ME ocurre
muchas veces en el hipermercado, al que le tengo muy
buena afición. Como hay quien es aficionado al golf, yo,
al híper. En vez de carrito de los palos, carrito de
gastarse las pelas. En el híper se echan muy buenos
ratos, a poca oreja que se pegue. Cientos de artículos
salen de su reencarnación de Larra: sainetes de la vida
diaria en el escenario de las calles de estanterías, las
esquinas de las ofertas y los carritos. Carritos que
forman venturosos embotellamientos ante la charcutería
(«¿esto es por número o por vez?»), en los estantes
refrigerados de los lácteos. Me dan mucha alegría los
embotellamientos de carritos en el híper. Cuanto más
llenos vayan, mejor. Son el Ibex 35 de nuestra
prosperidad. Mientras haya embotellamientos de carritos
llenos de paletillas serranas en las calles de los
hipermercados será señal de que la economía todavía va
bien.
Y en el híper, de pronto, una señora, muy
descarada, detiene su carrito ante de ti y te suelta a
bocajarro, con mucho convencimiento:
-Yo a usted lo conozco...
-No sé, señora, quizá nos hayan
presentado...
-No, yo a usted lo conozco de algo...
Y consulta a la amiga que va con ella, o
a la hija, sin dejar de señalarlo a uno muy descarada,
posesivamente:
-Niña, ¿de qué conocemos nosotras a este
hombre?
Siempre es la consultada, la hija, la
amiga, la prima, la vecina, la que da la clave:
-¿De qué va a ser? ¡De que sale en la
tele!
La que te identificó a bulto no se lo
acaba de creer:
-¿De verdad que usted sale en la tele?
-Pues no sé, señora, alguna vez sí que he
salido, y hace ya mucho tiempo hice un programa con el
inolvidable Tip, con el maestro Mingote y con mi
compadre Ussía...
¿Para qué lo aclaras? La consultora de
famas se apropia de la tuya pasajera:
-¿Tú no ves cómo te decía yo que este
hombre salía en la tele? ¡Para que no te fíes de mí!
De lo que salgas, de maltratador de
hembras o de anuncio de Covirán, poco importa. Cuando me
han identificado, nunca me han preguntado la razón por
la que salí: si por escribir un libro de gatos o por
publicar la antología popular. Nada importa cuando a
uno, en el hipermercado, lo convierten en prodigiosa
aparición, en icono cercano: en señor que a pesar de
haber salido en la tele... ¡está allí, arrastrando el
carrito con la mortadela de aceitunas y el queso
Cigarral que está en oferta! Si has salido en la tele y
tu cara le suena a la señora del híper, ya tienen tema
de conversación cuando vuelvan a su casa:
-Pepe, ¿a quién te crees que me he
encontrado en el híper?
-No sé, Mari...
-!A uno que sale en la tele!
-¿Cómo se llama?
-Ah, el nombre no lo sé, pero tú has
tenido que verlo también muchas veces en la tele, es uno
así con gafas y con barba, que tiene un gato...
De nada vale que usted sea Nobel de
Medicina, premio Príncipe de Asturias, presidente del
BBVA. Lo elevan anónimamente a algo que a efectos del
gran público tiene mucho más valor: salir en la tele.
Con un matiz importante: para el público se está siempre
en la realidad mucho mejor que en versión televisiva.
Las identificaciones del híper acaban siempre con un
elogio reconfortante:
-¡Pues que sepa usted que es mucho más
joven de como sale en la tele y está más delgado!
Jóvenes, delgados, famosos... ¿A que va a
ser verdad que el estado ideal del hombre es estar
siempre saliendo por la tele, como Chaves en Canal Sur o
como Zapatero en La 1?