NO
crea el alcalde, ocasional ciclista dominguero,
que es el primero en defender activamente la
bicicleta en Sevilla. En Sevilla hubo hace una
jartá de años ilustres defensores de la bicicleta,
y no hablo de Gaytán en la calle Albareda ni de
Gómez del Moral en Trajano, sino de usuarios
distinguidos. Por ejemplo, del singular
periodista, artista, humanista e historiador Juan
Lafita, director del Museo Arqueológico, que
cuando nada más que la usaban los albañiles iba
por Sevilla en bicicleta. Así lo retrató Juan
Aparicio en un delicioso camafeo de su libro
«Españoles con clave»: Juan Lafita en bicicleta.
No sé si Juan Lafita se hizo tarjetas con su
oficio de ciclista, quizás. Era especialista en
tarjetas de visita de guasa. Por ejemplo, en una
que entregaba a todo aquel a quien le presentaban,
ponía: «Juan Lafita. Ex pasajero del vapor
"Victoria". Vacunado directamente de la ternera».
Sí, Juan Lafita era Ramón Gómez de la Serna puro,
y quizá estuviera entre el público del Ateneo
cuando el autor de las Greguerías vino a dar su
famosa «Conferencia con maleta», en la que cuentan
que puso un huevo ante la estupefacción del
auditorio. (¿O fue Adriano del Valle el que puso
el huevo?)
Salvo poetas y
gentes de mal vivir como Juan Lafita, en Sevilla
iba en bicicleta el que no tenía dinero ni para
comprarse en Artemán un motorcito, adaptárselo, y
convertirla en Mosquito. La bicicleta como medio
de transporte es de aquella Sevilla tiesa y
canina, hacinada en los corrales, neorrealista sin
Vittorio de Sica. Una Sevilla en blanco y negro
que llevaba en el transportín amarrado con guitas
el cesto de tomiza con el almuerzo para el
andamio. En bicicleta iban los albañiles que
construyeron los primeros pisos de la Diputación
en Los Remedios, los que alzaron El Tardón o La
Barzola. A mí, por mucho que el alcalde se pasee
en bicicleta a la sueca, a la holandesa, la
bicicleta me suena a la Sevilla del hambre. Como
el tranvía me suena a una triste Sevilla de trajes
vueltos y mantones negros.
Saliendo en
bicicleta a darse un garbeíto sólo los domingos y
fiestas de guardar, el alcalde defiende la
bicicleta y la redime de esa imagen cutre de la
Sevilla de los tiempos que es mejor olvidar, a
pesar de los profesionales de la memoria
histórica. El alcalde hace lo que se ha hecho
siempre con la bici en Sevilla: pasear. Con su
pedaleo dominguero y matinal demuestra que es una
tontería el mamarracho que ha tenido que hacer con
el por saco del carril bici, obligado por el
chantaje de votos de sus cogobernantes socios de
IU. El alcalde sale en bicicleta como en esta
bendita Sevilla de la libertad y de la democracia
se ha salido en los últimos tiempos: a darse un
paseíto, no a usarla para ir a las fatiguitas del
trabajo. Me encanta la bicicleta del alcalde
porque es la feliz bicicleta de pasear por el
Parque, de corretear por el Alamillo, por la vera
del río en la calle Torneo. ¡Anda que no hay
sitios en Sevilla para pasear en bicicleta, sin
haber tenido que tirar una fortuna en el carril
bici! El alcalde va tan contento como niño con
bicicleta nueva en la mañana del día de Reyes. Lo
que no sabe es que por mucho que presuma de que
los Reyes Republicanos de Paula Garvín le han
echado una bicicleta, los sevillanos que sufrimos
el carril dichoso le hemos echado carbón, por malo
y por no mantener su autoridad frente al
sectarismo de estos radicales que con sólo 30.000
votos lo tienen cogido por los que se apoyan
directamente en el sillín.
Y ya que se trata de
hacer propaganda a la bicicleta, se le ha ido al
alcalde la mejor, con el petardazo que ha pegado
su Fundación No-Do dando un premio con 30.000
dólares de nuestro dinero a Mía Farrow. Yo le daba
no 30.000, sino 60.000 dólares al que supiera
responder qué puñetas tiene que ver Mía Farrow con
Sevilla, aparte de nada. Más que a esta señora, el
premio tenían que habérselo dado a Perico Delgado,
a Indurain, a Bahamontes, a algo que alevante un
poco la moral ciclista. Creeré en la demagogia
barata de la bicicleta del alcalde el día que él y
sus concejales prescindan de los coches oficiales,
los regalen a las Hermanas de la Cruz y vayan al
Ayuntamiento dale que pego a los pedales. ¡Bonitos
van a estar con los dos alfileres de palo
recogiéndoles los bajos de los pantalones para que
no se les enganchen en la cadena!