Pinche para leer el Magazine de El Mundo en Internet

Pinche para leer el diario El Mundo en Internet

 


 

Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

La radio de casa

 

TODAVÍA NO CONOZCO a ningún profesional de los medios de comunicación que coleccione viejos televisores en blanco y negro. Aquellos receptores inmensamente grandes, marca Ruton, Askar, Philips, Lavis... Con los dos canales, el VHF y la UHF, la Primera y la Segunda como únicas cadenas, en la España nostálgica de las dos velocidades del programa de Iñigo frente al de Franz Johan, del Capitán Tan y de Feliz Rodríguez de la Fuente. Pero todos sabemos que hay quien, como Luis del Olmo, colecciona viejos aparatos de radio como los tesoros de la tecnología que son. Como coches antiguos, como cajas de música, como relojes de bolsillo, como escopetas de pistón, como plumas estilográficas, como viejos trenes eléctricos de juguete.

Una radio de lámparas, con su enorme altavoz, con su dial de vidrio con nombres de extrañas y lejanas estaciones extranjeras, con la siempre roja aguja del dial moviéndose tras aquel cristal mágico, nos lleva al tiempo de la infancia para los que conocimos la llegada de los primeros transistores, que fueron la primera gran revolución de las comunicaciones. Lo de Internet ahora es nada al lado de aquellas primeras radios de pilas que se podían oír en cualquier lugar de la casa, en el campo, y no reunida toda la familia en torno a la mesa de camilla, como un rosario superheterodino inventado por el Padre Peyton a la medida de aquella España de Familia, Municipio y Sindicato... Y poco más.

Todos tenemos en la memoria una radio familiar, una radio cercana, con su cordón de liadillo de seda o multicolor enchufado a una pieza de porcelana, con el voltímetro aquel que permitía estabilizar la corriente. El fluido le llamaban... Y cuando contemplamos la colección de Luis del Olmo recordamos la radio de la vecina del primero, la radio de la abuela, la radio de aquellos amigos que nos llevaban de vacaciones a su casa del pueblo, la radio del portero de la casa de pisos, la radio del bar del barrio que ponían a todo volumen cuando Juan Tribuna retransmitía desde Cádiz los partidos del Sevilla en el Trofeo Carranza o desde La Coruña los encuentros del torneo Teresa Herrera. Pero nunca ninguna de tanta recordación con la radio de casa. Todos recordamos la radio de casa como se recuerda el colegio de las primeras letras, el primer beso de la primera novia, la primera papeleta con un suspenso en la Universidad. Salen por la televisión viejas películas españolas de Manolo Morán y de Pepe Isbert, de Alfredo Landa y de Mariano Ozores, y cuando están escuchando los partidos en una tarde de domingo con bicicletas y recuerdos del olor de los anuncios del Anís La Asturiana o el Anís Las Cadenas, evocamos la radio de casa. Nuestros padres aún jóvenes y nosotros niños, preguntando cómo aquella caja con una funda de cretona podía contar el cuento de la ratita o el de los tres ositos:

-- ¿Es que tiene dentro unos hombrecitos que hablan?

Cuando de Tánger llegó el primer transistor, en casa quedó arrumbada la vieja radio Marconi, la de tantas noches de sábado en familia oyendo a Boby Deglané, la de mi padre oyendo las crónicas taurinas de aquel San Fermín del cornalón de Rafael Ortega el de la Isla... La última vez que vi aquella radio, estaba en el cuarto de mis padres, sobre una mesilla de noche, olvidada y cubierta de polvo como un arpa becqueriana. Supe luego que mi madre, enemiga de parientes y trastos viejos, la había dado a una asociación benéfica que recogía muebles y objetos usados por las casas, con fines caritativos. Nunca más la vi, por muy cercana que la tenía en la memoria cuando oía por Radio Olé una canción de Mari Paz, de las que mi madre cantaba, con veleros de miel y canela, de menta y cristal, con reales mozos con sus capas de seda...

Hasta que la otra noche, en casa de mi hermana, me tenían preparada la sorpresa:

-- Pedro tu sobrino ha encontrado en un anticuario una radio Marconi que es igual que la que había en casa... Ven a verla...

Me llevó a aquel cuarto donde estaba la radio Marconi, sobre una mesilla de noche, como cuando nuestra madre aún vivía:

-- ¿A que es igual que la de casa?

Como me había dado un vuelco el corazón, me puse a verle el ojo mágico, que parpadeaba cuando oíamos a Matilde, Perico y Periquín. Luego tomé la tecla del cambio de ondas, y pasé las ondas cortas donde mi tía María Belinchón oía en Radio París sus sueños de restauración monárquica... Y al pasar de los 31 a los 16 metros, en el visor de las frecuencias, allí estaba el mismo desconchón de la pintura caída. Y luego, al pasar la aguja del dial por donde ponía Hilversum y por donde ponía Roma, vi que el botón de mando de la sintonía tenía la misma holgura. Le di la vuelta, y estaban aquellas mismas bananas, roja la una, amarillita la otra, de la toma de tierra y de la antena. Emocionado, desde el silencio, le dije a mi hermana:

--- Mira, esta radio Marconi no es que sea igual que la de casa... ¡Es que es la de casa! La que regaló mamá a aquella cosa del asilo que se llevaban los trastos viejos.

¿Cómo había vuelto la radio? Ni mi hermana ni yo nos lo explicamos. Ni puedo ahora explicar la emoción que sentí la otra mañana, cuando sonó el timbre de la puerta y llegó un mensajero con una gran caja de cartón. Pedro mi sobrino me regalaba la radio de casa, me hacía volver a mi infancia. Me ha dicho que la ha probado, que funciona, que con un reductor de 250 a 125 voltios que también me ha regalado, puedo volver a oírla. Pero no me he atrevido a enchufarla. Sonará la radio, pero no se oirá el cuento de la ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo? Sonará la radio, pero no podremos oír, Pilar, la voz de mamá que nos dice que dejemos ya de oír "Cabalgata Fin de Semana", que mañana domingo tenemos que ir con ella a misa a la capilla de la Virgen de los Reyes.

(Publicado el domingo 27 de febrero del 2000)


Anteriores entregas de "Jazmines en el ojal"

 

"LA ESE 30"         PUNTAS DEL DIAMANTE          RECUADROS DE DIAS ANTERIORES

 

Regresar a la pagina principal