HAY
gente pá tó. Hasta para aburrirse en los
toros, en estas tardes de corridas duras,
con carteles baratos. No sé cómo se puede
aburrir nadie en la plaza de Sevilla. Bueno,
sí, lo sé: se aburren los que van a
divertirse. Y no nos aburrimos nada los que
vamos a soñar. A soñar con Sevilla, a
idealizar Sevilla como una mujer amada, en
ese espejo redondo y exacto del ruedo, como
el de la desnuda Venus velazqueña, en el que
la ciudad se refleja, se mira y nos deja que
la contemplemos.
Cada tarde
vamos a los toros cumpliendo un rito
antiguo. Parece que el tiempo no ha pasado,
que la ciudad soñada sigue existiendo. Si el
Domingo de Resurrección estrena Sevilla
plaza de los toros, cada tarde de abono
resucita una ciudad que ya no existe,
medida, perfecta, dentro de canon. La plaza
refleja una Sevilla que ya no existe. La
ciudad de los olores, de los sonidos, del
tacto perdidos. En la plaza de los toros
todo es natural: no ha aparecido, gracias a
Dios, ni el plástico, ni el acero
inoxidable, ni el vidrio, ni horror alguno
contemporáneo. Si algo ha sido curado de las
heridas del tiempo, no ha habido deformación
alguna ni moderno alguno se haya atrevido a
dejar la cagadita de su genialidad, en plan
de la vieja coplilla de los juegos
infantiles de los niños del Arenal: «Por
aquí pasó Pilatos/haciendo garabatos/con la
mano izquierda». Por la plaza de los toros
no ha pasado Pilatos haciendo garabatos con
la mano izquierda, como ha pasado por El
Salvador, como ha pasado por San Telmo, como
ha pasado por la Plaza Nueva, como ha pasado
por La Encarnación, como ha pasado por la
Avenida, como ha pasado por la Plaza del
Pan, como ha pasado por la Plaza de la
Alfalfa, donde vivió El Espartero, a la que
han dejado con los esterones de la memoria a
media asta en los balcones del recuerdo.
No creo que
haya en toda Sevilla un monumento vivo tan
bien cuidado y tan poco agredido como la
Real Plaza de los Toros. Sí, podría ser la
Catedral, como está usted pensando. Pero de
la Expo a esta parte a la Catedral la han
convertido en Parque Temático de sí misma,
un museo con unas poquitas horas de culto al
día, donde si no pasas por taquilla, no hay
tu tía. En la plaza de los toros también hay
un museo, pero han sabido delimitar
claramente la parte de museo y la parte de
coso histórico intacto. No han «tematizado»
la plaza, que está como siempre estuvo, como
tiene que estar, mientras que en el museo
taurino han hecho todas las moderneces que
han tenido por conveniente, incluida la
colección completa de mamarrachos que son
los carteles del abono de las últimas
temporadas, rematada hogaño por el Cartel
del Tebeo. Cuando hemos visto que a San
Telmo, aun siendo monumento nacional, lo han
vaciado por dentro enterito, lo de la plaza
de los toros es para que le den a la Real
Maestranza todas las medallas de las Bellas
Artes habidas y por haber.
Y después, el
patrimonio inmaterial de los ritos de la
plaza y su cumplimiento por el público que
acude a presenciarlos. Si hay un público
monumental es el de Sevilla. Un público al
que los toreros le deberían levantar un
monumento.
-Anda que no
tragamos ná...
Por eso mismo.
Fernando Cepeda matizaba en una entrevista
con Micer Francisco Robles en la competencia
algo importante sobre los monumentales
silencios de Sevilla. Decía Cepeda que por
un lado está el silencio respetuoso de los
que saben y por otro el silencio ignorante
de los que no tienen ni zorra idea y se
callan para cumplir el tópico de los
silencios. Hasta el de los ignorantes, según
la cepediana teoría, es un silencio de
respeto. Y los ritos. Es la única plaza del
mundo donde sigue saliendo en el paseo un
tiro de mulas para arrastrar unos caballos
muertos que no existen desde antes de la
guerra. Donde el cargo de alguacil pasa de
padres a hijos. Donde la banda de música
ejerce una crítica taurina instantánea, con
su arranque ante un par de banderillas o el
golpe de bombo en cuanto el toro desarma. Y
al final, pero no lo último, el diario
concierto de los vencejos, por lo que
realmente algunos pagamos el abono, esa Real
Orquesta Sinfónica de la Primavera:
Vencejos
del Arenal
que en el
ruedo azul del
cielo
torean al
natural...