Y dicen las malas lenguas que tras las bodas civiles que cada viernes y cada sábado ponen perdidos de arroz los solemnes salones municipales de pleno y tras esta proposición de los bautizos civiles, ojalá quede aquí la mofa de los sacramentos que en el fondo son estas mamarrachadas tan laicas como cursis. Porque no quiero ni pensar que quieran también regular la extremaunción por lo civil, patrocinada quizá por alguna marca de aceite de oliva virgen, por aquello de los cívicos santolios.

Lo que se les ha escapado a los proponentes de esta chorrada bautismal es reconocer que ya existe la confesión por lo civil. Y a nadie se le ha ocurrido regular la confesión por lo civil, cuando a servidor de ustedes le fastidia bastante. Es un sacramento laico el de la confesión por lo civil que se administra en las recepciones de los hoteles, cuando te marchas, dejas la habitación y pides la cuenta. Entonces el recepcionista te pregunta como un confesor, como el más terrible e inquisitorial de los confesores:

--- ¿Tomó algo del minibar?

Sólo le falta añadir:

-- ¿Cuántas veces, hijo?

No puedes dejar un hotel sin tener que confesarte ante el recepcionista sobre el minibar. Y en ese Confíteor del Minibar, ¿quién dice la verdad? Si engañamos a Hacienda con el IRPF, ¿cómo vamos a decir la verdad al tío de la recepción que nos pregunta si hemos consumido algo del minibar? Seguro que saben que todos mienten. Pero los gastos de personal son los gastos de personal. Cuando la Expo 92, Marta Medina inauguró su encantador y refinado hotel Casa de Carmona, donde en vez de barra de bar o cafetería, puso en un salón tela elegante una mesa con toda suerte de botellas de güisqui, ginebra, refrescos y licores, en barra libre y gratis, como en una casa particular. Le pregunté si no era mucho gasto el gañoteo de bar gratis de los clientes. Me dijo:

-- En absoluto. Por mucho que se beban los clientes, no hay hígado que resista lo equivalente al gasto del sueldo de un camarero con sus seguros sociales.

Los hoteles nos dejan mentir en el Confíteor del Minibar porque saben que por muchas patatas fritas prensadas espantosas de la lata del tío del bigote y por muchos toblerones que nos hayamos comido, y por muchos botellines de güisqui y de ginebra que hayamos descorchado del minibar, no hay hígado ni estómago que resistan lo que vale pagar turnos de camareros las veinticuatro horas para el servicio de bebidas de habitaciones. Y esto debe de ser así porque cuando te marchas el recepcionista te pregunta por el minibar, pero muy de pasada, no te dice como en las películas americanas de tribunales:

-- ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de si tomó algo del minibar?

La verdad en el Confíteor del Miníbar debería ser la prueba del nueve sobre la honradez de los políticos. Porque no quiero ni pensar que, terminada la Conferencia Política del PSOE, Susana Díaz vuelva a Sevilla y al dejar el cuarto del hotel le mienta al recepcionista, diciendo que no tomó nada del minibar, cuando a lo mejor se ha hartado de avellanitas y de chocolatinas.