En
el último Rocío, los responsables del Plan Romero pusieron
de moda un tópico nuevo, que si no lo dijeron ochenta
millones de veces por TV no lo dijeron ninguna: en la
romería, la aldea almonteña es la tercera ciudad de
España. Y a 15 kilómetros del Rocío, la incomprensible
muerte de un oficial de la hermandad del Cachorro sin que
llegara la ansiada asistencia médica ha venido a
revelarnos que en los fines de semana y en el verano,
Matalascañas, en cobertura sanitaria, no es la tercera,
sino la primera ciudad...del Tercer Mundo andaluz.
Con la diferencia que ha
subrayado don Antonio Rodríguez, amigo y vecino del
fallecido, que le prestó sus propios auxilios esperando
inútilmente la ambulancia: «Cuando llega un barco de
negros, hay 800 médicos». Si al veraneante de Matalascañas
le hubiera dado el infarto, ¿qué digo yo?, en el muelle de
Tarifa o en la Operación Paso del Estrecho en Algeciras,
el año que viene podría seguir saliendo como teniente de
hermano mayor con su Cristo de la Expiración, en vez de
estar ya a su lado para siempre. Con una diferencia: esos
800 médicos que acuden a Tarifa, esa infraestructura
costosísima que se monta para el embarque de la morería
trashumante en Algeciras, se la ofrecemos gratis a unos
señores que no están afiliados a la Seguridad Social, ni
abonan sus cuotas, ni pagan impuestos, ni son ciudadanos
de la Unión Europea. Y, nada, les pagamos todo un derroche
de asistencia sanitaria. ¿Cuántos nos cuesta eso?
Y nada digo del Rocío.
¿Cuánto nos cuesta a los andaluces que no vamos al Rocío
la efímera ciudad sanitaria que montan entre Protección
Civil, el SAS, la Junta y el Ayuntamiento de Almonte,
hasta con un helipuerto? Ojo, Almonte: el mismo
ayuntamiento a cuyo término municipal pertenece la playa
donde en pleno siglo XXI ha habido una muerte por falta de
asistencia médica. ¿No podían llevar 15 kilómetros más
allá del Rocío el 15 por ciento del despliegue sanitario
de la romería, a fin de asistir a esos 130.000
contribuyentes que van de veraneantes o de domingueros?
Temiendo estoy irme de
vacaciones a mi apartamento-palacio, como socio fundador
de Matalascañas que soy, desde la época inicial de los
suizos, cuando vendían las parcelas diciendo que aquello
iba a ser un Sotogrande con ciervos del Coto. Dios mío, si
me da algo no voy al hospital, sino...¡de cabeza a una
esquela del modelo 5! Aunque ya tengo la solución. Cuando
vaya a la playa, me pondré junto a una patera de la
flotilla pesquera de El Pato, el amigo de Felipe González,
y me pintaré la cara de negro, como si fuera a salir de
beduino con los Reyes Magos. Seguro, seguro que a los diez
minutos, como subsahariano negro como el betún y llegado
en patera, tengo allí a la Cruz Roja, al 061, al SAS, y a
Protección Civil.
Y si por la noche no me
encuentro muy católico y estoy malusconcete, tengo la
solución para la asistencia sanitaria. Ni llamar a
urgencias ni nada. Llamo a los tamborileros de
Villamanrique, cojo un cobertor, simulo con él un
simpecado con el palo de la fregona, disfrazo mi Ford de
carriola, le digo a mis vecinos que canten sevillanas de
los pinos y las arenas, tiro unos cuantos cohetes, grito
«¡Viva esa Blanca Paloma!», cojo un megáfono, digo
«¡Adelante la caballería de la hermandad de Burgos!», y
verá usted cómo a los diez minutos está allí Chaves en
persona, con la consejera de Salud y las cámaras de Canal
Sur incorporadas, para inaugurar demagógicamente un
hospital de campaña, hasta con helipuerto.
Sugiero, por tanto, a los
veraneantes de Matalascañas y de las playas andaluzas bajo
mínimos de asistencia sanitaria que sigan mi consejo:
nada, este verano, Carnaval, Carnaval, Carnaval. Todos
disfrazados de moros de Algeciras, de subsaharianos de la
patera o de rocieros de Pentecostés. Verán ustedes qué
pedazo de asistencia sanitaria vamos a tener, gratis
total.