ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC,  31 de octubre de 2013
 
Un tal Llera
 
     Para mí, y quizá también para muchos que no encuentran oro con que pagar la belleza del sol cuando se pone y deposita su doblón indiano en la alcancía del horizonte de la mar de Sanlúcar, el apellido Llera está para siempre unido a Bajo de Guía. No se le ha hecho justicia de Juan Llera, el dueño de aquella tabernita que estaba al final de Bajo de Guía, cuando aún no se había construido la lonja de Bonanza, y al atardecer llegaban los barcos pesqueros que descargaban su plata en los carros con los mulos metidos en el agua hasta los corvejones para sacar a la orilla aquellos tesoros vivos y coleantes. Era un Bajo de Guía como antiguo, de foto paisajista de Ricardo y Pielfort. donde llegabas tras pasar los chalés modernistas de la banda de la mar y te parecía que de un momento a otro iba a arribar el "Real Fernando" de verdad, con su Mississippi de ruedas de vapor, o que iba a venir con sombrillas blancas la Corte Chica de San Telmo con el Duque de Montpensier seguido de tres médicos positivistas y dos filósofos krausistas, amén de tres pintores románticos de guardia.

En aquel Bajo de Guía verdaderamente marinero, con su fábrica de hielo funcionando y su capilla con la Virgen del Carmen, había un hombre enviado por el dios Neptuno cuyo nombre era Juan. Juan Llera. Medio jorobadete, como en un Notre Dame del Guadalquivir, y con toda la gracia del mundo. Fue Juan Llera el que empezó a dar fama universal a los langostinos de Sanlúcar. Era un Bajo de Guía sin el esplendor hostelero de hoy, cuando los hermanos Hermoso Marín aún no se habían dejado Bigote ni había más Mirador de Doñana que ver los barcos venir.

Gracias a Juan Llera, el langostino tomó el apellido de Sanlúcar, tras librar en las mesas de toda España dura batalla con sus competidores de Vinaroz o de Santa Pola. Su negocio no crean que era como las actuales glorias benditas de Bajo de Guía. Tenía aquello manteles de hule y sabor a copla de café de marineros. Sólo que no había una niña color de lirio moreno, sino un dueño con mucha gracia y unos langostinos a los que Llera les puso de mote "Pablo-Romeros", por su trapío, lámina, estampa, casta y romana. Y pablorromeros se les quedó. Fue también Llera el que acuñó, ad usum madrileniorum, la metáfora de que sus langostinos tenían camiseta del Atleti. Llera pedía a la cocina no raciones de langostinos, sino "bandejas de pablorromeros". Y tal éxito tuvo, que por su tabanquito desfiló toda la alta sociedad de hace cuarenta años, los famosos y los artistas. Lo de Juan Llera era, ¿qué les digo yo? Como lo de Lucio en Madrid ahora, pero sin huevos estrellados.

Y tratando a la gente con la gracia del desparpajo o el desparpajo de la gracia. A todo el mundo le decía "titi" y de tú. Llegó un día a comer con mucha compaña el presidente de Sevillana de Electricidad, Carlos Mendoza Gimeno, y tras ponerle su bandeja de pablorromeros, se acercó Llera a la mesa que presidìa y le dijo a Mendoza:

-- Así que tú eres el dueño de la Sevillana, ¿no? Entonces, titi, ¿tú eres el que me manda al tío de los alicates y me corta la luz cuando no pago?

Aquellos langostinos de Juan Llera, grandes, altos de agujas, con mucha plaza, para toristas del langostino, serían hoy Cebada Gago o Celestino Cuadri. Y me he acordado de ellos, listados y atigrados, del Atlético de Madrid, servidos por Juan, el difunto señor de Bajo de Guía, cuando he visto que hay por ahí un tal Llera que usurpa su nombre y no merece la gloria de tal apellido. Un tal Llera que dice que buscar los restos de Marta del Castillo es un despilfarro y una tontería. Un tal Llera que tras decir eso no ha tenido la dignidad de dimitir. Y yo sé por qué. Sigue de consejero de Justicia, sentado en la poltrona de su indignidad, precisamente por no perder de gañote los langostinos descendientes de los que servía en Sanlúcar su mítico tocayo Juan Llera. O sea, lo de la saeta: "Pilatos por no perder/el destino que tenía/firmó la sentencia cruel..."

 

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