A
aquel tío rácano le traían la lavadora nueva,
porque la vieja se había escacharrado y no tenía
compostura. Un tercer piso. Y sin ascensor. La
subieron sudando los dos chavales del almacén de
electrodomésticos, ayudados por el tío del camión
del porte, se la instalaron, firmó el albarán,
retiraron la vieja, y con ella iban a irse
escaleras abajo cuando el tío rácano se sacó del
bolsillo una moneda de dos euros y se la dio
rumboso a los tres de la lavadora, diciendo:
-Ea, para que tomen
ustedes café.
Y el más descarado
de ellos, mirando la moneda de dos euros, le dijo
al agarrado:
-Muchas gracias.
¿Puede usted hacernos un favor?
-Sí, ¿qué favor?
-Hombre, pues
decirnos dónde puñetas podemos tomar café con dos
euros...
Si la lavadora la
hubieran subido hoy a pulso aliviado hasta el
tercero, se habrían ahorrado la pregunta final. En
vez de una pregunta, hubiera sido la sorpresa del
que cogía la propina de la racanería:
-No sabía yo que
tomaba usted café en el mismo bar que Zapatero...
Ni por la paaaaaaz
que dice Ignacio Camacho, ni por el proceso, ni
por el diálogo, ni por la alianza de
civilizaciones, ni por el buen rollito, ni por el
talante ni por el Talavante. Zapatero pasará a la
historia por el café a 80 céntimos. Se creía que
iba para Premio Nobel de la Paz, pero va para Juan
Valdés, el del café de Colombia. ¡Vamos, chicos,
al tostadero! Si este tío no sabe a cuánto está el
café en la calle, ¿cómo va a saber a cuánto ha
subido el euríbor o qué porcentaje de IRPF te
retienen en la nómina?
La España que iba
bien con Aznar va con Zapatero de cine: ya ven, a
80 céntimos el café, eso sí que es una bajada del
IPC. En el limbo monclovita en que vive, ZP
tampoco sabrá cuánto cuesta una entrada de cine,
una cocacola, un paquete de Winston, un bollo, un
periódico, un billete de autobús, una botella de
agua, un trayecto del cercanías, un par de zapatos
o el kilo de ternera. El está feliz, encantado de
haberse conocido en la Moncloa, hala, tirando con
pólvora del Rey.
Como todo
articulista que se precie recordará hoy, a Giscard
en su día le pillaron en un renuncio semejante,
porque no supo contestar en otro programa en
directo de la televisión a cuánto estaba el
billete en el Metro de París. Giscard no sabía a
cuánto estaba el billete de Metro porque era rico
por su casa y en su vida había puesto un pie allí
abajo, con lo bonitas que son las estaciones Art
Nouveau de París. Lo de ZP es distinto. No es por
rico por su casa: es por el gorroneo que se trae.
El café de ZP es la prueba del Carbono 14 sobre
los trienios de mangazo que lleva devengados. Los
famosos gorrones de Guadalajara o el gratis total
de Solchaga en el barco de Mallorca son nada al
lado del gañoteo presidencial de la Moncloa. A ZP
lo tendrían que hacer doctor honoris causa por la
Facultad de Ciencias del Mangazo. Por la boca
muere el pez, y más los peces gordos. Con su
respuesta en el coñazo televisivo de las 100
preguntas del respetable, ZP ha cantado la
gallina: ya sabemos desde cuándo no se paga de su
bolsillo ni un triste café. Desde cuándo vive como
un marqués a costa de todos nosotros, sin gastarse
un duro, a mesa y mantel, todo el santo día de
mangazo total de cinco estrellas gran lujo.
Exactamente desde que el café en un bar costaba 80
céntimos. Exactamente, desde antes del 11-M.
Y lo malo no es el
café. Que ZP no sepa cuánto cuesta un café es lo
de menos. Lo de menos es el café que se toma
gratis total desde que por trágica chamba salió de
presidente. Lo malo es que ZP tampoco sabe cuánto
cuesta cambiar de arriba abajo todos los muebles y
la decoración enterita de la Moncloa. Ni cuánto
cuesta climatizar la piscina para que Sonsoles
haga submarinismo. Ni cuánto cuesta reformar la
residencia regia de La Mareta y hacer una pista de
baloncesto para pegar el mangazo de veraneo. Ni
cuánto cuesta traer en avión privado a un asesino
etarra desde las Vascongadas para sacarlo por la
puerta grande en la Audiencia Nacional. Al lado de
esos mangazos millonarios que le pagamos todos
nosotros, los 80 céntimos de un café son media
pringá.