VIERNES
de Dolores. Y de Gozos. Traslados íntimos de
imágenes a los pasos. Admiración interior ante la
exacta repetición del rito de la belleza. Que algo
cambie, manto de tisú, túnica de ochitos,
refregador de la Esperanza, para que todo siga
igual. Cada cual tiene su propio rito para este
día que completa las vísperas. Algunos vamos a
echar hoy de menos a un amigo que abría su casa
para el ritual del gozo: el primer tinto oliendo a
incienso, la primera saeta. Algunos (¿verdad, José
Luis Montoya; verdad, Carlos Navarro?) echaremos
de menos esta noche a Enrique Fernández Asencio en
su casa de Reyes Católicos 16. El madrileño que se
hizo voluntariamente sevillano como ofrenda de
amor a su mujer. Como a Marisa le gustaba tanto
todo lo de Sevilla, el empresario hostelero
Enrique Fernández le compró aquí una casa, para
que disfrutara con las cofradías. Y le montó en la
Feria la más exquisita caseta, donde Enrique se
desvivía recibiendo, ofreciendo gloria bendita al
echar a volar su imaginación de hostelero y su
hospitalidad, ganado por Sevilla y por su gente.
En esa caseta de Feria habrá este año farolillos
negros por la ausencia de Enrique.
Y esta noche, ay, no
iremos a Reyes Católicos 16 para su rito de
amistad y sevillanía. Habrá que buscar crespones
de negro luto para poner el domingo la palma nueva
en el balcón. Esta noche, en ese patio, traspasada
esa cancela, será el primer Viernes de Dolores en
que ya no estará Enrique preguntándonos qué vamos
a tomar e insistiéndonos en que probemos el
caviar. Esta noche no se llenará la acera de
señores de oscuro con una copa de buen tinto en la
mano, pues la hospitalidad de Enrique hacía que
rebosara el número de sus amigos. Y los canis que
vengan del Puentetriana no preguntarán:
-Colega, ¿esto qué
es, un botellón de pijos viejorros?
Esta noche, en Reyes
Católicos 16 sí que será verdadero Viernes de
Dolores en la ausencia de Enrique. Ausencia sobre
una nostalgia. Enrique Fernández no lo sabía y se
sorprendió mucho cuando se lo descubrimos. Había
comprado la casa cuyo recuerdo inspiró el mejor
poema de Semana Santa: «El rito y la regla» de
Rafael Montesinos. Allí Montesinos pasó de niño
algunos de sus más felices años irreparables. Un
Viernes de Dolores le llevamos a Enrique Fernández
el libro de ese poema, «Madrugada de Dios». Y le
leímos en los mármoles de aquel patio, junto a los
azulejos de la fuente, el arranque impresionante
de la nostalgia del poeta recordando aquella casa
sevillana desde su Madrugada del destierro de 1982
en Madrid: «En el patio, mi padre, con su
túnica/negra, en la madrugada más profunda/de la
clarísima ciudad, se ha puesto/solemnemente el
negro capirote». Allí estaban el patio y la
cancela que iniciaba el camino más corto hacia San
Lorenzo que había escogido la memoria para herir
el corazón del poeta.
Cuando le leí el
poema a Enrique Fernández, hombre de sensibilidad,
con su habla madrileña y su vocación sevillana me
dijo:
-¡Chico, qué
maravilla! ¿Y por qué no me pones en contacto con
Rafael Montesinos, que Marisa y yo tendríamos
mucho gusto en invitarlo aquí a su casa, para que
reviva todo aquello, y que nos dé un recital de
sus versos?
Con el poeta Aurelio
Verde intentamos que Rafael Montesinos volviera a
Reyes Católicos 16, para que nos leyera «El rito y
la regla» en aquel mismo patio, junto a la
cancela. Vano empeño. La muerte se nos adelantó.
La muerte de Montesinos y la muerte de Enrique
Fernández. Esta noche, por el camino más corto,
quizá me acerque a Reyes Católicos 16. A la casa
de «El rito y le regla». La biografía de
Montesinos que acaba de publicar Alberto Guallart
me ha traído la foto sepia de un Montesinos niño
en ese patio, junto a su padre. En el mismo
silencioso rito no aprendido, Montesinos estará
hoy en Reyes Católicos 16, viendo eternamente a su
padre salir vestido de nazareno. Y estará Enrique
Fernández esperando que llegue Montesinos, para
ofrecerle una copa y un trozo de la mejor Sevilla.
Los dos, Enrique y Rafael, los dos enamorados de
sus Marisas, en esa casa del contradictorio gozo
del Viernes de Dolores, «cerrada para siempre la
cancela/que a nadie espera ya».
TEXTO DEL POEMA "EL RITO Y LA REGLA"