ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Rubalcaba antes, ya no rubalca

El miércoles hice un retrato (cruel) de Carmelita Chacón tocando las palmas. Como la que hasta ayer por la mañana iba de separatista catalina quiere ahora pasar por más andaluza que su correligionaria Cristina Hoyos y más española que las papas aliñás, dije que la prueba del 9 son las palmas. Carmelita Chacón toca las palmas en catalán. O como cazando mosquitos en Punta Umbría. ¿Qué niña de las que pasan modelos de batas de cola en el Salón de la Moda Flamenca puede bailar sevillanas con esas palmas tan malages? Y un lector fiel y leal me dijo en un SMS: "Apúntate un 10 por cómo toca las palmas Carme Chacón, pero para que no te tachen de rubalcabista tienes que escribir otro sobre Alfredo antes del sábado". Y en ello estamos. Hoy es sábado. Y me pueden tachar de lo que quieran, pero de rubalcabista, ay, no, hijo, eso sí que no. Hasta ahí podíamos llegar.
El nombre de Rubalcaba me inquieta casi tanto como sus tejemanejes de truchimán de la política que se trae desde tiempo inmemorial. ¿Desde cuándo Rubalcaba, de la estirpe de Martín Villa, está subido al coche oficial? Maquinando, cabildeando, tramando, mintiendo. Rubalcando. Rubalcaba me parece un tiempo verbal. El pretérito imperfecto del verbo "rubalcar". ¿Qué es rubalcar? Pues rubalcar, por ejemplo, es simbolizar el pasado del GAL, de los ERE, del despilfarro y de los millones de parados y presentarse como la solución de futuro para España. Rubalcar es ir de listo como vicepresidente junto a un presidente que torpea. Rubalcar es manejar el partido, las autonomías, el Congreso, el Senado, el Consejo del Poder Judicial, TVE, Radio Nacional, los periódicos adictos, los empresarios agradadores y trincones y los sindicatos estabulados en las subvenciones. De donde se deduce que, en efecto, Alfredo rubalcaba antes muchísimo, pero que ya no rubalca. Y que quiere seguir rubalcando, en el presente y en el futuro.
Y si me inquieta el nombre de Alfredo (ojú, encima, Alfredo, como Monteseirín)... Y si me inquieta el nombre de Alfredo, más su aspecto, sus manitas juntas como de jesuitón antiguo de novela anticlerical, o de judío que vende diamantes en la Calle 47 de Nueva York, su chepita, su calva. Esos paseítos que se ha dado hablando en los mítines de la presente campaña de ellos con ellos, que aparecía discurseando mientras daba garbeos para acá y para allá ante una rueda de chavales sentados en el suelo, y que a mí me recordaba, pero tela, a Escrivá de Balaguer hablando a los residentes de un colegio mayor del Opus en una tertulia, en el Belagua o cosa así.
Cada vez que Rubalcaba sale por la tele, con sus manitas así juntitas, con su calvita, con su mirada torva, me digo: "¿En qué museo de por ahí he visto yo antes este cuadro?". Rubalcaba no es del PSOE: es de la escuela holandesa. El personaje de un cuadro de la escuela holandesa, del XVII o así, que has visto, no sé, en una National Gallery cualquiera. El retrato se titula "El alquimista", o "El usurero", o "El cambista", y tiene un marco también holandés de madera negro y gordo, bueno, bueno, bueno, tan bueno como el cuadro. ¿A qué ahora que se lo hago considerar está usted harto de ver a Rubalcaba en esos retratos de personajes urbanos de la escuela holandesa?
Bueno, pues ese señor quiere seguir en el machito como secretario general del PSOE y que no gane la que toca las palmas en catalán. Con la urgente necesidad democrática que tenemos de una oposición firme, seria y con las manos limpias, aquí siguen estos señores sociatas con el pescado en sobreúsa y con la ropa vieja. Porque tener que elegir entre Rubalcaba y Carmelita Chacón no es un dilema: es una desgracia para España.

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