LO
de la Asociación de Víctimas del Terrorismo es Juan Ramón
Jiménez puro, hasta con su ortografía: «Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas». Convocan a una rebelión
cívica. ¿Dónde tenemos que firmar los que nos libramos del
tiro en la nuca del Comando Andalucía gracias al quite que
nos hizo un Señor que tiene su casa en el barrio de San
Lorenzo? Y en la llamada a esa rebelión, hacen algo
estrictamente revolucionario. A saber:
1. Tener memoria.
2. Llamar a las cosas por su
nombre.
Memoria, memoria... Como la
historia que cuenta el cantautor Benito Moreno, el del
himno al hincha del transistor en la sintonía de «El
larguero». Lo del viejo de 80 años que le hizo el amor a
su parienta y no había el hombre terminado de hacer uso
del matrimonio cuando de nuevo requebró y requirió de
amores a la abuela, que le dijo:
-¿Pero no te acuerdas que lo
acabamos de hacer?
-Eso es lo único que me
falla a mí con los años, la memoria...
¡Cuánta Memoria Histórica
para unas cosas y qué poca para otras! No con tantos años
como el amnésico vejete de la afición fornicadora, sino
sólo con dos de ejercicio y servidumbre del actual oprobio
gubernamental, eso es lo que le falla a España: la
memoria. La memoria de aquella nación conmocionada y
paralizada (ahora en julio será el cabo de año), cuando
nos sentíamos impotentes para evitar que sonara el tiro en
la nuca que nos devolviera muerto a Miguel Ángel Blanco en
los caminos de un pinar del corazón de España al que
llamamos Vasconia. Nos falla la memoria para recordar que
entonces resistimos, y que por no claudicar y conceder
menos de la tercera parte de un cuarto de la mitad de lo
que ya le han dado a la ETA por debajo de la mesa,
asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Si entonces se le
hubiera concedido a la ETA la tercera parte de un cuarto
de la mitad de lo que ya han dado al cumplimiento de las
sentencias de Otegui, Miguel Ángel Blanco estaría ahora
tan feliz, en su casa, con su gente, tocando la batería
con las baquetas que su novia llevaba en el entierro de
aquella España con el corazón en un puño apretado de
coraje e impotencia.
Y si es absolutamente
revolucionario el ejercicio de la memoria, nada digo el
correcto uso del Diccionario. Frente a la claudicación
ante la ETA, las Víctimas del Terrorismo ponen el dique
moral del DRAE. Nada más revolucionario que el
Diccionario. Llamar a las cosas por su nombre, frente al
trile gramatical de un Gobierno que les concede a los
asesinos los beneficios penitenciarios y los beneficios de
los falsos sinónimos (el terrorismo es ahora «la izquierda
abertzale»). La AVT dice que de «proceso de paz» nada:
proceso de rendición. ¿Qué paz ni qué paz? ¿Contra qué
nación soberana hemos estado en guerra para que firmemos
un armisticio? ¿Qué victoria ha habido, para que presuman
de haber conseguido la paz?
No, mire usted, don
Zapatero: paz, paz, lo que se dice paz, aquí no hay más
paz que La Paz, el hospital de Madrid. Lo suyo es
rendición. O el nombre del Nobel que quiere ganar a costa
de la sangre de mil asesinados. ¿Nadie le ha comparado su
paz, don Zapatero, con los famosos XXV Años de Paz de
Franco? Cuando oigo hablar de paz me pasa como a Carlos
Dávila, que no sabe si comprarse un coche o ponerle un
manillar al bidé. Porque esto no es la paz, y la AVT lo ha
dicho alto y claro. El clásico diría: «Construyeron un
cementerio con los cadáveres de mil víctimas inocentes y
lo llamaron paz». Con razón no fue don Zapatero al Día de
las Fuerzas Armadas. Quiere que la bandera de España no
sea la constitucional roja y gualda, sino la bandera
blanca que ha sacado para rendirse ante los asesinos.