Oído,
cocina: que sea una de ironía, con guarnición de guasa,
bien despachadita, que se note bien el cachondeíto fino,
que luego hay quien se lo toma al pie de la letra.
-¡Marchando!
Lo pensaba ayer cuando
acababa de pasar la procesión del Corpus por su carrera de
siempre, en esta Sevilla maravillosa, donde todo se hace
con tanta cabeza, consultando todo a sus vecinos, con
tantísimo sentido común, mirando tanto por los caudales
públicos, preservando tantísimo el frasco de las esencias
y evitando la toma del frasco.
Lo pensaba ayer, con la
gente contentísima al ver cómo han dejado el centro, tan
cómodo, tan grato, sin una sola zanja, sin una sola valla,
sin una sola obra, con esos autobuses tan exactos que te
dejan en la misma Plaza Nueva en un periquete, con esa
ordenación de la circulación que te permite llegar con tu
coche tranquilamente hasta el aparcamiento de Albareda o
de La Magdalena.
Es que se veía en la cara de
alegría de los comerciantes, que este año más que nunca
han adornado sus escaparates para sumarse a esta maravilla
colectiva de un centro vivo y agradable. Cada vez tienen
mayores ventas porque, claro, como es tan cómodo y
agradable llegar hasta el centro, pues la gente se deja de
eso de ir a comprar al Nervión Plaza o al Hipercor de San
Juan. Lo cómodo es comprar en el casco antiguo, con el
coche aparcado allí al lado, con los taxis llevándote
donde quieras, ni punto de comparación lo agradable que es
ir al centro en vez de a los chirlos mirlos.
¿Y esa Avenida? Qué
maravilla pasar por la Avenida, con esos autobuses
eléctricos que han puesto para que no se pongan negros los
santos colorados de Mercadante de Bretaña en las puertas
catedralicias del Baptisterio y de San Miguel... Qué
maravilla esta Avenida llena de taxis libres que van a
recoger pasajeros en la calle O“Donnell, en la Plaza
Nueva. Qué maravilla pasear bajo estos árboles frondosos y
centenarios de la Avenida, mirar los escaparates de estos
comercios florecientes.
¿Y la Plaza Nueva? ¿Dónde me
dejan la Plaza Nueva, que si en la Avenida hay árboles,
más en la Plaza, y que si agradable han puesto la Avenida,
mucho más la Plaza, con sus paradas de autobuses, de
coches de caballos, de taxis? Parada y fonda. Con razón
están tan contentos los dueños de los hoteles del centro.
¿Dónde va a parar que los turistas vengan a estos hoteles
con encanto o con historia del centro, en vez de irse al
Alcora o Al Andalus? Es que más cómodos no pueden ser los
hoteles del centro para los turistas. Los autobuses los
dejan en la mismísima esquina, o llegan con sus coches
particulares perfectamente a los aparcamientos, con unos
guardias municipales agradabilísimos, que nada más que dan
facilidades en Reyes Católicos o en la Puerta Jerez:
-¿Dónde va usted, señor
turista, al Hotel Inglaterra? Pues siga todo esto recto,
que al momento llega...
Y la Guía Gay, qué guay.
Menos mal que por fin han editado algo que pedíamos los
sevillanos desde hace lustros, que necesitábamos como el
comer. Como que no sé cómo hemos podido pasar tanto tiempo
sin que Sevilla tuviera su Guía Gay como Dios manda, que
no había forma de saber dónde estaban los bares de
ambiente o donde podías encontrare con gente así como tú,
bujarrona o mondrigona, vamos, como la inmensa mayoría
normal y corriente de todos los sevillanos.
Y todo, además, hecho con
tanta cabeza, con tanto sentido común, con tanta
racionalidad, mirando tanto por la peseta. ¿Que el PGOU va
contra la felicidad de la gente? Pues se manda a tomar por
saco el PGOU y listo. ¿Que el tranvía es una locura? Pues
fuera el tranvía. Una maravilla. Ya digo, ayer, terminada
la procesión, daba gusto pasear por Sevilla, sin una sola
obra, con la gente radiante de felicidad al ver cómo está
el centro. (Bueno, pues No Passssa Nada. Los votarán otra
vez. Carlos Herrera, te necesito...)