ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC, 9 de noviembre de 2013
 
De Corea al Virgen del Rocío
 
     Al presentar en Antares a don José Ignacio Medina Cebrián, teniente general jefe de la Fuerza Terrestre, mi admirado y muy monárquico general don Gonzalo Rodríguez de Austria (a quien agradezco su cita de que en Sevilla las cosas se escriben de una forma y se pronuncian de otra) descubrió que aparte del nomenclátor oficial y del popular o histórico, hay un tercero en Sevilla: el callejero de Tussam. Sí, las paradas de los autobuses son una tercera forma de nombrar lugares y calles. Rodríguez de Austria señaló que Defensa le puede poner el mote que quiera a las dependencias militares que tienen a la Plaza de España sacada de brillo, pero que aquello, a los efectos de las paradas de autobús, sigue siendo Capitanía. Y en los autobuses es común que suba una señora mayor con mucha dificultad, porque está mal de las piernas, y le pregunte al conductor:

-- Niño, ¿éste para en la Residencia?

Bueno pues para no salir del nomenclátor, el oficial ha imitado al de los autobuses y Sevilla, por fin, ha hecho justicia y le ha puesto una glorieta no lejos de allí, a la espalda, al médico que creó La Residencia: al doctor don Juan Bermudo de la Rosa. Sí, el que vivía en la Plaza de la Alianza. El marido de Susana del Río. Sí, el de los Bermudos de la Hermandad de Amargura. El que llegó a Sevilla tras poner en marcha en Cádiz la Residencia Sanitaria Fernando Zamacola del INP, que primero fue "el Zamacola" y luego oficialmente el Puerta del Mar (porque lo de Zamacola, falangista, no le gustaba al SAS), pero que los gaditanos siguen llamando "La Residencia". Ya aquí en Sevilla lo de La Residencia lo dicen sólo las viejas del autobús: para todo el mundo es "el Virgen del Rocío". Curiosa dualidad de no discriminación de género, en Sevilla tenemos La Virgen del Rocío y El Virgen del Rocío, La Macarena y El Macarena, La Maestranza y El Maestranza.

Bueno, pues El Virgen del Rocío existe gracias a Juan Bermudo de la Rosa. Hijo por cierto de Manuel Bermudo Barrera, el teniente de alcalde engrandecedor de la Feria que hizo la famosa del Centenario y que, como ahora su hijo, tiene una calle en El Prado del antiguo Real abrileño. Juan Bermudo, muy bien relacionado con los barandas del Régimen en Madrid, consiguió que la primitiva Residencia García Morato (lo que hoy es el edificio del Hospital General) diera paso a toda una Ciudad Sanitaria, a la que puso el nombre de la Virgen del Rocío. Por gestiones de aquel gran director de hospitales que había hecho un Máster de Gracia en Cádiz, Madrid concedió a Sevilla un Centro Regional de Traumatología, un Hospital Infantil, una Maternidad, una Escuela de Enfermeras y hasta la primera Unidad de Grandes Quemados. Todo ese tinglado sanitario del Virgen del Rocío que ven ahora existe gracias a Juan Bermudo de la Rosa. A quien al llegar al poder estos señores de la Junta le pagaron espléndidamente. Sí: lo mandaron al ambulatorio de la calle Greco. Son las ingratitudes de quienes les da coraje que en aplicación de la Memoria Histórica no puedan derribar el Virgen del Rocío, pues se hizo cuando Franco. Tan ingratos son, que nadie de la Consejería de Salud ni del SAS fue a la inauguración de la merecidísima Glorieta de Juan Bermudo.

Bermudo a Sevilla cambió el callejero del autobús. A García Morato no se le llamó "El Morato" ni incluso "Corea", el primitivo mote de su inauguración, puesto cruelmente por la cantidad de albañiles muertos en sus obras. La gente empezó a decirle "La Residencia". Aunque Juan hubiera creado la Ciudad Sanitaria Virgen del Rocío, nadie se lo decía ni en el auiténtico Barrio Sanitario que se creó en su entorno, un Bami entre la Sanidad pública del Virgen del Rocío y la privada del Sagrado Corazón. Ha sido, pues, de justicia, que quien pasó la Sanidad pública de Corea al Virgen del Rocío tenga un recuerdo en una glorieta cercana. El Ayuntamiento así lo ha reconocido. Y no como los miserables. No me refiero a Los Miserables del musical del Palacio de Congresos de Fibes, sino a los del espectáculo de ingratitud del SAS.

 

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