Los
vencejos que hacen la última ronda de tarde por los
arbotantes. Los cernícalos que tienen su solución
habitacional en los mechinales del tercer cuerpo de la
fachada del Sagrario. Las panarras que revolotean en torno
a los pináculos cegadas por la iluminación artística. Toda
la pajarería patriarcal y metropolitana me asegura que
estas noches, en las bóvedas de la Catedral, en el
alabastro de la capilla de la Virgen de la Estrella, en el
altar de la Divina Providencia y en los cuatro heraldos
que dan la larga chicotá de la Historia al Almirante y que
están por sus huesos todos, aún resuena la melodía del
«Como una ola» que don Enrique Ayarra hizo romper en
espumerío de hermosura contra los tubos del órgano, la
tarde del funeral de Rocío Jurado.
-Es que aquello fue de
llorar...
No creo que el Padre Ayarra
toque las teclas del órgano de la Catedral solamente. Toca
las teclas de Sevilla. Este aragonés de Huesca,
catedrático del Conservatorio, académico de Bellas Artes
de Santa Isabel de Hungría, máximo especialista en los
órganos barrocos de Sevilla, concertista de éxito y fama
en más de treinta países, quizá por el dominio del
instrumento de su virtuosismo se conoce los registros
sentimentales de la ciudad como nadie. Como entré en
Sevilla con San Fernando, puedo decirlo sin exageración de
ninguna clase, incluso sin hipérbole: ni Correa de Arauxo
ni nadie. Como Ayarra, nadie ha hecho tanto por la puesta
en valor del órgano en Sevilla. Con los sevillanos
encantados, además. El órgano es ya tan representativo de
la Catedral como las coplas y danzas de los seises. Ayarra
al órgano es la banda sonora de la Catedral que soñamos.
Habrá cosas de la Magna Hispalense que nos choquen, por
buena voluntad que ponga el Cabildo en tenerla sacada de
brillo y funcionando como el reloj del crucero. En tales
casos, hagan lo que yo. Piensen en el sonido de ese sueño
que es para los sevillanos la Catedral. Oigan en su
memoria el órgano de Enrique Ayarra.
No solamente en los grandes
conciertos cuaresmales, en las grandes solemnidades
litúrgicas del Cabildo y de la Archidiócesis, que también.
Oigan ese órgano de Ayarra cuando se encarna en Sevilla.
Cuando recibimos a un Papa, coronan a una Virgen, hay un
funeral solemne o celebramos una alegría. En ese mismo
instante, por las bocas de los tubos de Maese Ayarra el
organista, nuevo Maese Pedro para la tradición, habla el
sentimiento de Sevilla. Cuando le toca las sevillanas de
«El adiós» a Juan Pablo II, cuando le toca «Amarguras» a
la Amargura o «Valle» a la Virgen del Valle. Cuando llegan
los sevillistas y todas las teclas del órgano son blancas,
y suena el arrebato de su himno del centenario. O cuando
la ciudad reza por el alma de luna blanca de Rocío y
suenan la salve rociera o «Como una ola».
Como partidario del padre
Ayarra que soy, tengo bastantes discos de maese, desde
aquel delicadísimo de los órganos de los conventos de
clausura, o los clásicos del órgano de la Catedral. Pero
echo en falta en su discografía esta grabación de la que
estoy hablando: la memoria sonora que Ayarra le pone a los
sentimientos colectivos de Sevilla en sus grandes
ocasiones y acontecimientos. Sé que la cosa está muy
achuchada con los manteros de las falsificaciones, pero
alguna casa de discos le debería pedir a Maese Ayarra que
grabara ese hermoso disco en los órganos de la Catedral,
ronca voz de Sevilla. Esa Sevilla de las marchas
procesionales resonando en el órgano cuando han coronado a
una Virgen. Esa Sevilla que Juan Pablo II identificaba a
los dos compases de «El adiós». Esa Sevilla del himno del
Sevilla. O de la ola funeral de Rocío Jurado que ya
encontró en su tierra al Dios que creó la mar de Chipiona.
Ahora, que grabe usted ese
disco o no lo grabe, muchas gracias, don Enrique, por este
«Música, maese Ayarra» que sabe usted siempre poner en el
momento justo y del modo exacto, como un Tejera a lo
divino en el común ancho ruedo de los sentimientos de la
ciudad. (Por cierto, ¡cómo tiene que sonar de bien «La
Giralda» en el órgano de la Catedral!...)