os
pondremos como en los antiguos programas cara al público de
Radio Sevilla, en aquel estudio de Rafael González Abreu con
zócalos de corcho y piano del maestro Navarro y decía: "¿Puedo
saludar? Pues saludo al alcalde de Sevilla, don Alfredo Sánchez
Monteseirín, y lo felicito..."-- Por lo
bien que tiene la Feria...
No, eso por supuesto. Sevilla se las pinta
sola para poner orden en el caos. La Feria es un caos
perfectamente reglamentado. Una concentración de gente
puestecita y alegrita como la de cada noche en la Feria origina
de trescientos muertos para arriba en el Carnaval de Río y aquí
el parte de incidencias se reduce a diez papas medio mortales y
una docena de guantadas dadas a tiempo a ese pesado que con las
copitas se estaba pasando con aquí mi señora.
La organización de la Feria o la Semana Santa
es lo que de verdad nos sale bien a los sevillanos. Ojalá todo
el año fuese Feria o Semana Santa, para que Sevilla ocupara en
el mundo el lugar que se merece, esto funcionaría como un reloj
y fuese realidad la ciudad soñada en vez de esa espantosa ciudad
vivida de noviembre, de febrero. El sevillano, tan insolidario,
tan poco dado al trabajo en grupo, organiza perfectamente una
cuadrilla de costaleros para sacar la maravilla de un paso a la
calle o una peña de amigos para poner la hermosura de una
caseta. Si cada cuadrilla de costaleros y cada peña de la feria
pusiera una empresa para generar riqueza en vez de poner un paso
en la calle o una caseta, esto sería Suecia. Y no habría ni
Semana Santa ni Feria, claro, esas moscas no hay quien las ate
por el rabo. Las ciudades divertidas tienen estos
inconvenientes: que los niños cuando se licencian en la
Universidad no encuentran trabajo, y que cuesta mucho que todo
funcione como debiera. Pero nos lo pasamos tan bien, usted...
Así que venía diciendo al principio, en el
rememorado estudio de González Abreu, que si puedo saludar,
porque quiero saludar al alcalde, y felicitarlo por la
declaración de Sevilla como ciudad taurina, de la mano de ese
gran torero hondo y gran hombre que es Eduardo Dávila Miura. Que
ya es eso tan raro, raro, raro como un torero de Sevilla.
Sevilla, la capital del toreo, se está quedando sin toreros de
la tierra. Pero es la tierra del toreo. Y el alcalde ha hecho
muy bien proclamándolo, y declarando los toros como Fiesta Mayor
de Sevilla. Lo es. Sin los toros no se entienden las fiestas de
Sevilla. Los curristas decían que la Semana Santa era la
preparación religiosa para ver a Romero con la debida devoción
de protestación de fe en su función principal de instituto del
Domingo de Resurrección. La Feria no se entiende sin toros. El
Día del Corpus tiene que haber por la tarde una corrida, por
malo que sea el cartel, con Nea, Caganea y El Guarda de la
Alamea, como decía Miguel el Pescadero, el padre de Juanita
Reina. Sevilla tiene su Wall Street y su Inem torero, todo en
una pieza, que primero estuvo en Britz, más tarde en Gayango,
después en Los Tres Reyes y ahora en El Cairo, que yo creo que
la torería andante se ha ido a El Cairo por la cosa de Egipto y
del Faraón.
Sevilla, taurina. Municipal, formalmente
taurina. Como tiene que ser. En España, Fiesta Nacional y en
Sevilla, Fiesta Mayor. Fiesta Mayor me parece poco. Los toros,
la liturgia de la plaza del Arenal, sus ritos, deberían
encabezar la catalogación de ese riquísimo Patrimonio Inmaterial
de Sevilla que entre todos debemos preservar y perpetuar, como
una muestra refinadísima de cultura.
Y si de paso el alcalde le pone un telegrama
de protesta a su colega de Barcelona y consigue que su partido
salga del confuso antitaurinismo de la Señorita Pepis de
Cristina Narbona, la hija del escritor taurino Paco Narbona,
pues ni te cuento.
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