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Navidad en Cádiz, plaza de San Juan de Dios |
Por ahí era aguinaldo, pero
aquí, aguilando de toda la vida. Como suele ocurrir con nuestra habla, el
aguilando de los andaluces estaba más cerca del latín que el aguinaldo de los
castellanos. Dicen que aguinaldo viene de hoc in anno, en este año, pues era como
el pago en especie de una anualidad de los buenos deseos. Y no era solamente la propina
anual de Navidad a los servidores públicos, sino el propio regalo entre familiares. En la
cena de mi familia siempre hay un revuelo de nietos cuando alguien proclama la solemnidad
del ritual ante el bolsillo del verdadero Maestro Burgos, maestro del Real Gremio de los
Alfayates de Sevilla:
-- Niños, que el abuelo os va a dar el
aguilando...
Y allá que va el verdadero Don Antonio
soltando con todo dolor de su bolsillo fenicio de visueño, pero con toda alegría de su
corazón de abuelo, los aguilandos a los nietos. Preciosa palabra, pero en trance de
pérdida. Y, paradójicamente, cuando más aguilandos se dan en las familias, esto es,
cuando más regalos de Navidad se hacen. En ese Estado del Bienestar que le han puesto de
mote a la antigua Sociedad de Consumo, ya se regala ritualmente en dos fechas, en ambas
Pascuas: por Pascua de Navidad y por Pascua de Reyes. Hemos resuelto el problema entre el
árbol de Navidad y el nacimiento, y la disputa entre Papa Noel y los Reyes Magos,
haciendo que tanto el uno como los otros tres dejan regalos.
-- Y las tarjetas de crédito echando
humo...
Eso, las tarjetas de crédito echando humo,
que por eso dice el villancico que en Belén tocan a fuego, porque por allí, por las
cajas del "¿se lo envuelvo para regalo?" las tarjetas de crédito jumean.
Defiendo el aguilando como nombre de los
regalos de estas fechas porque es el único aguilando que queda. Ningún gobierno, ni
central, ni autonómico ni municipal se ha apuntado el logro, pero uno de los perfiles
más característicos del nivel de vida, de la bonanza económica y, si quieren, del
Estado de Bienestar de los funcionarios del Estado es que han pasado casi las Pascuas y me
hicieron caer en la cuenta:
-- ¿Te has dado cuenta de que ya nadie
viene pidiendo el aguilando? Ni el cartero, ni el barrendero, ni el repartidor de los
telegramas...
Los sindicatos deberían hacer constar en
acta entre sus conquistas sociales la desaparición de esa lamentable estampa navideña,
el funcionario municipal o estatal llamando mendicantemente de puerta en puerta, con la
tarjeta de felicitación en una mano y tendida la otra para la anual propina, con el
remoquete final cuando se la dábamos:
-- ¿Le importa devolverme la tarjetita,
que me sirve para otra casa?
Ha ganado la dignidad del trabajo, pero ha
perdido la lírica popular. El cartero del barrio, el barrendero de la calle, el basurero
de la zona, el repartidor del periódico, el panadero, el lechero, todos se sentían
obligados a la lírica en sus tarjetas: "Haga frío o calor,/ pero siempre con
esmero,/ va dejando el barrendero/ la calle que es un primor." Y junto a los versos,
el dibujo idílico de un barrendero. Como no quiero que se pierda ni la costumbre ni su
lírica popular, sin pedir nada, aquí llevan mi tarjeta aguilando: "Todos los días
del año/en las páginas de El Mundo/ está el tío del Recuadro,/ que se llama Antonio
Burgos." |