A una bicicleta
con su manillar, sus pedales, su cadena, su cuadro y
sus dos ruedas, nadie la llama «bicicleta
tradicional», sino bicicleta. Pues si tú le pones a
la bicicleta un motor y un depósito de gasolina, no
es una bicicleta, sino un vespino. A una casa con su
tejado, sus muros, sus ventanas, su puerta y sus
cuartos nadie la llama «casa tradicional», sino
casa. Pues si tú le pones dos ruedas y la enganchas
a un coche, no es una casa, sino una ruló. A un
árbol con su copa y su tronco, sus raíces y sus
ramas, nadie lo llama «árbol tradicional», sino
árbol. Pues sí tú coges un hacha, cortas el tronco y
con una máquina sacas el tocón, no es un árbol, sino
una tropelía más de los que se quieren cargar el
centro como sea, porque allí votan al PP.
Y los que llaman a las cosas por su
nombre, bicicleta a la bicicleta y casa a la casa,
le han robado el suyo a la familia, que es ahora
«familia tradicional». Ni la visita del propio
Benedicto XVI ha logrado que las terminales
mediáticas más cercanas al Gobierno y a la
relativista ideología progre dominante llamen a las
cosas por su nombre en materia de familia. Y del
matrimonio, ni te cuento. El casamiento por la
Iglesia o por lo civil de un señor con una señora es
«el matrimonio tradicional». Como la familia formada
por ese señor y esa señora, más los hijos habidos en
el matrimonio, es, ¡toma castaña!, «la familia
tradicional».
-Y las gracias ha de dar usted a
Dios, porque podrían llamarla cosas peores, como la
familia carca, la familia reaccionaria, y por
descontado la familia facha.
Lo que más me ha gustado del tacto y
de la valentía del Papa es que ha llamado a las
cosas por su nombre: a la familia, familia; al
matrimonio, matrimonio. Y con toda elegancia,
además, ni ha mentado el escarnio contra natura de
llamar matrimonio a la unión civil de dos personas
del mismo sexo. Bofetada sin manos. Nada hay más
subversivo que renunciar al lenguaje de lo
políticamente correcto y llamar a las cosas por su
nombre.
Cosa que no saben hacer en La Moncloa.
El Papa le regaló un rosario bendito a la señora de
Rodríguez, ella de soltera Sonsoles Espinosa, y a la
vicepresidenta Fernández. ¿Sabe usted cómo se dice
esto en palabras de un portacoz (sí, portacoz, no es
errata) de La Moncloa? Pues así: «A las señoras les
ha regalado el Papa un collar de perlas con una
cruz».
-¡Vamos, que en La Moncloa
confundieron al Papa con Orobriz!
Claro, quienes dicen que la unión
sacramental de un señor y una señora es «el
matrimonio tradicional», y que el verdadero
matrimonio es lo otro rarito, no saben qué es un
rosario. Y si lo saben, lo disimulan. Mal. Porque
podían haber dicho: «A las señoras les regaló un
collar de cuentas con una cruz como el que se pone
al cuello David Bisbal». Para esto han dejado el
rosario: «A Cai no le llaman Cai,/ que le llaman
joyería,/ que en La Moncloa el Rosario/ es una
bisutería». De nada sirve que Juanito Valderrama se
pasara la vida cantando el «me voy a hacer un
rosario con tus dientes de marfil». Aquí no se hace
rosario ninguno: no por cuestión de odontología, que
hay que echarle los dientes abajo a la amada para
engarzarlo; sino por asunto de progresía. Rosario
rima con reaccionario: Charini, cámbiate el nombre.
Lo que no sé es cómo el alcalde de
Sevilla acudió a la coronación de la Virgen del
Rosario de Montensión, siendo del mismo partido que
el marido de Sonsoles la del collar con cruz. Se
excusaría ante sus agnósticos correligionarios,
diciendo que él había ido al Collar de Perlas
Majórica de Montensión. El rosario en familia del
Padre Peyton lo cogen por otro lado. Aquello de
«Familia que reza unida permanece unida» lo han
convertido en «Partido que trinca unido permanece
unido y no lo echan del poder ni con agua caliente».
Y tienen tanta suerte que los siguen votando. Y el
que acaba como el rosario de la aurora es el PP.