ueridos
todos, a ver si no me olvido de ninguno. Queridos Javier Villán,
Barquerito, Vicente Zabala, José Antonio del Moral, Fernández
Román, Molés, Juan Posada, Pedro Javier Cáceres y compañeros
mártires, mártires del tedio de la plaza del Arenal, que venís a
hacer la crítica de las corridas de feria cada año con el puesto
de turrón del micrófono o del teléfono conectado con ese
redactor jefe que no tiene idea de toros y que siempre quiere
allí la crónica completa antes que arrastren al cuarto.
Si yo fuera alcalde de Sevilla, os convidaba a
comer al comienzo de cada temporada. Os ponía hasta la corcha de
cigalas, langostinos, gambas y los más deliciosos frutos de mar
que Sanlúcar y Huelva darnos pueden. ¿Que para qué os presentaba
armas en nombre de la ciudad, y os recibía en primer tiempo de
saludo? Hombre, pues para que hablárais bien ante toda España de
ese espejo de Sevilla que es su plaza de los toros. Los
sevillanos solemos salir malparados en esas crónicas. Y con
razón. Tragamos con todo. No protestamos por nada. Intérpretes
fieles de los tópicos silencios, nos callamos resignadamente
ante lo que nos echen y lo que nos pongan, lo que en otras
plazas levantaría auténticas algaradas de las que justifican que
la Fiesta siga dependiendo de Interior y no de Cultura.
Cuando os escribo esta carta aún no se han
corrido los toros de don Celestino Cuadri, aquel caballerazo de
Trigueros tan interesante y culto, antifranquista hasta la penca
del rabo de sus toros, correligionario de don Manuel Giménez
Fernández y de la imposible burguesía republicana española, que
en 1954 tuvo el valor cívico (sin Gamero) de poner el amarillo y
el morado en su divisa, desafío de su ideología tricolor. Da
igual cómo haya resultado el encierro de los hijos de don
Celestino para lo que os quiero decir. Que es falso ese tópico
de que los sevillanos nos miramos el ombligo en el albero del
ruedo del Baratillo y que aquí para triunfar le pedimos el carné
de identidad a los toreros. Mirad lo de Florito. Hasta la hora
del apartado de Cuadri en que os escribo, el triunfador de la
feria ha sido por ahora Florito. A Florito no solamente no le
hemos pedido el carné de identidad (porque sabemos que pone
"Talavera"), sino que le hemos pegado las más cerradas ovaciones
del ciclo, manejando la parada de cabestros. Cabestros de Madrid
que han sido recibidos con toda alegría, como si estuvieran aquí
toda la vida. Una afición que se resigna a aplaudir por lo menos
al cabestrero, y que está encantada con que las devoluciones no
se eternicen, y que sea con mansos de Madrid, enviados por Seur
o en el Ave, no es digna de denuestos, queridos, sino de que
pidáis para ella la Medalla Colectiva al Mérito Taurino, la
laureada del aguante.
Así que os ruego que en las crónicas de esta
feria le deis a la afición sevillana absolución general de la
común acusación de ombliguismo. Ya visteis el cartel de los
Cuadri: uno de Zaragoza, otro de Madrid y otro de Valladolid. A
ninguno se le pidió el carné de identidad. Porque aquí tenéis el
mejor reverso de la moneda del antitaurinismo separatista
catalán. Serafín Marín tuvo que hacer el paseíllo con la
barretina en la Monumental de Barcelona para demostrar la
catalanidad de la Fiesta. Aquí, como a España le tenemos puesto
el nombre de Andalucía, no tenemos el menor problema. Si
Barcelona es declarada ciudad antitaurina, Sevilla se declara a
sí misma cada tarde ciudad taurinísima, ciudad abierta a toda la
Fiesta, al arte, a la técnica y al valor, vengan de donde
vengan. Florito incluido. Sabiendo como sabéis que tenemos de
empresario al niño de Canorea, vosotros mejor que nadie podréis
valorar nuestro mérito.
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