Hijo,
no tienes remedio, pero no te vas a salir con la tuya. No
hay radio que ponga ni televisor que enchufe donde no
salgas con esa perra que has cogido de hacer un corral.
Hasta por los móviles y los interneses lo dices. Que te
crees tú que porque lo repitas tanto con tu guitarra me
vas a convencer. Enseguida voy a dejar que hagas el
dichoso corral.
¿Por qué me habría de tocar
a mí este niño? Todos los hijos quieren que el padre les
compre una amotillo. Pero este hijo mío, no: un corral.
¿No podría ser yo de esos padres que les vienen los hijos
con el «opá, cómprame una amotillo»? ¡Pues no! Me tuvo que
caer la china del puñetero niño del corral. Ojalá se lo
llevara Florito al corral. Cuando, además, aquí ni hay
sitio para corral ni nada. Demasiado tenemos con estos
olivitos para coger las subvenciones que trincamos, a
saber tú lo que va a pasar cuando Europa nos cierre el
grifo.
En otras familias las
desgracias son más llevaderas. Les sale un hijo con
aficiones a la ferretería, que se pone un tornillo en la
nariz, y un aro en la oreja, y una tuerca en el ombligo, y
no quiero ni pensar lo que se ponen en ese sitio que no
quiero ni mentar. O les sale un hijo testigo de Jehová. O
del Barsa. O cosas peores. Hasta mondrigones les salen a
algunos los niños, que es lo que se lleva ahora. Si por lo
menos me hubiera salido un niño Zerolo... Pero no. Me
tenía que caer este jodido niño y la perra que ha cogido
con hacer el corral. Sí, ya sé: se va a hacer rico
cantándome por ahí que viazé un corral. Por mí como si se
la machaca. Pero aquí corral no se hace.
Y es que nadie escarmienta
en cabeza ajena. Cosas de la edad. Yo a sus años también
iba a hacer un corral. Menos mal que mi padre me hizo
entrar en razón. ¡Qué bofetada me pegó! Pero, claro,
entonces había vergüenza, y los padres tenían autoridad. Y
los que les teníamos miedo a los maestros éramos los
niños. Y no como ahora, que los maestros llegan a la
escuela cagaditos de miedo con los niños. Y que no se
atrevan a toserles, porque viene la APA y les dan por el
hopo.
Mira que te lo he dicho,
hijo: ¿para qué vas a hacer un corral? ¡Con lo bonito que
es que vivas como tu padre, que entre el PER y las
subvenciones de los olivitos, y los chapuces por bajo
cuerda, y la pensión no contributiva de tu madre, mira el
BMW que nos hemos comprado sin necesidad de ningún corral!
¿Pero tú estás loco? ¿Qué te crees, que un corral es un
huevo que se echa a freír? ¿Pero en qué mundo vives? ¡Tú
no sabes la que hay que liar de papeleo y de permisos del
Gobierno, de la Junta y del Ayuntamiento para hacer un
corral! Mira, de momento tienes que buscarte a un perito
agrícola, que te haga el proyecto de corral. Y como no
apoquines sus honorarios en el colegio profesional no lo
puedes sacar visado para presentarlo en el Ayuntamiento a
que te den el permiso. Échale un galgo. Espera sentado.
Seguro que a los dos o tres meses te dicen que al proyecto
le falta el estudio de los bomberos. Que los bomberos
deben decir si las gallinas están seguras si hay fuego.
Otra morterada de dinero, de papeleo, más colas. Y luego
te dicen que falta también el estudio del impacto
medioambiental aprobado por la Junta. Que una oficina
técnica del cuñado de uno que yo me sé te tiene que hacer
el informe para Medio Ambiente. Y mucha norma DIN de los
ponederos, y mucho PGOU de la altura máxima de las vallas.
Ah, y el informe de un veterinario. Y un estudio de
viabilidad económica. Y el IBI. Y la escritura. Y cuando
ya te creías que te iban a dar el permiso, ¡la gripe
aviar, y a tomar por saco el corral!
¿Pero tú sabes lo que estás
diciendo, hijo mío, en qué lío te vas a meter? Ni jóvenes
emprendedores, ni principio de la libre empresa, ni
economía de mercado, ni leches. Tú lo que tienes que hacer
es dejarte de corrales, sacarte el carné que se ha sacado
tu padre, votar al alcalde, votar a Chaves, decir «sí» a
los catalanes, hocicar ante la ETA, y...¡a poner la mano,
hijo! El de los nuestros sí que es un buen corral. ¡Menudo
corral!