Hay calles por las que los sevillanos solamente pasamos en Semana Santa. Calles de San Vicente, de San Lorenzo, del Arenal, por las que cortamos viendo cofradías. Jardín secreto por el que a pesar de las bullas llegas en un periquete, ¿qué digo yo?, de La Hiniesta a La Estrella, o del Baratillo a Los Panaderos, o del Calvario a Los Gitanos, y tiro porque me toca, porque nos toca seguir gozando la ciudad secreta. Cuando a lo largo del año tienes que pasar por una de esas calles, por Cristóbal de Morales, por Rositas, por Eslava, por Olavide, por Corral del Rey, te dices para tus adentros: "Por aquí no paso lo menos desde hace dos Semanas Santas".

Y hay otras calles por las que el sevillano no pasa nunca. O casi nunca. Por ejemplo, las del Barrio de Santa Cruz. No el Barrio de Santa Cruz para uso de sevillanos, que es la calle Mateos Gago, o en todo caso Las Teresas y Ximénez de Enciso, sino el Barrio para uso de turistas: Jamerdana, Justino de Neve, Pimienta. ¿No hablan de una Andalucía Profunda? Pues también hay un Barrio de Santa Cruz Profundo, cuyos bordes los sevillanos apenas pisamos cuando vamos a un concierto de órgano de Maese Ayarra o a una exposición de Focus en Los Venerables.

¿Cuánto hace que no pasa usted por la calle Pimienta? ¿Y por el Callejón del Agua? ¿A que hace siglos que no pasa por allí? ¿Y quieren saber mi recomendación? Si tal es, mejor que no pasen, que guarden en la memoria un Barrio de Santa Cruz no achabacanado, degradado, convertida la Plaza de Doña Elvira en una enorme terraza con veladores, transmutada la calle Gloria en un zoco de falsos delantales de faralaes.

Pues a pesar de estos pesares, un sevillano clásico tuvo el otro día que pasar por el Callejón del Agua con toda la calor. Tenía que hacer una gestión en la calle Vida y estaba en la Puerta de la Carne. Cogió por Refinadores y la Plaza de Santa Cruz hacia el Callejón del Agua. Se me olvidaba decir que el sevillano clásico es ejecutivo de una empresa y que su uniforme de trabajo, su traje de faena, es, tanto en verano como en invierno, el traje riguroso y la corbata. Y como era asunto de trabajo el que le llevaba, pues así iba por el Callejón del Agua, todo trajeado, cartera de los papeles en mano, móvil en el bolsillo, cuando lo paró un grupo de turistas japoneses. Creyó que le iban a preguntar el camino a la Catedral, porque llevaban, como suelen, el mapa desplegado en mano. No. Se les pusieron alrededor y señalaron la cámara de fotos que uno de ellos llevaba, quien le dijo en inglés:

-- Please, photo. Photo with us?

El trajeado sevillano creyó que los guiris querían que les hiciera una foto a todos en tan típico enclave. Pero no, en inglés más o menos entendible le dijeron:

-- No, no... We want take photo to you with us. With this warm temperature, you are dress in suit and tie!

Traduzco: que los japos querían retratarse con el ejecutivo encorbatado y trajeado por el Callejón del Agua como un bicho raro típico sevillano: un tío de traje y corbata con una calor de 39 grados. Y la verdad es que ya ver en verano por la calle a alguien con chaqueta y corbata, perfectamente trajeado, es algo insólito. Así sólo se va en verano a una boda civil en el Salón Colón o a un casamiento en la Capilla Real. Pero el sevillano de mi historia está encantado con que los guiris le hicieran la foto, como un clásico hispalense, como arqueología de lo bien que vestíamos antes los sevillanos en verano. Cuando me lo contó me decía, sin salir de su extrañeza:

-- Cuidado que hacerse una foto conmigo como recuerdo de Sevilla porque voy con chaqueta y corbata... ¡Ni que yo fuera Curro Romero para llevarme como recuerdo de Sevilla!

Hablando de Romero: son "los ternos que perdimos". Romero Murube, naturalmente.