ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC, 27 de julio de 2013
 
Ferrocarrilanos
 
Hablamos de la Andalucía profunda. Mas para profundidades abisales, Galicia. La Galicia profunda sí que es honda. Allí ni hacemos pie los que no hablamos gallego. Es agua tapá de un pueblo donde rascas y te encuentras con los celtas como aquí hallas a Roma. Pero no con los celtas del estanco, los celtas cortos, como se llamaba aquella chirigota de San Fernando. Ni con el Celta de Vigo, que tomó como fingida patria aquel futbolista sudamericano que un club español fichó como oriundo, para completar cupo, con menos papeles que una liebre, y que cuando le preguntaron de qué lugar de Galicia procedían su presunto abuelito el emigrante dijo:

-- Mi abuelito nació en Celta, en el mismísimo Celta...

Creía el hombre que Celta de Vigo era una cosa así como Villagarcía de Arosa o Santiago de Compostela. Eso, tela. Tela de raíces del viejo pueblo indoeuropeo te encuentras en esa Galicia que por Cunqueiro aprendimos que es como la Bretaña francesa con concha de peregrino y que las filloas son primas hermanas de los "crêpes suzettes" franceses.

--Jefe, el artículo le está saliendo como la canción de Julio Iglesias: "Un canto a Galicia".

De eso se trata. Un canto de dolor y de esperanza a esa tierra que ha hecho que se doble el mapa de España que las olas le trajeron a Rafael Alberti, y que, Vía de la Plata abajo, Santiago haya estado tan cerca de Sevilla. A Galicia le ha llegado el dolor en los días señalaítos de Santiago y Santa Ana y en la Velá se apagaron las luces en señal de duelo. Galicia le presta a España su Patrón y España, en justa correspondencia, le ha prestado a Galicia su dolor.

Recorrí con mi padre un verano esa Galicia profunda, tan céltica, tan mágica, y por muchos pueblos me sorprendió el nombre de la fonda, que según supe luego estaba ligado al decimonónico sistema de diligencias (sí, como la de John Ford) que unía los pueblos. La empresa de esas diligencias se llamaba La Ferrocarrilana. Y como industria subsidiaria, digamos, tenía muchas fondas, donde esas diligencias hacían parada y que de ellas tomaban el nombre: Fonda La Ferrocarrilana. ¿Me falla la memoria o me equivoco si recuerdo que algunas líneas de autobuses conservaban también el nombre de La Ferrocarrilana? Quizás.

El caso es que con esta tragedia de Galicia la víspera de sangre de su Patrón me he acordado de ese adjetivo tan de la Galicia profunda: "ferrocarrilano". Dios mío, ¡cuántos expertos en ferrocarril nos han salido en España! Nunca sospeché que la gente supiera tanto de ferrocarriles, de altas velocidades, de sistemas de seguridad, de balizas digitales, de catenarias y de tracción eléctricas. Especialmente los tertulianos de radio y televisión. Yo sabía que en la radio había uno que sabía muchísimo de ferrocarriles, que era Carlos Herrera. Como no lo ha dicho nunca, vamos, casi nadie se ha enterado que Herrera hizo la mili en el glorioso e invicto Regimiento de Ferrocarriles. Pero Herrera no sabe nada de ferrocarriles. Absolutamente nada. Los que saben de ferrocarriles de verdad, pero tela, más que los ingenieros de Caminos, son los tertulianos. Pregúntenles lo que quieran sobre velocidades de las locomotoras, señalización, curvas, lo que sea. Los tíos se lo saben todo. ¡Qué ferrocarrilanos más expertos, Dios mío de mi alma! ¿Han trabajado de jefes de estación antes de vivir del chauchau? ¿O han sido revisores de la Renfe antes de profesionales del blabla? Tiene que ser algo de esto. De otra manera no me explico que sabiendo estos gachós tantísimo sobre cremación de huesos de niños hace cuatro días, y hace tres sobre el poder de los georradares en la detección de cadáveres enterrados, expertísimos en ambas materias, ahora descubramos que de lo que de verdad saben, pero tela marinera es de ferrocarriles, de Adif y de Renfe. ¡Qué alta velocidad tiene el camelo del blabla del chauchau, hijos! No sé cómo no descarriláis...

 

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