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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La difunta Nova Roma

Ea, pues hoy no toca nostalgia, aunque sea el gorigori de Nova Roma. Allí han apagado para siempre la máquina de café y aquí, la máquina de la ojana. Ahora que la han cerrado, se acabó la falsedad y la hipocresía: Nova Roma era un horror de cursi. Mucho antes de la publicidad con Anne Igartiburu, Nova Roma inventó el estilo Marina Dor. El escaparate de Nova Roma era lo más Marina Dor que se despacha. Y su saloncito de té, totalmente Lladró. Lladró y oro, con incrustaciones de Marina Dor. Y encima del mostrador, recorriendo el techo, aquellos relieves cerámicos de dolor de cabeza. Hasta una Virgen de Montserrat me parece que había. Pero no una Virgen de Montserrat de Viernes Santo y niñas de Fe y de Verónica, no: Montserrat moreneta y catalaneta, quizá como homenaje a Narcís Bonaplata, por el traslado de su Feria a Los Remedios.
No está bonito hablar mal de los muertos, y Nova Roma hasta ha fijado la esquela del modelo 5 en su escaparate. El respeto a la difunta no quita que digamos que cómo habrá ido degenerando Sevilla, que Nova Roma y sobre todo su saloncito de té nos parecían el más refinado y exquisito de los cafés de Viena. ¿Un fin de raza? No, la Sevilla del «pues esto es lo que hay». Nova Roma era la heredera del salón de té de La Española, derribada en la esquina de Tetuán. Era como Ochoa antes del fuego y al otro lado del río, pero sin nazarenitos de caramelo de Las Siete Palabras en el escaparate.
No conozco otra cosa que Nova Roma, que la familia que fundó Nova Roma: los hermanos Vega Alfonso. Uno de ellos, frente a la Punta del Diamante, en la acera de la Avenida donde nací y que derribaron para hacer el espantoso Edificio Hadriano con hache, tenía la confitería La Rosa de Oro, nombre precioso, galdosiano, que hacía las medias lunas y las tortas de San Lorenzo mejores del mundo. El otro hermano, en la Puerta Larená, junto a la esquina del Bar Carriles, tenía la confitería Los Ángeles. Allí, en Los Ángeles, estuvo la casa generalicia de donde salió Nova Roma y, antes, la fundación de la confitería Roma en la calle Asunción, al lado del sastre chino de Hong Kong que le cosía a los americanos de la base, y me parece que en los bajos del edificio que le llamaban Sofía Loren, porque sus curvas repisas de balcón recuerdan como orondas poatrines de señora pechugona. De la pastelería Roma salió esta Nova Roma, que era una confitería con nombre de libro fundamental de Vicente Lleó sobre la Sevilla del Renacimiento. La Nueva Roma del refinamiento de Sevilla que estudió Lleó había parado en el escai y el plástico a todo Lladró, Marina Dor total, de Nova Roma de Asunción y Virgen de Luján.
Que fue el Belén del ostentoso y derrochador Vaticano que es ahora la Junta. Allí paraban todas las tardes, en tertulia antigua de café, Antonio Ferrera Comesaña con su carrito de inválido, y dos jueces, maravillosas personas: don Santos Bozal y don Plácido Fernández Viagas. Plácido, andando el tiempo, fue nombrado presidente de la Junta. Plácido no creía en Andalucía. Sólo en la democracia y en la libertad, ¿le parece a usted poco? Me lo dijo una tarde en Nova Roma, donde yo iba a merendar croasanes con Isabel mi mujer y Fina mi hermana. Con su nobleza y sinceridad, que a él tampoco le funcionaba la máquina de la ojana, Plácido me dijo:
-Me han hecho presidente de una cosa en la que yo no creo, aunque tú sí, porque tú sabes que yo no creo en Andalucía.
Plácido, a diferencia de los neoconversos que luego vivieron del cuento de Andalucía como virreyes, no engañaba a nadie. Allí a su velador de Nova Roma le llevé los papeles que me pidió con ideas para desarrollar la Junta. Y si no ando listo, me nombra, como quería y llegó a hacer, primer jefe de prensa del invento del que ahora viven tan ricamente tantos mindundis. Cuando Nova Roma cumplió años, pedí que un mármol recordara allí a Placido y su fundación de la Junta. Que si quieres arroz. No pusieron ni una porcelanosa conmemorativa, que hubiera sido lo propio. Hasta hoy, que ya aquello es un recuerdo, Las ciudades tienen los gobernantes y los comercios tradicionales que se merecen. Y Sevilla, pues ya ven, lo que nos merecemos: Monteseirín y el Estarbú Café. Vamos a dejarnos de ojana y de nostalgias. Esta ciudad degradada y envilecida no da para más.

 

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