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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Paz es un hospital, ¿no?

LO de la Asociación de Víctimas del Terrorismo es Juan Ramón Jiménez puro, hasta con su ortografía: «Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas». Convocan a una rebelión cívica. ¿Dónde tenemos que firmar los que nos libramos del tiro en la nuca del Comando Andalucía gracias al quite que nos hizo un Señor que tiene su casa en el barrio de San Lorenzo? Y en la llamada a esa rebelión, hacen algo estrictamente revolucionario. A saber:
1. Tener memoria.
2. Llamar a las cosas por su nombre.
Memoria, memoria... Como la historia que cuenta el cantautor Benito Moreno, el del himno al hincha del transistor en la sintonía de «El larguero». Lo del viejo de 80 años que le hizo el amor a su parienta y no había el hombre terminado de hacer uso del matrimonio cuando de nuevo requebró y requirió de amores a la abuela, que le dijo:
-¿Pero no te acuerdas que lo acabamos de hacer?
-Eso es lo único que me falla a mí con los años, la memoria...
¡Cuánta Memoria Histórica para unas cosas y qué poca para otras! No con tantos años como el amnésico vejete de la afición fornicadora, sino sólo con dos de ejercicio y servidumbre del actual oprobio gubernamental, eso es lo que le falla a España: la memoria. La memoria de aquella nación conmocionada y paralizada (ahora en julio será el cabo de año), cuando nos sentíamos impotentes para evitar que sonara el tiro en la nuca que nos devolviera muerto a Miguel Ángel Blanco en los caminos de un pinar del corazón de España al que llamamos Vasconia. Nos falla la memoria para recordar que entonces resistimos, y que por no claudicar y conceder menos de la tercera parte de un cuarto de la mitad de lo que ya le han dado a la ETA por debajo de la mesa, asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Si entonces se le hubiera concedido a la ETA la tercera parte de un cuarto de la mitad de lo que ya han dado al cumplimiento de las sentencias de Otegui, Miguel Ángel Blanco estaría ahora tan feliz, en su casa, con su gente, tocando la batería con las baquetas que su novia llevaba en el entierro de aquella España con el corazón en un puño apretado de coraje e impotencia.
Y si es absolutamente revolucionario el ejercicio de la memoria, nada digo el correcto uso del Diccionario. Frente a la claudicación ante la ETA, las Víctimas del Terrorismo ponen el dique moral del DRAE. Nada más revolucionario que el Diccionario. Llamar a las cosas por su nombre, frente al trile gramatical de un Gobierno que les concede a los asesinos los beneficios penitenciarios y los beneficios de los falsos sinónimos (el terrorismo es ahora «la izquierda abertzale»). La AVT dice que de «proceso de paz» nada: proceso de rendición. ¿Qué paz ni qué paz? ¿Contra qué nación soberana hemos estado en guerra para que firmemos un armisticio? ¿Qué victoria ha habido, para que presuman de haber conseguido la paz?
No, mire usted, don Zapatero: paz, paz, lo que se dice paz, aquí no hay más paz que La Paz, el hospital de Madrid. Lo suyo es rendición. O el nombre del Nobel que quiere ganar a costa de la sangre de mil asesinados. ¿Nadie le ha comparado su paz, don Zapatero, con los famosos XXV Años de Paz de Franco? Cuando oigo hablar de paz me pasa como a Carlos Dávila, que no sabe si comprarse un coche o ponerle un manillar al bidé. Porque esto no es la paz, y la AVT lo ha dicho alto y claro. El clásico diría: «Construyeron un cementerio con los cadáveres de mil víctimas inocentes y lo llamaron paz». Con razón no fue don Zapatero al Día de las Fuerzas Armadas. Quiere que la bandera de España no sea la constitucional roja y gualda, sino la bandera blanca que ha sacado para rendirse ante los asesinos.

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