Ea,
pues hoy no toca nostalgia, aunque sea el gorigori
de Nova Roma. Allí han apagado para siempre la
máquina de café y aquí, la máquina de la ojana.
Ahora que la han cerrado, se acabó la falsedad y
la hipocresía: Nova Roma era un horror de cursi.
Mucho antes de la publicidad con Anne Igartiburu,
Nova Roma inventó el estilo Marina Dor. El
escaparate de Nova Roma era lo más Marina Dor que
se despacha. Y su saloncito de té, totalmente
Lladró. Lladró y oro, con incrustaciones de Marina
Dor. Y encima del mostrador, recorriendo el techo,
aquellos relieves cerámicos de dolor de cabeza.
Hasta una Virgen de Montserrat me parece que
había. Pero no una Virgen de Montserrat de Viernes
Santo y niñas de Fe y de Verónica, no: Montserrat
moreneta y catalaneta, quizá como homenaje a
Narcís Bonaplata, por el traslado de su Feria a
Los Remedios.
No está bonito
hablar mal de los muertos, y Nova Roma hasta ha
fijado la esquela del modelo 5 en su escaparate.
El respeto a la difunta no quita que digamos que
cómo habrá ido degenerando Sevilla, que Nova Roma
y sobre todo su saloncito de té nos parecían el
más refinado y exquisito de los cafés de Viena.
¿Un fin de raza? No, la Sevilla del «pues esto es
lo que hay». Nova Roma era la heredera del salón
de té de La Española, derribada en la esquina de
Tetuán. Era como Ochoa antes del fuego y al otro
lado del río, pero sin nazarenitos de caramelo de
Las Siete Palabras en el escaparate.
No conozco otra cosa
que Nova Roma, que la familia que fundó Nova Roma:
los hermanos Vega Alfonso. Uno de ellos, frente a
la Punta del Diamante, en la acera de la Avenida
donde nací y que derribaron para hacer el
espantoso Edificio Hadriano con hache, tenía la
confitería La Rosa de Oro, nombre precioso,
galdosiano, que hacía las medias lunas y las
tortas de San Lorenzo mejores del mundo. El otro
hermano, en la Puerta Larená, junto a la esquina
del Bar Carriles, tenía la confitería Los Ángeles.
Allí, en Los Ángeles, estuvo la casa generalicia
de donde salió Nova Roma y, antes, la fundación de
la confitería Roma en la calle Asunción, al lado
del sastre chino de Hong Kong que le cosía a los
americanos de la base, y me parece que en los
bajos del edificio que le llamaban Sofía Loren,
porque sus curvas repisas de balcón recuerdan como
orondas poatrines de señora pechugona. De la
pastelería Roma salió esta Nova Roma, que era una
confitería con nombre de libro fundamental de
Vicente Lleó sobre la Sevilla del Renacimiento. La
Nueva Roma del refinamiento de Sevilla que estudió
Lleó había parado en el escai y el plástico a todo
Lladró, Marina Dor total, de Nova Roma de Asunción
y Virgen de Luján.
Que fue el Belén del
ostentoso y derrochador Vaticano que es ahora la
Junta. Allí paraban todas las tardes, en tertulia
antigua de café, Antonio Ferrera Comesaña con su
carrito de inválido, y dos jueces, maravillosas
personas: don Santos Bozal y don Plácido Fernández
Viagas. Plácido, andando el tiempo, fue nombrado
presidente de la Junta. Plácido no creía en
Andalucía. Sólo en la democracia y en la libertad,
¿le parece a usted poco? Me lo dijo una tarde en
Nova Roma, donde yo iba a merendar croasanes con
Isabel mi mujer y Fina mi hermana. Con su nobleza
y sinceridad, que a él tampoco le funcionaba la
máquina de la ojana, Plácido me dijo:
-Me han hecho
presidente de una cosa en la que yo no creo,
aunque tú sí, porque tú sabes que yo no creo en
Andalucía.
Plácido, a
diferencia de los neoconversos que luego vivieron
del cuento de Andalucía como virreyes, no engañaba
a nadie. Allí a su velador de Nova Roma le llevé
los papeles que me pidió con ideas para
desarrollar la Junta. Y si no ando listo, me
nombra, como quería y llegó a hacer, primer jefe
de prensa del invento del que ahora viven tan
ricamente tantos mindundis. Cuando Nova Roma
cumplió años, pedí que un mármol recordara allí a
Placido y su fundación de la Junta. Que si quieres
arroz. No pusieron ni una porcelanosa
conmemorativa, que hubiera sido lo propio. Hasta
hoy, que ya aquello es un recuerdo, Las ciudades
tienen los gobernantes y los comercios
tradicionales que se merecen. Y Sevilla, pues ya
ven, lo que nos merecemos: Monteseirín y el
Estarbú Café. Vamos a dejarnos de ojana y de
nostalgias. Esta ciudad degradada y envilecida no
da para más.