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 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Alcalde en bicicleta

NO crea el alcalde, ocasional ciclista dominguero, que es el primero en defender activamente la bicicleta en Sevilla. En Sevilla hubo hace una jartá de años ilustres defensores de la bicicleta, y no hablo de Gaytán en la calle Albareda ni de Gómez del Moral en Trajano, sino de usuarios distinguidos. Por ejemplo, del singular periodista, artista, humanista e historiador Juan Lafita, director del Museo Arqueológico, que cuando nada más que la usaban los albañiles iba por Sevilla en bicicleta. Así lo retrató Juan Aparicio en un delicioso camafeo de su libro «Españoles con clave»: Juan Lafita en bicicleta. No sé si Juan Lafita se hizo tarjetas con su oficio de ciclista, quizás. Era especialista en tarjetas de visita de guasa. Por ejemplo, en una que entregaba a todo aquel a quien le presentaban, ponía: «Juan Lafita. Ex pasajero del vapor "Victoria". Vacunado directamente de la ternera». Sí, Juan Lafita era Ramón Gómez de la Serna puro, y quizá estuviera entre el público del Ateneo cuando el autor de las Greguerías vino a dar su famosa «Conferencia con maleta», en la que cuentan que puso un huevo ante la estupefacción del auditorio. (¿O fue Adriano del Valle el que puso el huevo?)
Salvo poetas y gentes de mal vivir como Juan Lafita, en Sevilla iba en bicicleta el que no tenía dinero ni para comprarse en Artemán un motorcito, adaptárselo, y convertirla en Mosquito. La bicicleta como medio de transporte es de aquella Sevilla tiesa y canina, hacinada en los corrales, neorrealista sin Vittorio de Sica. Una Sevilla en blanco y negro que llevaba en el transportín amarrado con guitas el cesto de tomiza con el almuerzo para el andamio. En bicicleta iban los albañiles que construyeron los primeros pisos de la Diputación en Los Remedios, los que alzaron El Tardón o La Barzola. A mí, por mucho que el alcalde se pasee en bicicleta a la sueca, a la holandesa, la bicicleta me suena a la Sevilla del hambre. Como el tranvía me suena a una triste Sevilla de trajes vueltos y mantones negros.
Saliendo en bicicleta a darse un garbeíto sólo los domingos y fiestas de guardar, el alcalde defiende la bicicleta y la redime de esa imagen cutre de la Sevilla de los tiempos que es mejor olvidar, a pesar de los profesionales de la memoria histórica. El alcalde hace lo que se ha hecho siempre con la bici en Sevilla: pasear. Con su pedaleo dominguero y matinal demuestra que es una tontería el mamarracho que ha tenido que hacer con el por saco del carril bici, obligado por el chantaje de votos de sus cogobernantes socios de IU. El alcalde sale en bicicleta como en esta bendita Sevilla de la libertad y de la democracia se ha salido en los últimos tiempos: a darse un paseíto, no a usarla para ir a las fatiguitas del trabajo. Me encanta la bicicleta del alcalde porque es la feliz bicicleta de pasear por el Parque, de corretear por el Alamillo, por la vera del río en la calle Torneo. ¡Anda que no hay sitios en Sevilla para pasear en bicicleta, sin haber tenido que tirar una fortuna en el carril bici! El alcalde va tan contento como niño con bicicleta nueva en la mañana del día de Reyes. Lo que no sabe es que por mucho que presuma de que los Reyes Republicanos de Paula Garvín le han echado una bicicleta, los sevillanos que sufrimos el carril dichoso le hemos echado carbón, por malo y por no mantener su autoridad frente al sectarismo de estos radicales que con sólo 30.000 votos lo tienen cogido por los que se apoyan directamente en el sillín.
Y ya que se trata de hacer propaganda a la bicicleta, se le ha ido al alcalde la mejor, con el petardazo que ha pegado su Fundación No-Do dando un premio con 30.000 dólares de nuestro dinero a Mía Farrow. Yo le daba no 30.000, sino 60.000 dólares al que supiera responder qué puñetas tiene que ver Mía Farrow con Sevilla, aparte de nada. Más que a esta señora, el premio tenían que habérselo dado a Perico Delgado, a Indurain, a Bahamontes, a algo que alevante un poco la moral ciclista. Creeré en la demagogia barata de la bicicleta del alcalde el día que él y sus concejales prescindan de los coches oficiales, los regalen a las Hermanas de la Cruz y vayan al Ayuntamiento dale que pego a los pedales. ¡Bonitos van a estar con los dos alfileres de palo recogiéndoles los bajos de los pantalones para que no se les enganchen en la cadena!

 

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