ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC, 12 de septiembre de 2013
 
Soy racista
 

  Pues sí, señores: tengo que confesarles que soy racista. ¿Passsssa algo? Porque, verán, mi racismo es a la sevillana. Hablo de la raza, pero de La Raza con mayúsculas. Mi racismo no tiene nada que ver con el sentimiento de superioridad de nuestra raza blanca despreciando a las otras. Creo que Dios creó iguales a todos los hombres, fuera del color que fuere su piel. Y a veces, cuando veo a un gitano darse su vueltecita por bulerías con tanto arte, pienso que hay etnias más agraciadas por Dios y por la Naturaleza que la blanca. Por no hablar de cómo envidio a los gorrillas negros de Bami, que llegados hace pocos meses en una patera ya saben hablar perfectamente en español. Envidio a los africanos su facilidad para aprender lenguas, mientras nosotros nos pasamos años y años estudiando inglés y, ya ven, apenas llegamos a la "relaxing cup of café con leche in the Plaza Mayor". Así que de ese racismo a lo Hitler, de ese racismo que hace chistes de simios cuando un futbolista negro del equipo contrario salta al campo, nada de nada. Que quede bien clarito, porque igual que hay feministas de guardia también los hay que están con la escopeta cargada dispuestos a aventarle dos tiros a quien les parezca racista o xenófobo.

Mi racismo va por otro lado. Por el lado del Parque. Por el lado del restaurante La Raza. Que me parece a mí que tomó su nombre de la cercana estela de cuando la Exposición de 1929, obra de Santiago Martínez, con la "Salutación del optimista" de Rubén Darío: "Ínclitas razas ubérrimas,/sangre de España fecunda". Y me parece también que ese restaurante se puso en lo que fue pabellón del diario "La Nación" de Buenos Aires cuando aquella Exposición, frente al Pabellón Citröen, que era el de los taxis exclusivos del interior del recinto, todos de esta marca francesa.

Gracias a La Raza, a los valientes empresarios de La Raza, ha podido llegar la juez Alaya a la cúspide de la corrupción del Régimen andaluz. Al lado de esa estela con los versos de Rubén Darío yo pondría otra de homenaje al valor cívico de estos empresarios. Una raya en el agua en la cobarde y tragona Sevilla de los avaros negociantes que se autotitulan empresarios. Mientras otros pasaban por el aro, pagaban la mordida y untaban la manteca para sus negocietes y sus pelotazos, los empresarios de La Raza grabaron las pruebas de la extorsión que querían hacerles y se fueron al Juzgado. Ya saben la historia. Querían montar una Escuela de Hostelería y pidieron una subvención a la Consejería de Empleo. Les daban 900.000 euros si soltaban 450.000 de comisión a un intermediario en el negocio frutero, que cantan Los Sabandeños. Lo que les dijeron como invitación-amenaza fue de esta pura Mafia interior del Régimen que quema archivos en Los Palacios: "La Junta colabora con quien colabora". Adiós, Don Corleone... Y con un valor digno de Laureada, no colaboraron. Colaboraron con la Justicia. Por eso soy racista de La Raza, de unos empresarios valientes, solos frente al aparato del poder del Régimen de los Treinta Años. Porque vamos a quitarnos las caretas: la misma morterá que pidieron a La Raza se la pedirían antes a los tropecientos mil empresarios cobardes y tragones de la pomada. Los que se han hartado de hacer negocios con los socialistas desde la subvencionada CEA. Y pagarían. ¡Vamos que si pagaron! Algunos pagaron hasta convites de boda. ¿Cómo se han hecho tantas fortunas y prosperado ciertos negocios a la nutricia sombra del Régimen? Untando la manteca colorá. Colaboracionistas con el Régimen, como los hubo en Vichy. Y si quieren doy nombres de sospechosos ganadores de contratas. Así que lo siento, pero soy racista. Racista del Grupo La Raza. Ojalá hubiésemos tenido muchos empresarios con ese valor. Otro gallo hubiera cantado en el Régimen de los Treinta Años.

 

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