes por
los aledaños de la torre y por los alrededores de la
plaza, pero no se van muy lejos. El vencejo es el pájaro
cofrade por excelencia y siempre se le ha vinculado con
San Lorenzo. Al vencejo de San Lorenzo lo echamos a volar
con el pelícano del Amor, o con el águila imperial del
trono macareno de la Sentencia y seguro que les gana.
Porque es de verdad, auténtico; y además porque es
imbatible y vuela más alto que nadie. Por las noches
desaparece, pero no se duerme en los tejados y las azoteas
de San Lorenzo, sino que se va más arriba todavía, a los
cielos que ellos han ganado para ver desde lo más alto al
barrio de noche, como un punto de luz que se extingue. Y
no vuelven hasta el amanecer, porque se quedaron con la
nostalgia de una aurora en la que iba a salir el sol y los
cegó una luz aún más poderosa, la de un Señor abrazado a
una cruz que iba de vuelta por la plaza en silencio. Desde
entonces bajan en cada amanecer, para ver si otra vez
pueden acompañar con sus vuelos el paso decidido de ese
hombre que es Dios. Pero no lo ven. Y así vuelven un día,
y otro día, y otro día, nostálgicos y abrumados, hasta que
se desesperan, y emprenden la emigración cuando pasan los
días más calurosos del verano. Pero volverán. Los vencejos
de San Lorenzo vuelven siempre para marzo, son heraldos de
una nueva primavera. Los ornitólogos dicen que son aves
migratorias, que vienen al comienzo de la primavera y se
van cuando el verano alcanza su plenitud. Pero no es
exactamente así. No son aves migratorias. Son pájaros
capillitas, que vienen todos los años en primavera Se les
han grabado imborrables recuerdos, entre las tardes y el
amanecer, y aprovechan para quedarse por San Lorenzo
durante toda la primavera, y ya no se pierden una cruz de
mayo, ni una procesión eucarística Los vencejos de San
Lorenzo deben ser considerados como una especie cofradiera
protegida.»