ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La pelona, el ricino y el Padre Sobrino

Aunque esto parezca el título de un cuarteto de Carnaval, no lo es. Y eso que me recuerda al que Salvador Fernández Júlbez, el de «Los Caperucitos Enrollaos», dice que sacaría si hubiera Carnaval en Sevilla: «Espadas y los que se comieron la mariscada». La pelona, el ricino y el padre Sobrino vienen como eco del artículo del domingo, que ha suscitado nostalgias en muchas lectoras. Una de ellas me da el artículo hecho, como si aún estuviéramos de veraneo. Me dice: «Yo, igual que tu amiga, pensé que no cometería ningún perjurio si me presentaba reclamando mis 1.800 euros como damnificada por la toma de aceite de ricino, no una vez sino muchas, porque recuerdo que al menos desde el año 40 hasta casi los 50, mi madre nos hacía tomar el consabido purgante de aceite de ricino que nos limpiaba el organismo. Todavía lo recuerdo como una pesadilla y creo que a la mayoría de las niñas de mi edad les pasaba igual. Pero ¿por qué esas indemnizaciones de la Junta a las mujeres y no a los hombres? Tú tienes que acordar muy bien cómo el castigo preferido en los Jesuitas, creo que del Padre Sobrino, era pelar a rape a cualquiera que cometía alguna falta, pero aquello, que si se mira bien era una vejación, se tomaba como un castigo y no como otra cosa. Tan natural era rapar a los niños, que mi padre que tenía fobia a los piojos desde la epidemia después de la guerra —aquel piojo verde que producía tifus— pelaba al cero a mis hermanos antes de irnos a la playa. Y eran los años 50. ¿Vejados? No, feísimos, pero comodísimos. ¿Y a los quintos, que cuando se incorporaban a filas lo primero que les hacían era pelarlos a rape? En cuanto a ver pelonas por las calles, sólo recuerdo a la de “Qué te brillan las espuelas” cuando la pobre salía del Albergue.»

Que se escribía oficialmente Albergue Municipal de Transeúntes, pero se pronunciaba «Ambergue», como era «amberca» la Amberca Jierro. Nunca supe cómo se llamaba la de «Qué te brillan las espuelas». La mendicante cantaora que iba por bares y terrazas desgranando siempre su cante: «Qué te brillan las espuelas/de qué Regimiento eres». José Antonio Blázquez me contó que un mediodía que estaba Manolo Caracol con unos amigos tomando una copa en la terraza de La Raza, se acercó, pelada a rape como siempre, la recién salida del Ambergue, y le hizo su cante, tan parecido al «navarrico, navarrico, qué bien te sienta la gorra». Caracol mandó callar a sus amigos, le escuchó respetuosamente el cante, le dijo un «óle» al rematarlo y sacándose la cartera, tomó un billete de veinte duros y se lo dio, diciendo con máximo respeto a la dignidad de la mendiga:

—Toma, compañera...

Y compañero de curso fui de los pelados al cero por el Padre Sobrino, cuando era rector de Portaceli. José Antonio de Sobrino Merello, S.J., del Puerto de Santa María, primo de Alberti, celebrado autor de literatura juvenil y recién regresado entonces de los Estados Unidos. En las visitas a fábricas de los sábados, mi curso de Preu fue a la Coca Cola y muchos robaron los ceniceros. En su fervor americanizante, el Padre Sobrino no dudó en pelar al cero a los mangones de la fábrica de Coca Cola. Les ofreció rapado o expulsión del colegio. Prefirieron el rapado. También fueron, pues, represaliados por el franquismo del Padre Sobrino. Como que si fueran niñas del Valle y no niños de los Jesuitas, yo testificaba ahora sin perjurio a su favor para que pidieran a Griñán los 1.800 euros del ala... y del rencor.

 

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