ES
alto. Delgadísimo. Como el yogur descremado:
cero por ciento de grasa. Elegantísimo. Como un
galán maduro de película de Cannes, o un
millonario con casa en Beverly Hills y yate en
Mónaco. Fue de los primeros en subir a una
pasarela para exhibir moda masculina. Luego se
hizo anticuario y decorador. Hablo de Bernardo
de los Reyes, gran señor de Castilleja de la
Cuesta, a quien ha rendido homenaje la hermandad
rociera de Triana y a quien, con toda justicia,
le van a poner una calle en su pueblo. Donde ya
tiene calle y monumento media familia Reyes.
Cuánto arte en estos Reyes, que sangre de reyes
tartesios tienen en la palma de la mano.
Bernardo, dueño de una de las más clásicas y
refinadas casas del Rocío, es primo de los
Hermanos Reyes, que glorificaron y popularizaron
las sevillanas con Manuel Pareja Obregón.
Bernardo, chorreón celeste de tradición de la
Calle Real, es primo del torero Diego de los
Reyes, cuyo capote aún se recuerda; hermano del
gran Ruperto, el valentón largo de pata alante
al que una cornada gorda en Algeciras le cortó
la gloria que se merecía. Tanto son los Reyes en
Castilleja de las Tortas que yo creo que la
Calle Real se llama así por ellos... y por Doña
María de las Mercedes de Borbón, alumna de las
Irlandesas que en esa costanilla tienen su
colegio, en el viejo palacio de Hernán Cortés,
en cuyo jardín, preciosa leyenda, está enterrado
el caballo del conquistador.
Retirado de las
pasarelas de la moda, Bernardo de los Reyes se
dedicó a la decoración y a las antigüedades. Un
mantón de Manila vendido por la elegancia de
Bernardo es algo más que una seda bordada con
enrejado de flecos: es una leyenda. Leyenda (no
sé si fingida quizá) que cuenta que en ese
comercio le llegó un día cierta mercancía que
compró creyéndola de ley, cuando robada era. Y
aquí empieza la que quizá sea sólo leyenda
urbana de Bernardo de los Reyes. Dicen que lo
acusaron sin fundamento ni pruebas, ay, de
receptación. Y que, no aclarado el error, lo
metieron injustamente en la cárcel. Los suyos
acudieron en su auxilio. Y un amigo que abogado
era lo visitó en el locutorio de la vieja e
inhóspita cárcel, casi cervantina, de Ranilla.
Preguntó a Bernardo qué podía hacer
inmediatamente por él. Y no le habló de la
libertad perdida, ni de la injusticia que allí
lo tenía. Ni de la celda espantosa con la taza
de váter en la esquina y pulgas en las mantas y
jergones. Ni le pidió que le llevara ropa
limpia, ni comida. Desde su elegante
refinamiento, Bernardo lanzó tras las rejas su
grito de desesperación:
-¡Sácame cuanto
antes de aquí, que aquí nada más que hay
gentuza!
Me he acordado de
Bernardo de los Reyes porque no sé usted, pero
yo me siento como el elegante y honestísimo
rociero en las horas que estuvo injustamente en
la cárcel. Aquí en España parece que nada más
que hay gentuza. Estamos en manos de la gentuza.
Visto lo visto, cómo un Gobierno democrático
cede ante el chantaje de los terroristas. Cómo
todo un comité federal de un partido que
presumía de cien años de honradez se calla
enterito la boca, estabulado en el pesebre, ante
la excarcelación del asesino de 25 personas que,
encima, pedía champán (francés) y langostinos
para celebrar las matanzas y se reía del dolor
de la madre de Jiménez Becerril. Cómo a la gente
le parece natural que en vez de que la oposición
controle al poder, como ocurre en las
democracias, el poder persiga a la oposición,
como pasa en las dictaduras. Cómo nadie se
acuerda ya de los dos inmigrantes asesinados por
la ETA en Barajas. Cómo en vez de explicar lo
injustificable, el Gobierno saca la chulería del
«Y tú más» y se exculpa remontándose a la
política antiterrorista de, ¿qué digo yo?,
Cánovas y Sagasta. Cómo la TV pública manipula
las voluntades en una España iletrada. Cómo
tiene que salir el líder de la oposición y
recurrir a la gente «sensata». A la gente
decente. Estamos rodeados. Rodeados de malvados
insensatos indecentes. Que son muy malas
personas. Hay que ser muy mala persona para
ponerse del lado del Juana Chaos, como se ha
puesto Chaves, como se ha puesto González. Hay
que ser lo que decía Bernardo: gentuza. Lo malo
es que, ante esta desolación nacional, no
tenemos a dónde ir ni a quién gritar
desesperados:
-¡Sácame cuanto
antes de aquí, que aquí nada más que hay
gentuza!