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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La gentuza

ES alto. Delgadísimo. Como el yogur descremado: cero por ciento de grasa. Elegantísimo. Como un galán maduro de película de Cannes, o un millonario con casa en Beverly Hills y yate en Mónaco. Fue de los primeros en subir a una pasarela para exhibir moda masculina. Luego se hizo anticuario y decorador. Hablo de Bernardo de los Reyes, gran señor de Castilleja de la Cuesta, a quien ha rendido homenaje la hermandad rociera de Triana y a quien, con toda justicia, le van a poner una calle en su pueblo. Donde ya tiene calle y monumento media familia Reyes. Cuánto arte en estos Reyes, que sangre de reyes tartesios tienen en la palma de la mano. Bernardo, dueño de una de las más clásicas y refinadas casas del Rocío, es primo de los Hermanos Reyes, que glorificaron y popularizaron las sevillanas con Manuel Pareja Obregón. Bernardo, chorreón celeste de tradición de la Calle Real, es primo del torero Diego de los Reyes, cuyo capote aún se recuerda; hermano del gran Ruperto, el valentón largo de pata alante al que una cornada gorda en Algeciras le cortó la gloria que se merecía. Tanto son los Reyes en Castilleja de las Tortas que yo creo que la Calle Real se llama así por ellos... y por Doña María de las Mercedes de Borbón, alumna de las Irlandesas que en esa costanilla tienen su colegio, en el viejo palacio de Hernán Cortés, en cuyo jardín, preciosa leyenda, está enterrado el caballo del conquistador.
Retirado de las pasarelas de la moda, Bernardo de los Reyes se dedicó a la decoración y a las antigüedades. Un mantón de Manila vendido por la elegancia de Bernardo es algo más que una seda bordada con enrejado de flecos: es una leyenda. Leyenda (no sé si fingida quizá) que cuenta que en ese comercio le llegó un día cierta mercancía que compró creyéndola de ley, cuando robada era. Y aquí empieza la que quizá sea sólo leyenda urbana de Bernardo de los Reyes. Dicen que lo acusaron sin fundamento ni pruebas, ay, de receptación. Y que, no aclarado el error, lo metieron injustamente en la cárcel. Los suyos acudieron en su auxilio. Y un amigo que abogado era lo visitó en el locutorio de la vieja e inhóspita cárcel, casi cervantina, de Ranilla. Preguntó a Bernardo qué podía hacer inmediatamente por él. Y no le habló de la libertad perdida, ni de la injusticia que allí lo tenía. Ni de la celda espantosa con la taza de váter en la esquina y pulgas en las mantas y jergones. Ni le pidió que le llevara ropa limpia, ni comida. Desde su elegante refinamiento, Bernardo lanzó tras las rejas su grito de desesperación:
-¡Sácame cuanto antes de aquí, que aquí nada más que hay gentuza!
Me he acordado de Bernardo de los Reyes porque no sé usted, pero yo me siento como el elegante y honestísimo rociero en las horas que estuvo injustamente en la cárcel. Aquí en España parece que nada más que hay gentuza. Estamos en manos de la gentuza. Visto lo visto, cómo un Gobierno democrático cede ante el chantaje de los terroristas. Cómo todo un comité federal de un partido que presumía de cien años de honradez se calla enterito la boca, estabulado en el pesebre, ante la excarcelación del asesino de 25 personas que, encima, pedía champán (francés) y langostinos para celebrar las matanzas y se reía del dolor de la madre de Jiménez Becerril. Cómo a la gente le parece natural que en vez de que la oposición controle al poder, como ocurre en las democracias, el poder persiga a la oposición, como pasa en las dictaduras. Cómo nadie se acuerda ya de los dos inmigrantes asesinados por la ETA en Barajas. Cómo en vez de explicar lo injustificable, el Gobierno saca la chulería del «Y tú más» y se exculpa remontándose a la política antiterrorista de, ¿qué digo yo?, Cánovas y Sagasta. Cómo la TV pública manipula las voluntades en una España iletrada. Cómo tiene que salir el líder de la oposición y recurrir a la gente «sensata». A la gente decente. Estamos rodeados. Rodeados de malvados insensatos indecentes. Que son muy malas personas. Hay que ser muy mala persona para ponerse del lado del Juana Chaos, como se ha puesto Chaves, como se ha puesto González. Hay que ser lo que decía Bernardo: gentuza. Lo malo es que, ante esta desolación nacional, no tenemos a dónde ir ni a quién gritar desesperados:
-¡Sácame cuanto antes de aquí, que aquí nada más que hay gentuza!

 

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