Cuando conocí a Ortega Cano era ya José figura
del toreo. La geografía de cornadas de aquel cuerpo alto y elegante estaba cubierta por
un impecable traje Príncipe de Gales. Noche de feria. Bóvedas de El Burladero. Ortega
Cano acababa de demostrar aquella tarde a Sevilla el torero que era, con un juampedro. No
era Ortega aquella noche de El Burladero lo que se dice la estampa tópica de un torero
tras un triunfo, rodeado de flamenquitos y de cogecosas, de jarrillos de lata y de
veedores de hembras. Era un hombre tranquilo y serio, elegante y educado, y así me
pareció en aquella primera imagen que del hombre tuvo cuando me lo presentaron los
Lozanos.
El toreo de José Ortega ya lo
conocía de antes. De tardes de televisor, de plazas de la bahía, de Sevilla. Es Ortega
un torero de ésos cuya hondura hace que Sevilla no le mire el carné de identidad. A
nosotros que nos llaman chovinistas estamos hartos de expedir pasaportes de sevillanidad
en el coso del Arenal. Basta coger cualquier historia de la plaza para ver que Sevilla no
es tan de los suyos como dicen. Los nuestros siempre son los que llevan la verdad y la
belleza por delante, y José las lleva.
Resultó luego, andando los
años, que aquel José Ortega Cano del traje Príncipe de Gales que me presentaron los
Lozanos, aquel educado torero de Cartagena, se puso de novio con una señora que me honra
con su amistad y que honra a Andalucía con sus coplas: doña Rocío Mohedano Jurado.
Razón por la cual no sólo tuve nuevas y privilegiadas ocasiones para profundizar en la
filosofía orteguiana de las circunstancias del torero, sino para degustar su arte. Hondo
es la palabra. Igual que hay un cante jondo, también hay un toreo jondo. Estoy por pensar
que en Sevilla nos gusta el cante jondo y el toreo jondo, como en otras partes gustan los
cantes livianos y los toreros livianos.
Y estando de novia doña
Rocío Mohedano Jurado de don José Ortega Cano, José Juan Porlán, el magnífico
compositor valenciano, me llamó y me dijo:
-- He escrito un pasodoble
taurino. ¿Te atreves a ponerle una letra dedicada a Ortega, para que se lo cante Rocío?
Me atreví. Va por usted. Se lo llevamos a
Rocío. Le encantó. Con arreglo de Manolo Gas, lo montó para su espectáculo. Aún me
acuerdo de los pañuelos blancos del público cuando lo estrenó en el auditorio de La
Cartuja, el 23 de septiembre de 1993. Ya ha llovido desde entonces. Y ya ha toreado tardes
José. Se casaron, conocieron la felicidad, siguió cada uno por su camino la carrera del
arte. Hasta la tarde del miércoles de feria. Rocío ha grabado ya ese viejo pasodoble en
un disco. Creo que han sido ensayos. Con lo bien que lo canta Rocío, creo que José lo
cantó mucho mejor con su muleta, ahormando a Pantalano, metiéndolo en sus vuelos,
haciéndolo un toro de vuelta al ruedo. Yo estaba viendo a José y estaba pensando que la
realidad del toreo imitaba al arte del pasodoble de Rocío. ¿Toreo o cante? No sé, pero,
desde luego, hondo. Y la muleta de José, tan baja, por lo bajini me iba cantando su
propio pasodoble: "Míralo bien,
cómo se cruza, templa por naturales. Míralo bien, porque es un cuadro, que este pintor
pinta con arte, y es de cartel esa muleta que al toro embebió y lo dominó..." Y
luego, como en la copla, cuadró a Pantalano, y en las agujas paró su estoque el
reloj. Siguió luego el coro de la plaza cantando que era verdad el clamor de dos orejas,
que los tendíos se han encendío contigo, Ortega. Y eran verdad las blancas palomas de
los pañuelos, y era verdad la emoción de Ortega Cano en la arena. Aunque yo a Cartagena
le dije viva, aquello no era en modo alguno un viva Cartagena. La emoción de José,
cuando el toro buscaba su muerte, era tan verdadera como las lágrimas de un novillero que
estuviera debutando en Sevilla. Había hecho verdad lo que le deseé por la mañana:
"Rocío va a tener que cambiar la letra del pasodoble: Ortega Cano en Sevilla, las
dos orejas corta a un jandilla..."