EMPIEZA
el rito de la vieja usanza:
las palmas nuevas,
el balcón de siempre,
damascos rojos en
sus colgaduras,
¡venga de frente!
Sevilla estrena
porque tiene manos
la luz, el aire,
el sol, la primavera,
el bronce de la
palma en la Giralda,
tan novelera.
Gradas Bajas,
canónigos y olivos,
procesión de las
palmas con latines,
y vencejos que
rizan la que lleva
el arzobispo.
San Jacinto. La
Estrella de la tarde
amanece en azules
junto a un río,
que rachea sus
aguas bajo el puente,
trianeando.
Los palcos de la
plaza son antiguos
y parece que
esperan a una Reina,
con húsares que
tocan a caballo
retreta y polca.
El Salvador te
aguarda, viejo niño,
con tus zapatos
nuevos por la rampla,
y padres que aún
te llevan a que veas
La Borriquita.
Mas no entres,
Zaqueo no te espera,
ni está la del
Socorro bajo palio,
ni en la cruz del
Amor se rasga el pecho
ningún pelícano.
Todo cambia en
Sevilla pero queda
el programa de
siempre en la memoria:
la brújula
imantada de recuerdos
guía tus pasos.
Viejas calles de
siempre que recorren
las cintas de
colores que han echado
monedas en las
mesas con la estampa
de aquel quinario.
¿Cuántos globos al
cielo de la tarde
están subiendo
ahora, que se escapan
de las manos de un
niño, como el tiempo
que ya no vuelve?
Los naranjos del
Parque lucen blancas
túnicas de la Paz,
los plataneros
le colocan la cruz
de su Victoria
al primer Cristo.
Y junto a la
muralla, azul y plata,
concejales con
varas y fajines
le dan guardia a
la Hiniesta, la que dijo:
«Soy de Sevilla».
Suena ahora la
marcha entre geranios,
Campanilleros
llaman a esta gloria
que alquila los
balcones cuando llega
al Pumarejo.
Y ese pan de La
Cena se ha cortado
como el aire
oloroso de naranjos,
María Coronel,
palio intimista
del Subterráneo.
Y por San Roque
viene la Esperanza,
¿hay quien dé más
de Gracia de Sevilla?
Llora a compás el
sol, pues ya presiente
Caballerizas.
Columnas de
Alameda, con sus Hércules,
varales son de
piedra cuando pasa
la belleza más
dulce cuyo nombre
es de Amargura.
Que Sevilla hizo
dulce a la Amargura,
y es de miel de
torrijas mientras suena
Font de Anta en un
viejo repeluco,
silencio blanco.
En Molviedro la
noche ha despojado
al Señor de su
túnica, la púrpura
del rosa atardecer
ya le han quitado
las golondrinas.
Con la luz de la
cera es más estrecha
la tiniebla de
cirios de la calle,
cuando suena una
voz que manda a tierra
los dos costeros.
Apenas ha empezado
y ya se acaba
la nostalgia que
vuelve, de aquel niño
que dice al
nazareno «Dame cera»,
sillas de Sierpes.
Dame cera,
Sevilla, dame cera,
ay, nazareno, una
hebilla menos,
que es un Domingo
más, cuando estrenamos
tanta nostalgia.