ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC,  5 de noviembre de 2013
 
Ocnos
 
     Aún no había llegado aquel 5 de noviembre de 1963 de su muerte en la capital de México, tan lejos de los magnolios y de los desnudos torsos de los muchachos de la cucaña en el río. De la Generación del 27 nos citaban a los que están en la foto del Homenaje a Góngora en el Ateneo: García Lorca, Alberti, Gerardo Diego, Dámaso Alonso. Nunca de Luis Cernuda. Ya en aquel acto del Ateneo en el salón de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la calle Rioja se cumplió la máxima de otro sevillano difícil, pero al revés. En el acto del 27 en el Ateneo no fue lo de "el que se mueve no sale en la foto", sino todo lo contrario: "El que no se mueve no sale en la foto". Los que se movieron fueron los poetas andaluces que se habían ido a hacer carrera en Madrid: Alberti, Lorca. O los castellanos. Por eso salieron en la foto tan serios, por eso los convidó Ignacio Sánchez-Mejías hasta a cuarto del Hotel Madrid, que era como si ahora los hubiera traído por todo lo alto al Alfonso XIII.

Pero en la foto sevillana de la Generación del 27 pasó lo de siempre que hay un sarao o un evento e importan una carretada de famosos desde Madrid a gastos pagados. Que los que salen y brillan son los gañotes de Madrid, en este caso no los poetas de Sevilla que no trincaron nada ni pegaron el mangazo de tren como lo dieron tan eximios autores veintisietistas. Pues entre el público, sin salir en la foto, resulta que estaba nada menos que la mejor poesía que había de escribirse en toda la Generación del 27, sin tanto gañoteo con Sánchez-Mejías en Pino Montano ni tanto hotel "full credit". Entre el público del acto de la calle Rioja estaba nada menos que el hijo del coronel jefe del Regimiento de Ingenieros del cuartel de La Borbolla. Un tal Luis Cernuda Bidón. Nieto de Bidón el droguero de la Plaza del Pan, sí, en la actual acera de las novias, frente a las mínimas tiendecitas medievales adosadas al trasmuro del Salvador.

Y aquel muchacho de pelo planchado y mirada tímida, atildado, elegante, con la raya del pantalón impoluta, quizá con un chaleco inglés de punto debajo de su traje de cheviot, resulta que habría de dejar, por clásicos, versos más inmortales que todos los que estaban como unas pavas dejándose retratar por Ángel Gómez "Gelán" para la portada del diario "La Unión". Y aquel muchacho que estaba allí haciendo bulto a los de Madrid junto con los poetas de la revista "Mediodía", con Rafael Laffón, con Rafael Porlán, con Juan Sierra, pues resulta que, además de esos versos perfectamente clásicos e inmortales, habría de escribir el libro más perfecto y esencial que sobre Sevilla nunca se hizo: "Ocnos".

Yo fui de los pocos que leímos "Ocnos" en Sevilla con Luis Cernuda aún vivo. El mérito no fue mío. Fue de Aquuilino Duque, que me lo recomendó una tarde en el saloncito de café de Los Corales, sí, donde en la gutapercha del rincón hacían tertulia El Gallo y Belmonte. Allí le pedí consejo literario, y el difícil Aquilino me dio dos que nunca olvido ni le agradeceré bastante: que leyera "Ocnos", pero que considerara que Sevilla es una flor carnívora, que tuviera mucho cuidado con ella. Lo segundo no lo tuve muy en cuenta, y prueba de ello es que aquí me tienen, sin haberme ido a Madrid a pintar la mona literaria. Pero lo primero que me aconsejó Aquilino bien que lo cumplí. Saqué inmediatamente de la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras la edición de "Ocnos" en Ínsula. La devoré, como si la flor carnívora fuese yo. Tanta Sevilla encuentro en sus paginas cada vez que vuelvo al querido libro, que pienso que Luis Cernuda, poeta universal, fue devorado en su tierra por la flor carnívora del olvido, "memoria de una piedra sepultada entre ortigas". Tituló becqueriamente un libro "Donde habita el olvido". Se fue harto de coles y le pegó la bronca a José María Izquierdo por quedarse. Lo que no sabía Cernuda es que Sevilla lo iba a empadronar, y durante muchos años, como habitante de la Calle del Olvido. Ahora está de moda, pero cuando vivía desterrado nadie comocía a Cernuda en Sevilla, más que Aquilino Duque y Joaquín Romero Murube.

 

 

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