as
mujeres se fijan más que los hombres en las flores de los pasos.
Los hombres sabemos que sí, que los pasos llevan flores, pero no
nos pregunte usted cómo se llaman esas pequeñitas y refinadas
que este año recorren el moldurón de plata del palio. Eso lo
saben las mujeres perfectamente. A los hombres no nos saque
usted de las flores antiguas, de la rosa y del clavel, del lirio
y del naranjo que florece entre la plata de un palio de la
madrugada. Las mujeres te dicen no solamente cómo se llaman esas
flores exóticas, sino de qué países llegaron, qué primores de
manos de floristas las colocaron, si recuperan formas antiguas o
si despejaron esquinas que ahora sólo lucen blancuras del guante
de los manigueteros. Pasan los pasos, pasan las flores de los
pasos, pasa el olor de las flores de los pasos, y a mí hoy,
cuando la ciudad está sosegada y en calma como corresponde a la
festividad del día, ese olor, ese color, me recuerdan algo que
considerar no se suele. No hablo de dónde vienen las flores de
los pasos, sino adónde van algunas veces.
Mañana Viernes por la tarde veré un Cristo entre
ladrones. Junto a las flores de lis del recuerdo de la grandeza
romántica de la cofradía y a las doradas garras de los zancos,
los humildes lirios. Los lirios de siempre. La mejor alfombra de
la Real Fábrica que Don Antonio de Montpensier tuvo en San Telmo
era un esterón de la espartería de la Alfalfa al lado de los
lirios del campo que tapizan el monte del Cristo. De entre esos
lirios, yo conozco un manojito. Aún están frescos, copiando el
color de las túnicas de los nazarenos, en una historia que me
contaron y que recuerdo. Pongamos que ocurre ahora. Es ya
madrugada del Viernes al Sábado. Un hermano de esa cofradía no
ha podido verla este año. Se lo llevaron más que maluscón al
hospital el Domingo de Ramos. Quirófano, sala de despertar,
cuidados intensivos. Ahora es noche cerrada de hospital e
incertidumbre. Pasillos vacíos. De pronto, por aquella soledad
avanza un hombre vestido con un terno negro. Lleva unos lirios
en la mano. Es el capataz de la Carretería. Se acerca a los
familiares del enfermo. Le da los lirios. Les dice:
-- Dádselos de parte de la hermandad. Son los
lirios que ha llevado el Cristo...
Y pongamos que también ocurre ahora mismo otra
historia que me contaron. Viene la Esperanza triunfante por
Escoberos. Una macarena está esperándola. Aguanta el arreón de
la bulla de ciriales para verla. Antonio Santiago toca el dragón
y el paso se para. La sevillana está mirando a la Madre de Dios
y rezando. No se da cuenta de que un nazareno de antifaz de
viejo terciopelo verde se ha acercado al paso, ha tomado un ramo
de claveles blancos y ahora se lo está dando. No sabe si son
nuevas o viejas las lágrimas que le brotan cuando ese nazareno,
dándole el ramo de flores, le dice:
--Toma, para que se las lleves a tu madre, que
éste es el primer año que no ha podido verla. Estas flores han
estado con Ella toda la madrugada...
La macarena abraza el ramo contra su pecho
cuando está pasando una Virgen que ya no sabe si ve aquí, en
Escoberos, o si está viéndola aún en el viejo cuadro del cuarto
de su madre. Deja la bulla. Sale a la Resolana. Para un taxi. De
va al cementerio. El cementerio sí que está sosegado y en calma
como corresponde a la festividad del día más cierto. La macarena
va por los cipreses, hacia un mármol. Sobre el que ahora, en un
silencio de altos pájaros, con una luz de cuerpo cortado por la
madrugada, deja esos blancos claveles.
Las mujeres saben de dónde vienen las flores
de los pasos. Los hombres sabemos adónde van muchas veces los
lirios o los claveles de un paso. Ni más ni menos que a la
verdad de la vida y de la muerte.
Carlos
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